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Sánchez e Irene Montero se saludan en un acto del anterior Gobierno. Efe
Entre Líneas

Achique de espacios en la izquierda

La radicalización de Podemos para salvar el proyecto del naufragio político y la estrategia de movilización 'progresista' de Sánchez auguran semanas de alto voltaje

Alberto Surio

San Sebastián

Domingo, 5 de octubre 2025, 00:04

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No hará Presupuestos, pero Pedro Sánchez no va a tirar la toalla aunque llegue famélico a 2027. El conflicto de la flotilla que se dirigía a Gaza, interceptada por las fuerzas armadas de Israel y cuyos integrantes serán extraditados a sus países de origen, ha puesto de relieve los límites que atenazan a la llamada 'mayoría de investidura'. La forma y el fondo de Podemos ha sorprendido por su beligerancia agresiva contra el presidente del Gobierno al colocarse tácitamente en la bancada de la oposición, Sus exigencias -incluso con la amenaza de tumbar el real-decreto sobre el embargo de armas a Israel- amenazan con colapsar la legislatura, aunque no vayan a llegar a dar el paso de apoyar una moción de censura auspiciada por el PP y Vox.

El Ejecutivo tiene un serio problema con la actual cúpula de Podemos, cuyo radicalismo político incomoda cada vez más en sus antiguos socios de la investidura, incluso quienes en la pasada legislatura compartían el timón de la dirección política como EH Bildu y ERC, que no dan crédito al giro que ha dado la formación morada y lo consideran un viraje «suicida». Los podemitas parece que han optado por ser los francotiradores incontrolados del Gobierno de centro-izquierda y han reabierto el tarro de las esencias, de las verdades inmutables y los dogmas sagrados, y cualquiera que no comparta sus posiciones se sitúa ya en las aguas de la traición histórica. En esa tesitura, Sánchez se ha convertido en «un cómplice de los genocidas», el mismo presidente que es demonizado por la derecha más recalcitrante por su posición de reconocimiento de Palestina. Podemos –que se siente víctima de una operación de acoso y derribo político, judicial y mediático– se sitúa al borde del abismo. Morir matando para salvar el proyecto del riesgo del naufragio. Ese es su gran problema, con independencia de que fuera un enorme error su exclusión en el famoso congreso del poliderportivo de Mangariño cuando Sumar se puso en marcha como un experimento de la nueva izquierda sin una mínima implicación de los podemitas. De aquellos polvos estos lodos. La responsabilidad de Yolanda Díaz es evidente a este respecto.

Es muy posible que Podemos haya llegado a la conclusión de que el ciclo del Gobierno 'progresista' ha terminado ya, que Sánchez está desahuciado y sentenciado –políticamente hablando– y que lo que viene imparable es una marea de la extrema derecha y del PP que va a exigir que la izquierda a la izquierda del PSOE, la misma que podría no aumar para conservar la actual mayoría, se ponga las pilas con un discurso de polarización. De alguna manera, salvando las distancias en el tiempo, la actual cúpula de Podemos se enrolaría en la misma estrategia de Izquierda Unida en el momento en el que Julio Aguita optó por una 'pinza' con el PP para combatir a Felipe González en su última etapa.

La izquierda, sin duda, tiene un gran debate estratégico pendiente porque la sociedad se ha hecho más compleja y su base electoral también sufre el empuje ultra. Pero hay cuestiones del pasado que recuerdan esa división cainita en las izquierda. Las fracturas han carcomido al movimiento obrero entre la reforma y la ruptura desde la Revolución Rusa. Falta conocer un poco la historia de la Seguda República en España para entender que una de las causas del fracaso de su viabilidad como proyecto de transformación social colectivo no solo venía de los elementos más reaccionarios de la sociedad española –anclados en el clero eclesiástico, en el poder agrario, en el estamento financiero y en la élite militar–. ´La responsabilidad de la deriva destructiva también partió de los elementos más incendiarios y antistema, que anteponían la necesidad de la Revolución a la convenencia de la República. La deriva del anarquismo español fue un disolvente más allá del romanticismo emocional que rodea la causa republicana.

En este contexto, Sánchez juega también sus bazas de movilización electoral. Junto al 'factor Gaza', la bandera de la 'constitucionalización' del derecho al aborto –siguiendo la estela francesa– no intenta tanto abrir contradicciones en el PP, sino sobre todo atraer el voto de Podemos y Sumar en una operación clásica de achique de espacios. Es un movimiento estratégico para remover el tablero que puede provocar que Podemos eleve el listón de la exigencia hasta extremos absurdos.

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