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Matt Dillon y Aida Folch en una escena de 'Isla perdida', una película bañada por la cálida luz del Golfo Pagasético en Grecia.
'Isla perdida': Fernando Trueba trufa de referencias un fallido ejercicio de cine negro

'Isla perdida': Fernando Trueba trufa de referencias un fallido ejercicio de cine negro

Un misterioso Matt Dillon protagoniza 'Isla perdida', un thriller romántico ambientado en una idílica isla griega que resulta demasiado contenido

Jueves, 22 de agosto 2024, 14:01

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Nadie puede acusar a Fernando Trueba de acomodarse. Tras 'La reina de España', continuación, 20 años después, de las desventuras de la tropa cinematográfica de 'La niña de tus ojos' en la Alemania nazi, el director madrileño adaptó 'El olvido que seremos', remembranza del padre del escritor Héctor Abad Faciolince, ante todo un hombre bueno, mientras el año pasado estrenó 'Dispararon al pianista', documental en dibujos animados de Mariscal –con quien bordó la preciosa 'Chico & Rita'– para reivindicar la memoria del pianista brasileño Tenório Junior, desaparecido durante la dictadura argentina.

'Isla perdida', en cines desde el 23 de agosto, se subtitula 'Haunted Heart' (Corazón maldito) para dejar clara su adscripción al género negro. Nos movemos en los territorios de Alfred Hitchcock, David Goodis y Patricia Highsmith. Hasta aparece un ejemplar de 'El temblor de la falsificación', novela de la que Trueba tuvo los derechos para llevarla a la pantalla, aunque al final no se atrevió.

Tráiler de 'Isla perdida'.

Una chica española contratada para trabajar de maître (Aida Folch) aterriza en una idílica isla griega después de un largo periplo. El dueño del restaurante al borde la playa es un misterioso americano que se ha reinventado en Europa (Matt Dillon). Un tipo atractivo pero lacónico y torturado, que rehúye los ofrecimientos sexuales de su empleada y que atesora un oscuro pasado que tiene que ver con discos de jazz y excesos de drogas. Estamos en 2001. Las Torres Gemelas se derrumban por televisión y los móviles Nokia todavía nos permiten ser libres.

Dividida en tres actos –verano, otoño, invierno–, 'Isla perdida' no se precipita en lo noir hasta transcurrida hora y media de un metraje que supera por poco las dos horas. La luz cálida y la exquisita selección musical del autor de 'Calle 54' –que cuenta con una envolvente partitura de Zbigniew Preisner– acompañan los intentos de seducción del personaje de Aida Folch, fascinada por su esquivo patrón; cuanto más intenta saber de él, más frustrante le resulta lo que encuentra. Matt Dillon es un competente actor que todavía arrastra el aura canalla de 'Rebeldes', pero quizá no es el intérprete idóneo para encarnar a un músico de alma oscura, que toca el clarinete a escondidas por las noches a orillas del mar.

En 'Isla perdida' se escuchan muchos idiomas –inglés, castellano, griego–..., que seguramente se pierdan en la versión doblada al castellano. Tiene ese punto impersonal de una coproducción con actores de varias nacionalidades para que se pueda completar la financiación. Su aspecto formal es impecable, pero falta el aliento turbio de la autora de 'Carol' y la gradación del suspense del director de 'Psicosis'. Cuando la sangre brota, cuando el filme descubre su verdadera esencia, ya es demasiado tarde.

Una escena de 'Isla perdida', decimonoveno largometraje de Fernando Trueba.

La tercera película en inglés de Fernando Trueba se puede disfrutar como un thriller romántico que se va oscureciendo según avanzan las estaciones. De la luz del estío pasaremos a las sombras del otoño y el agua fría del Egeo en invierno. Bajo la belleza y el hedonismo del paraíso griego –la comida, la fiesta, la amistad, el amor– late algo turbio y oscuro, que en el guion que Trueba ha escrito con el autor de cómics Rylend Grant se concentra en el pasado del personaje de Matt Dillon.

'Isla perdida' aparece así como un fallido ejercicio 'noir' trufado de referencias cinéfilas y musicales, cuya contención juega precisamente en su contra. Es como si la película nunca pudiera deshacerse de sus influencias y adoptar entidad propia. Y cuando cae la máscara del villano de la función todo resulta demasiado apresurado.

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