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La reina, posando en 2016 con sus perros en una de las escaleras del castillo de Windsor. Annie Liebovitz
Isabel Windsor, la mujer bajo la corona

Isabel Windsor, la mujer bajo la corona

La gran desconocida ·

Todos hemos conocido a la reina, pero muy pocos a la persona. Era una mujer de campo, con gran sentido del humor y «con poco ego». Como madre, sin embargo, no fue especialmente cálida ni cariñosa

Paula rosas

Londres

Jueves, 8 de septiembre 2022, 22:22

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Reservada, siempre perfecta en su faceta pública, siempre reina, Isabel II apenas ha dejado entrever a la mujer que había debajo de la corona. El enigma y el misterio que rodeaban a su persona eran parte del trabajo, y ella lo entendió desde el principio muy bien: sin la mística, la monarquía se tambalea.

La reina nunca dejaba de ser la reina. Pero, fuera de los focos, en la intimidad, aquellos que pudieron conocerla más de cerca pintan el retrato de una mujer sencilla, práctica, esposa, madre y abuela, amante de los animales, con un desarrollado sentido del humor.

Richard Griffin, uno de los agentes que durante años se encargó de su protección, relató recientemente una anécdota reveladora en este sentido. Un día, paseando a los perros en los alrededores del castillo de Balmoral, donde falleció ayer, se encontró con una pareja de turistas americanos que no la reconocieron, y que incluso llegaron a preguntarle si se había encontrado alguna vez con la reina. «Yo no, pero Dick (por Griffin) la ve a menudo», dijo ella. «¿Y cómo es?», cuestionaron curiosos. «Puede ser un poco cascarrabias a veces, pero tiene un gran sentido del humor», respondió el agente.

Además de para las bromas, Isabel II tenía un gran talento para imitar acentos y a personajes públicos a los que había conocido, como Boris Yeltsin o Margaret Thatcher, aunque siempre dentro de su círculo más íntimo.

A pesar de ello, las personas que trabajaron con ella describen a una mujer tímida, que utilizaba trucos como llevar siempre el bolso, aunque no lo necesitara, como parte de su coraza para enfrentarse a los actos oficiales. «Era muy normal, la más normal de las personas no normales que he conocido. Era muy humilde, no tenía ego, era bastante tímida», ha dicho la que fuera su secretaria de prensa durante 17 años, Samantha Cohen, al diario 'The Telegraph'.

Dicen que las personalidades opuestas se atraen, y es quizás esa timidez la que la llevara a quedarse prendida de aquel apuesto oficial de la Marina tan seguro de sí mismo. Isabel conoció a Felipe cuando ella tenía 13 años y él 18. Se enamoró de inmediato y, pese a los altibajos de cualquier matrimonio, su devoción por él duró toda la vida. «Nunca miró a nadie más», asegura su prima Margaret Rhodes en una de las muchas biografías que se han escrito sobre ella.

Como madre, sin embargo, no fue especialmente cálida o cariñosa. Es famoso el reencuentro en 1952 con sus hijos Carlos y Ana, que entonces tenían 5 y 3 años, después de una gira de seis meses que le llevó por medio mundo. No hubo ni besos ni abrazos. La monarca estrechó la mano de sus hijos, lo que sorprendió entonces incluso a alguno de los más recalcitrantes miembros de la alta sociedad.

Sus biógrafos dicen, sin embargo, que esa ausencia de muestras de cariño se debía más a su educación y a la rigidez de la clase alta británica, al menos en aquellos tiempos, que a una frialdad de sentimientos.

Isabel y Felipe apenas veían dos veces al día a sus hijos, después del desayuno y a la hora del té. Los pequeños se criaron con niñeras, y las decisiones familiares, según cuenta la historiadora Sally Bedell Smith, recaían en su marido, especialmente desde que ascendiera al trono siendo entonces una joven madre de tan solo 25 años.

Con su marido y sus hijos Carlos y Ana en 1952. afp

Aunque sus hijos siempre han entendido que, siendo la monarca, su madre no era una madre al uso, ese despego afectivo sí que pareció dejar secuelas en sus hijos, al menos en Carlos. El ahora rey fue enviado de niño a un estricto internado en Escocia donde apenas recibía visitas de sus padres. Cuando en 1957 cogió la gripe, Isabel lo despachó con una carta, antes de embarcarse en viaje a Canadá. En las biografías que se han escrito sobre él flota siempre un resquemor por esa infancia solitaria.

A pesar de todo, Isabel disfrutaba la maternidad, e incluso decidió amamantar a sus cuatro hijos, tal y como su madre hizo con ella y como era costumbre en la familia real hasta que en el siglo XIX, la poco maternal reina Victoria, cambió esa tendencia.

Andrés, el favorito

Sus dos hijos pequeños, Andrés y Eduardo, que se llevan casi una década con sus hermanos mayores, sí que pudieron disfrutar de otra forma de su madre. Isabel ya llevaba años en el trono, se sentía más cómoda como madre y como reina, y decidió extender su baja de maternidad para cuidar de los pequeños. La prensa británica siempre ha dicho que Andrés ha sido su hijo favorito, al que ha apoyado incluso en los momentos más difíciles. El tiempo que disfrutaron juntos ayudó a forjar el vínculo.

Sus nietos pintan, sin embargo, un retrato diferente al de Carlos. El ahora príncipe de Gales, Guillermo, ha llegado a decir que para él siempre fue primero su abuela, y luego la reina. Pero no será Isabel Windsor la única ni la última madre estricta que se ablandó con los nietos.

Los caballos y los perros corgi han sido su otra pasión, quizás la más conocida de todas ellas. El 'Racing Post', una publicación de carreras de caballos y perros, era el primer diario que leía cada mañana, y ha sido en las competiciones hípicas donde los británicos han podido ver a una reina sin máscaras, disfrutando del espectáculo sin contención.

En el fondo, dicen algunos que la conocieron, Isabel fue una mujer de campo. Balmoral fue siempre su refugio favorito. El verde de sus páramos ha quedado ya para siempre bajo sus párpados.

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