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Nunca antes se han celebrado tantas elecciones generales y presidenciales como las que están previstas para 2024. Más de 60 países, en los que habita la mitad de la población mundial, acudirán a las urnas en comicios que van a tener un gran impacto mucho más allá de sus fronteras. Desde Estados Unidos hasta India, pasando por Taiwán, que abre la veda en unos días, Rusia, donde el ganador ya está decidido, la invadida Ucrania, aunque aún no están confirmadas, Sudáfrica o el Reino Unido.
Por eso, hoy analizamos cómo puede cambiar el mundo en las urnas de este año.
La mitad de la población mundial votará este año.
Japón y la diferencia de hacer bien las cosas.
Ucrania, por ejemplo. Ha quedado claro en las últimas semanas. Si los Republicanos vuelven a la Casa Blanca, sobre todo si lo hacen con Trump al timón, el país eslavo puede tener especialmente complicado defenderse de la invasión rusa. Porque el apoyo de la Unión Europea (lastrado por las zancadillas de Hungría) no será suficiente. Además, el país que ahora dirige Volodímir Zelensky puede sufrir sus propias turbulencias domésticas si acaba celebrando las presidenciales previstas para la primavera. No son pocos quienes consideran que no deben ponerse las urnas hasta que la contienda acabe, un 80% según una encuesta, pero es una decisión que todavía no se ha tomado.
Sí que se celebrarán las elecciones en sus dos principales enemigos: Rusia y Bielorrusia. En la primera, el ganador se conoce antes de que se deposite el primer voto: Vladímir Putin compite consigo mismo, porque sus opositores están en la cárcel, en el exilio, o muertos. Y en la vecina Bielorrusia las legislativas tampoco van a poner en solfa el poder perenne de Alexandr Lukashenko. Son dos dictadores que justifican su poder con votos que no reflejan absolutamente nada.
En cualquier caso, las carreras electorales más significativas del año comienzan el próximo día 13 en Taiwán, la isla independiente 'de facto' que China reclama para sí, y que muchos ven como el futuro chispazo que iniciará la inevitable guerra entre Pekín y Washington. Como de costumbre desde que es una democracia, en Taipéi se disputan el poder el independentista DPP, actualmente en la presidencia, y el Kuomintang, el partido que perdió la guerra civil china con los comunistas de Mao Zedong antes de huir a Taiwán. Ahora aboga por un mayor entendimiento con la República Popular, que pone en marcha campañas de desinformación para echarle una mano a su viejo enemigo. A pesar de eso, el DPP parte con una ligera ventaja en los sondeos.
Las mayores elecciones se celebrarán en primavera en India. Casi mil millones de ciudadanos podrán elegir a un nuevo primer ministro, aunque todo apunta a que el actual, el populista Narendra Modi, continuará al frente de la potencia emergente, quizá incluso con más apoyos que antes. No importa que esté minando la democracia más populosa del planeta, un retroceso en libertades que se aprecia en muchos otros países. La vecina y enemiga Pakistán es uno de ellos, y allí también acudirán a los colegios electorales tras el surrealista culebrón político de Imran Khan, el jugador de cricket que se convirtió en primer ministro en 2018, que perdió una moción de censura cuatro años después, y que fue arrestado por corrupción el año pasado, provocando manifestaciones que continúan sacudiendo el país. Las elecciones en estos dos países serán cruciales para que la región del subcontinente indio continúe siendo relativamente pacífica. O todo lo contrario, claro.
Donde la paz parece cada vez más una quimera es en África. Sobre todo en el Sahel, donde varios países han caído en manos del ejército tras sus correspondientes golpes de Estado. Allí se esperan votaciones en Chad y Malí, pero está aún por determinar cuándo y no sería de extrañar que sean canceladas. No así en dos de los países con democracias más consolidadas: Sudáfrica y Senegal. Desafortunadamente, son oasis en un desierto de autoritarismo.
