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Gabriel García Márquez no se inspiró en Nigeria para crear su universo mágico, pero podría haberlo hecho porque la desmesura de la potencia africana arrolla la magia latinoamericana. El país de los dictadores megalómanos, los predicadores multimillonarios, las terribles masacres entre ganaderos y campesinos, o el secuestro de multitudes por bandas criminales, se antoja mucho más surrealista que cualquier otro escenario. La delirante historia de Sanusi Lamido Sanusi, de 62 años, es otro ejemplo de ese mundo excesivo, erigido sobre un lago de petróleo.
El último capítulo de la vida de este individuo excepcional parece positivo y, sin embargo, es sólo de un episodio más en su particular montaña rusa. Que haya sido repuesto como emir de Kano bien podría interpretarse como una vuelta de tuerca más en la compleja escena pública de Nigeria, donde fe, política, petróleo y fortunas, se amalgaman. Porque Sanusi es un clérigo respetado, descendiente de una familia aristocrática ligada a este cargo religioso, uno de los cuatro más importantes del Islam local, y, además, sorprendentemente, uno de los grandes economistas africanos.
Nada de lo espiritual ni lo temporal le resulta ajeno a su linaje. Su abuelo ejerció como emir y su padre fue embajador en China, y luego secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores. Como su progenitor, Lamido se convirtió en experto en el Corán y especialista en finanzas gracias a la formación en la Universidad de Lagos. Su ascenso profesional fue meteórico y llegó a ser director ejecutivo del First National Bank de Nigeria, una de las instituciones más importantes del continente.
Su elección como Gobernador del Banco Central, la principal institución estatal, se produjo en 2009, cuando la crisis económica asfixiaba el mercado local de valores. El presidente Goodluck Jonathan demandó su buen hacer para salvar el aparato financiero y la gestión del economista fue calificada como un verdadero 'tsunami'. Combatió las malas actuaciones, promovió adquisiciones y fusiones para regenerar el sistema financiero, y llevó a los tribunales a los instigadores del caos.
El maremoto no se detuvo. Sanusi Lamido Sanusi se adentró en las entrañas de una Administración corrupta. La revelación de que la Corporación Nacional de Petróleo de Nigeria había desviado 48.900 millones de dólares supuso un 'shock'. No fue el único delito ventilado. Además, alegó que cada mes 1.000 millones de dólares procedentes de las regalías del crudo se volatilizaban antes de llegar a las arcas públicas. Por supuesto, el régimen actuó en consecuencia y el denunciante fue detenido por los servicios de seguridad.
La muerte en 2014 de su tío, el emir Ado Boyero, supuso una salida honorable a un escándalo de grandes proporciones. La vertiente espiritual de Lamido Sanusi, no menos ambiciosa que la profana, podría satisfacerse heredando su posición y el gobierno instigó para que accediera al trono a costa de las aspiraciones de su primo, el hijo del fallecido. Ya se sabe que al enemigo se le facilita un puente de plata. El candidato oficial ganó y, en junio, se convirtió en el quincuagésimo séptimo emir de Kano, la segunda ciudad del país.
Evidentemente, no conocían el espíritu inquieto. El cargo es meramente religioso, pero goza de un gran ascendiente en el norte del territorio, de vasta mayoría musulmana. La nueva autoridad formaba parte de la oligarquía local, tradicionalmente detentadora del poder central y extremadamente conservadora pero, además, gozaba de cualidades propias y raras entre la elite. El clérigo era cosmopolita, crítico y sorprendentemente honrado.
Su trabajo fue ímprobo. Promovió la revitalización de la tradicional artesanía textil, fomentó la modernización con una biblioteca e impulsó el turismo promoviendo la construcción de un aeropuerto internacional. Como guía de los creyentes, demostró una posición original abiertamente liberal y, entre otras cosas, apoyó la planificación familiar y el empoderamiento de la mujer. Defendió la libertad de culto y una postura contraria a la poligamia, aunque tiene cuatro esposas.
El nuevo líder no dudó en oponerse a la expansión del wahabismo, llegando a declarar que «los africanos no necesitaban que Irán y Arabia Saudí les explicaran lo que es el Islam». También rechazó la guerrilla de Boko Haram, que devastaba la región nororiental. Esas declaraciones fueron respondidas contundentemente. A los seis meses de acceder a su cargo, tres bombas explotaron en la Gran Mezquita de Kano durante los oficios matando a 150 asistentes.
Lamido Sanusi suponía un riesgo para el 'establishment' en cualquiera de sus facetas y el poder pasó a la defensiva. La primera estrategia consistió en menguar su autoridad creando nuevos emiratos dentro de su territorio que disminuían su área de influencia y la segunda, más efectiva, supuso su destitución por el gobernador local, acusado de violar las prácticas tradicionales. En 2020, tras ser arrestado, fue conducido a una aldea remota al este del país.
La apelación a la justicia tuvo éxito. El Tribunal Superior Federal lo liberó y el ex emir se instaló en la metrópoli de Lagos para mostrar otra nueva versión de su rica personalidad. En los últimos años ha desarrollado una intensa labor como intelectual y académico en el Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Oxford y un doctorado en Derecho Islámico en la de Londres. Además, en 2021, fue nombrado califa de la orden sufí Tijaniyyah, congregación con más de 50 millones de adeptos en África Occidental.
La sorprendente recuperación de su cargo como emir de Kano, y con toda su antigua jurisdicción, puede comprenderse como una maniobra política para rentabilizar su enorme prestigio. Pero Lamido Sanusi es impredecible e independiente.
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