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«Antes se decía que el ruso era el segundo ejército más poderoso del mundo. Ahora podemos decir que es el segundo ejército más poderoso de Rusia». La broma, más bien meme, ha sido una de las que más se han compartido en redes sociales desde que la semana pasada Ucrania lanzó su sorprendente incursión en la región rusa de Kursk. La operación, sobre la que el gobierno de Kiev apenas proporciona detalles, ha provocado tanta estupefacción como incomprensión. Y no es para menos, ya que se trata de la primera invasión de Rusia desde la Segunda Guerra Mundial. «Hemos llevado la guerra al territorio del agresor», dijo el lunes Volodimir Zelenski.
¿Para qué ha dedicado Ucrania parte de sus escasos recursos militares a una operación sin un aparente objetivo estratégico? ¿Se está preparando para una negociación en la que pueda utilizar el territorio conquistado en un intercambio? ¿Es un intento de restarle a Rusia efectivos del frente en el Donbás? ¿O un golpe de efecto contra la moral de las tropas enemigas en un lugar que ocupa un espacio importante en su psique colectiva desde la contienda contra los nazis? ¿Trata de amedrentar a la población para conseguir que presione al Kremlin?
Muchas son las preguntas y las especulaciones, y pocas las respuestas. De hecho, quizá la razón sea una suma de respuestas afirmativas a todas las cuestiones anteriores. «Ejercer la presión necesaria sobre el agresor», es lo único que el presidente ucraniano ha dicho al respecto, para el que su éxito -ya veremos por cuánto tiempo- es el reflejo de la «debacle» de Vladímir Putin.
Por eso, hoy regresamos a Ucrania, una guerra que con este tipo de episodios sorprendentes logra escapar al olvido.
Estos son los tres temas que abordaremos hoy:
Ucrania deja al descubierto las costuras militares de Rusia.
Israel no conseguirá su objetivo de erradicar a Hamás.
Elon Musk for president.
La historia se ha repetido, pero al revés. Si hace unos meses fue Rusia la que trató de estirar al límite los ya escasos recursos militares de Ucrania reabriendo el frente de Kharkiv, ahora es Kiev la que ha dado un sonoro golpe de efecto con la incursión en la región de Kursk y el control de varias de sus localidades. «Ahora deberían ocuparlas, montar un referéndum, afirmar que el 90% ha votado a favor de marcharse de Rusia, y anexionar el territorio», bromean algunos ucranianos en las redes sociales, enumerando los pasos de Vladímir Putin en las regiones ucranianas de las que se ha apropiado y riéndose de las evacuaciones de civiles que se han extendido también a Bélgorod.
Pero, más allá de la burla fácil, esta es una operación aún sin explicación que acarrea riesgos importantes. Por un lado está, lógicamente, la vida de los soldados -aparentemente varios miles- y los recursos bélicos que se ponen en peligro para ocupar cerca de mil kilómetros cuadrados de terreno enemigo, sin que ello ofrezca un beneficio claro. Por otro lado, no se debe desdeñar la posibilidad de que Moscú utilice esta 'invasión' para reafirmarse en su narrativa -internacional y doméstica- de que Ucrania supone un peligro para su supervivencia. Puede parecer absurdo pensar así, teniendo en cuenta que la invasión rusa se va acercando a su tercer año, pero no se debe olvidar que Rusia vive ahora inmersa en una burbuja informativa delimitada por la censura.
Es evidente que la guerra encalló hace tiempo. Ni Putin logró hacer capitular a Volodimir Zelenski en una semana, como esperaba, ni las sucesivas contraofensivas ucranianas han conseguido sacar a los rusos de las zonas ocupadas. Es un tango en el que los avances y los retrocesos resultan cada vez más pequeños y costosos. Los tanques Leopard y los proyectiles Himars no han tenido el efecto esperado, y seguramente tampoco lo tengan los F-16 que han comenzado a llegar a Ucrania. Al otro lado del frente, tampoco Rusia logra grandes objetivos en el Donbás, la región en la que concentra sus fuerzas.
En esta coyuntura, abundan los rumores sobre la necesidad de abrir un canal de comunicación para arrancar una negociación que ponga fin al conflicto. Hay quienes consideran que ahí Kiev puede utlizar Kursk como moneda de cambio. Pero no parece que las partes estén por la labor de hacer grandes concesiones, y parece que eso erige un muro infranqueable: por ejemplo, la devolución de Crimea a Ucrania es una línea roja que el Kremlin no cruzará.