Más cerca quedan las elecciones al Parlamento Europeo, donde habrá que ver si se confirma el auge que la extrema derecha ha tenido en los comicios nacionales y regionales de sus países miembro. Si se consolida su presencia, la UE puede continuar ahondando tanto en la crispación que avanza por el continente como en el endurecimiento de sus políticas contra la inmigración ilegal, uno de los grandes retos de Europa a corto y medio plazo. Precisamente, otro de los que se enfrentarán a la reválida de la población con algunos de los planes más estrictos al respecto será Rishi Sunak en Reino Unido. Intentará dar estabilidad a un puesto de primer ministro por el que han pasado tres personas en otros tantos años.
Japón no ha podido empezar peor el año. Solo dieciséis horas después de haber entrado en 2024, un fuerte terremoto de magnitud 7,6 en la escala de Richter hizo saltar las principales alarmas del país: la de tsunami y la de emergencia nuclear. Afortunadamente, ninguna de esas amenazas acabó materializándose, y tanto el número de víctimas mortales como de daños materiales ha sido muy reducido para un seísmo de esta fuerza.
Cualquier país menos preparado que Japón estaría ahora contando miles de muertos. Porque el terremoto habría provocado el derrumbe de cientos de edificios. No es una suposición: sucedió en septiembre del año pasado en Marruecos, cuando la tierra tembló con una fuerza de 6,8, y dejó casi 3.000 fallecidos. En febrero había ocurrido también en Turquía y Siria con sacudidas similares -7,8 y 7,5- que dejaron unos 60.000 muertos. En Japón se ha contabilizado medio centenar.
Sin duda, que cuente con una de las mejores infraestructuras del mundo para afrontar seísmos, porque es uno de los países que más los sufre, es la principal razón por la que los temblores en el archipiélago asiático no suelen tener consecuencias tan devastadoras. Incluso en el que dejó casi 20.000 muertos en 2011 el problema no fue tanto el terremoto como el tsunami que le siguió, y que arrasó la central nuclear de Fukushima. Poco se puede hacer para frenar una rabiosa pared de agua.
No obstante, después de haber cubierto diferentes catástrofes naturales -el tsunami del sudeste asiático hace 20 años, y los terremotos de Pakistán y de China tiempo después-, aprecio dos elementos que son clave: la ausencia de corrupción y el extraordinario comportamiento de la sociedad.
El primero es vital para que se cumplan los estándares de construcción y mantenimiento que salvan vidas, y también para la consecución de planes para implementar sistemas de alerta temprana. En Japón funcionan muy bien y la gente recibe alarmas en sus móviles y a través de los medios de comunicación en tiempo real; en Indonesia, donde se iban a instalar, aún son una quimera. Adónde han ido a parar los fondos destinados a su implantación es un misterio, pero seguramente haya que buscarlos en los bolsillos de algunos funcionarios.
El segundo asunto es del que más podríamos aprender. La población nipona, diligente como ninguna otra, rara vez pierde la calma y se comporta con respeto. Mejor ejemplo que las evacuaciones ordenadas durante el terremoto es el del avión de Japan Airlines siniestrado ayer en el aeropuerto tokiota de Haneda tras chocar con una pequeña aeronave de la Guardia Costera. Vídeos grabados en su interior muestran una salida ordenada que habría sido ciencia ficción en casi cualquier otro país, donde unos se habrían amontonado sobre otros.
Esto solo sucede en Japón: el Airbus 350 que ha chocado con otro avión durante el aterrizaje se está quemando, se ven las llamas a través de las ventanillas y la cabina se llena de humo, pero los pasajeros permanecen sentados a la espera de instrucciones para una evacuación que… pic.twitter.com/KhAH6AD5pH
— Zigor Aldama 齐戈 (@zigoraldama) January 2, 2024
Es evidente que la sociedad japonesa esconde aspectos oscuros, y que la extrema rigidez que la gobierna puede ser negativa en multitud de ocasiones. Pero también que funciona para crear una sociedad segura, respetuosa y solidaria. Muy diferente de la que avanza en Occidente. Merece la pena reflexionar sobre ello y ser más como Japón.
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