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En la aldea de Aseraw, fronteriza con la región de Afar, unos niños se preparan para estudiar a pesar de las duras condiciones. Marta Carreño / Manos Unidas
«Tigray se convirtió en una ratonera para sus habitantes»

«Tigray se convirtió en una ratonera para sus habitantes»

Guerra fantasma. La periodista Marta Carreño consigue llegar al epicentro del brutal conflicto etíope, cerrado a los medios de comunicación

Sábado, 10 de agosto 2024, 19:53

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Las fuerzas eritreas fueron casa por casa haciendo buen acopio de los residentes jóvenes. Luego, los condujeron hasta la fábrica local y les encargaron desmontar su maquinaria y cargarla en sus camiones. Antes de partir con los equipos expoliados, les obligaron a tumbarse en el suelo y los ejecutaron. El suceso ocurrió en Tigray, durante la guerra que devastó esta región etíope entre 2020 y 2022. Como aquellos muchachos, otras 600.000 personas fallecieron, víctimas del conflicto, y otro millón abandonó su hogar.

«La contienda se halla entre los más brutales de este siglo y, sin embargo, se la puede considerar una guerra fantasma», explica Marta Carreño. La cerrazón informativa impuesta por el gobierno de Addis Abeba ha impedido la difusión de los acontecimientos. Esta periodista madrileña, miembro del equipo de comunicación de Manos Unidas, ha llegado al epicentro con un equipo técnico de la ONG española. «Como profesional de los medios no creo que hubiera podido entrar. Ejercer allí es peligroso», advierte.

No había sólo razones laborales, también existía un componente personal. Desde 2005, ha viajado regularmente a la región y mantiene vínculos estrechos con sus habitantes. «Antes de la pandemia, iba casi todos los años salvo contadas excepciones», recuerda. «Son mi familia tigriña», confiesa y recuerda que, en aquella ocasión, se enamoró del proyecto que el misionero vasco Ángel Olaran llevaba a cabo en la zona con apoyo de la entidad madrileña. «Decidí que tenía que formar parte de mi vida», confiesa.

En aquella primera estancia conoció a niños huérfanos de la guerra con Eritrea entre 1998 y 2000 y que ahora son padres de familia y testigos de las atrocidades. «Llegas y parece que no ha pasado nada, pero se palpa la devastación. Los talleres, hoteles y centros de salud han sido saqueados y aún muchas escuelas no funcionan porque están ocupadas por desplazados internos», explica. «Se han destruido los proyectos productivos, incluso los sistemas de riego».

El miedo y el dolor también permanecen. «La gente está traumatizada. Ha llegado la paz, pero no la justicia y no se ha reparado el daño causado», indica y señala que todos han perdido a alguien o saben de alguien cercano que ha padecido una violación o un secuestro. «Hay mucho temor a expresarse y nadie habla del primer ministro Abiy Ahmed Ali». Esa figura resulta esencial para explicar la razón de una crisis inesperada. Su ascenso al poder en 2018 alentó la esperanza de cambio en un país sometido a autoritarismos brutales desde la caída de Haile Selassie, su último emperador. El dirigente prometía un proceso que culminaría en la libertad y la democracia, y sus primeras propuestas le proporcionaron el Nobel de la Paz.

Pero el nuevo hombre fuerte tenía una hoja de ruta que, posiblemente, no habrían aprobado los académicos de Oslo. El anterior gobierno, en manos de Hailemariam Desalegn, se mantenía por el acuerdo de varios movimientos de raíz étnica con destacado protagonismo del Frente Popular de Liberación de Tigray (TPLF) en el plano militar. Abiy Ahmed Ali quería reforzar el gobierno central sobre las tendencias centrífugas de 140 comunidades tribales y, con ese fin, se proponía crear el Partido de la Prosperidad, entidad aglutinante.

Fuente de conflicto

Los tigriñas se opusieron al proyecto y boicotearon las elecciones de 2020, comicios que debían sancionar el nuevo orden político. No se han determinado las causas inmediatas que llevaron al enfrentamiento, iniciado a principios del mes de noviembre. Las fuerzas federales aducen que los regionalistas atacaron una base militar y que respondieron. El resultado fue una operación bélica de grandes proporciones que implicaba el aislamiento físico y virtual de la región durante dos años.

Abune Gebremariam, padre de alumnos de la escuela de Airire, en la 'woreda' de Gulomekada, en Tigray oriental. Marta Carreño / Manos UNidas

El primer ministro se hizo con aliados estratégicos en su lucha contra el agente discordante. El peso de la campaña no recayó en el Ejército regular sino en otros enemigos acérrimos de los sublevados. Las milicias del vecino Estado amhara, con quien mantiene pugnas territoriales, y las tropas de Eritrea, uno de los regímenes más autoritarios e impenetrables del mundo, asumieron la iniciativa. Estos efectivos, antiguos rivales de Addis Abeba, impusieron el horror. «Vienen de la miseria absoluta y cometieron todo tipo de tropelías», lamenta Carreño y, asimismo, menciona los bombardeos con drones. Amnistía Internacional habla de ejecuciones extrajudiciales, violaciones individuales y en grupo, y esclavización sexual, incluso después de firmarse el acuerdo de cese de hostilidades.