Habrá quienes en ambos bandos sean partidarios de no moverse ni un milímetro de sus exigencias iniciales. Generalmente, son quienes no luchan. Ni quienes envían a sus hijos a morir al frente. Porque allí las cosas se ven muy diferente. Y, si bien pocos en Occidente dudan de la legitimidad de la defensa ucraniana, también hay que tener en cuenta el precio humano que tiene mantener posiciones sin atisbo de que se vaya a vencer la guerra. La factura del patriotismo crece en muertos, tullidos, y heridos tanto física como psicológicamente.
Es cierto que hacer concesiones a Rusia puede envalentonar a Putin y validar su estrategia, pero dudo que el presidente ruso vaya a continuar invadiendo territorio europeo, como temen algunos. Tampoco que vaya a echar mano de armas nucleares, como amenaza de vez en cuando él mismo para evitar que se redoblen los esfuerzos para ayudar a Ucrania. Así que, si negamos la victoria de Moscú, solo quedan dos opciones: promover una negociación que no será satisfactoria para ninguno de los dos países, o permitir a Ucrania luchar sin tener un brazo atado a la espalda, ofreciéndole el material que necesita para vencer a Rusia.
En el otro gran conflicto empantanado de nuestro entorno más cercano, Israel continúa bombardeando Gaza y provocando una masacre tras otra entre la población palestina. Y el problema es que nadie sabe cuándo considerará su primer ministro, Benjamin Netanyahu, que ha logrado el objetivo final de erradicar a Hamás. De hecho, tal y como están las cosas, es lógico dudar de que lo vaya a conseguir en algún momento. Ni siquiera con asesinatos selectivos como el de la semana pasada, en el que logró acabar con el líder del brazo político, Ismail Haniyeh, en Irán.
La organización terrorista ya tiene un repuesto. Y, si bien nadie duda de que el ejército hebreo está arrasando las filas de Hamás -y la población civil-, también está creando un ejército de niños y adolescentes que van a odiar a Israel todavía más por todo el sufrimiento causado. El odio y la violencia, al final, se retroalimentan y crecen en un círculo vicioso sin fin. Mientras tanto, se espera que Teherán consume su anunciado ataque -otro más- contra territorio judío, y Tel Aviv ya ha avisado de que atacar a sus ciudadanos supondría cruzar una línea roja que acarreará una respuesta contundente. Otra más también.
Lo único que asegura esta situación es la inseguridad en la que viven constantemente israelíes y palestinos. Si Israel quiere disfrutar alguna vez de una existencia en paz, esta invasión no parece la mejor forma de conseguirlo. Otra cosa es que Netanyahu haya encontrado en la guerra su salvavidas perfecto. Es demasiada devastación para que un hombre se mantenga en el poder.
En un país en el que el dinero marca tanto las posibilidades de éxito de una candidatura presidencial, que el hombre más rico del mundo te apoye es un espaldarazo inmenso. Y eso es lo que está sucediendo en Estados Unidos con Elon Musk y Donald Trump. El primero se ha erigido en voz del conservadurismo anglosajón y no duda en tomar partido político en la lucha que culminará en las próximas elecciones presidenciales de noviembre, mientras que el segundo incluso cambia su discurso sobre los coches eléctricos para agradarle.
«Estamos en un momento crítico y debemos detener el giro hacia la izquierda», sostiene Musk, que entrevistó a Trump en X -antes Twitter, la red social que adquirió- para explicitar su apoyo. Esa conversación, retrasada por un ciberataque, lleva ya más de 150 millones de reproducciones. Musk carga contra todo. Considera que se acerca un colapso demográfico porque la gente no sigue su ejemplo y tiene una docena de hijos, denuncia que los medios de comunicación no son más que propaganda, y carga contra todo lo que se considera 'woke' -algo así como buenismo en inglés-. A su vez, con sus empresas trata de salvar a la Humanidad: electrificar la movilidad con Tesla para reducir emisiones, enviar al ser humano a Marte para que sea una especie multiplanetaria, y ofrecer «el único espacio libre de censura» en X.
Sin duda, se trata de un personaje fascinante. Tanto que profundizaremos en su figura, y en los hilos que mueve, en el suplemento Domingo del próximo fin de semana.
Es todo por hoy. Espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo en el mundo. Si estás suscrito, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes.
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