El asedio implicaba la falta de noticias, pero también de alimentos y medicinas. La mortandad se disparó entre los más débiles, aquellos que padecían enfermedades crónicas, enfermos que requerían diálisis o parturientas carentes de atención. «Las mujeres daban a luz en el camino hacia el único hospital porque iban andando o en parihuelas, no había gasolina», indica. «Tigray se convirtió en una ratonera para sus habitantes».

Marta Carreño se ha reencontrado con sus amigos insertándose como una más en el equipo técnico de Manos Unidas, una de las pocas entidades humanitarias que han regresado a la zona con proyectos educativos, sanitarios y agrícolas. Voló hasta Addis Abeba y desde allí a Mekele, la capital regional. A su juicio, no sólo las condiciones materiales se han degradado. «Antes, los nativos se consideraban etíopes hasta la médula, veías muchas banderas nacionales, los niños vestían la camiseta de la selección de fútbol y había pañuelos con los colores de la patria. Ahora sólo encuentras los emblemas tigriñas».

Paz inestable

Las alianzas en Etiopía se antojan sumamente volubles. Los amhara, antiguos colaboradores del gobierno de Abiy Ahmed Ali, se han vuelto contra él y también han sufrido la represión. La paz, renqueante y envuelta en el rencor, no impide que los problemas sociales se incrementen. La sequía ha secado los embalses y amenaza las cosechas del próximo año. La Administración local ha advertido que dos millones de personas se hallan en riesgo de hambruna.

La periodista española asegura que la pobreza y la falta de oportunidades empujan a numerosos jóvenes a emigrar a Arabia atravesando la peligrosa península de Sinaí. «Allí muchos son raptados por bandas criminales y torturados para obligarlos a que comuniquen con su familia y pidan rescate».

El drama tiene lugar en una zona de extraordinaria belleza, árida y abrupta. Tigray era uno de los destinos turísticos habituales dentro de uno de los países más exóticos del planeta. En la ciudad de Axum, antigua capital imperial, se encuentran espigadas estelas de piedra que se hallan entre los mayores monolitos del mundo. Además, el territorio alberga cientos de iglesias rupestres talladas en roca y emplazadas en altos promontorios.

Marta Carreño asegura que los tigriñas son gente amoldada a un entorno difícil, gente pacífica, fuerte y resiliente, aunque incapaz todavía de verbalizar y afrontar lo sucedido. «Un chico me dijo que no me podía contar lo que había sucedido, que si me explicaba lo que había hecho dejaría de quererlo», relata. «Pero también me indicó que se trataba de una cuestión sencilla, eran ellos o nosotros».

Dos mujeres en la aldea de Aseraw. Marta Carreño / Manos Unidas

Ellos ya saben cuándo es Navidad

Las primeras estrofas las cantaba John Paul Young y, luego, se sumaban Boy George, Sting y Bono, entre otros. Hace 40 años, la terrible hambruna que asolaba Etiopía movió a los cantantes Bob Geldorf y Midge Ure a componer 'Do They Know it's Christmas?', una melodía destinada a recaudar fondos para paliar la catástrofe. En 1985 Michael Jackson creaba una superbanda con estrellas norteamericanas para replicar el proyecto y nacía 'We Are the World', otro hit con propósitos solidarios. Ambos esfuerzos se unieron en 'Live Aid', la celebración de dos conciertos simultáneos con fines benéficos en Filadelfia y Londres.

Las buenas intenciones no fueron a la raíz de los problemas. Como sucede ahora, la región de Tigray era una de las más afectadas y las razones no remitían simplemente al cambio climático. Entonces, el régimen tiránico del presidente Mengistu Haile Mariam pretendía imponer un plan de colectivización, inspirado en el modelo soviético que implicaba grandes reasentamientos y elevados costes humanos. Además, el Frente de Liberación Popular de Tigray mantenía un conflicto armado con el gobierno central y, según algunas fuentes, se hizo con gran parte de la ayuda humanitaria y la empleó en la adquisición de armas.

Aquel país sinónimo de penuria es hoy una de las potencias africanas, el gendarme en la volátil región del Cuerno de África. Los etíopes forman parte de la globalización y saben perfectamente cuándo se celebra la Navidad cristiana, aunque la suya, denominada Genna, se rige por el calendario juliano y tiene lugar el 7 de enero. Sin embargo, los conflictos secesionistas permanecen. La aparente voluntad pacificadora del primer ministro Abiy Ahmed le hizo merecedor del Nobel de la Paz en 2019, tan sólo un año antes de desencadenar la ofensiva contra los tigriñas.

No es el único reproche que se le hace al actual hombre fuerte de Etiopía. Algunas medidas económicas también parecen cuestionables, como el arriendo de grandes superficies cultivables a firmas de la península Arábiga y el sudeste Asiático. Asimismo, se le achaca una megalomanía desaforada que ha puesto en práctica en una coyuntura de grandes tensiones internas. La Gran Presa del Renacimiento, en fase de conclusión, aspira a dotar de soberanía energética a la república, pero también ha generado tensiones con Sudán y Egipto al permitirle un control no pactado sobre las aguas del Nilo. Aún más polémico es el Chaka Project, una operación urbanística que plantea construir un nuevo palacio presidencial, tres lagos artificiales y otras residencias sobre 500 hectáreas de la periferia de la capital, y que ha supuesto el desalojo forzado de miles de vecinos. Los críticos aseguran que el plan requerirá una inversión de más de 9.200 millones de euros.

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