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Detalles de dos obras de Caín Ferreras Álex López
Arte Emergente en Salamanca

Arte urbano en Salamanca: la capacidad de transformar espacios de Caín Ferreras

Has visto su arte en Gran Vía, en el túnel de la radio, en Villares y en muchos más sitios, este artista de origen extremeño y afincado en Salamanca desde su adolescencia nos abre las puertas de su estudio para contarnos la identidad de su obra y el impacto del arte en el entorno urbano

M.J Carmona

Domingo, 9 de marzo 2025

Caín Ferreras (Madrigalejo, Cáceres, 1980) nunca se planteó el arte como un destino. Simplemente ocurrió. Creció con el graffiti en una época en la que esta expresión no tenía relación con el arte urbano, sino que se escondía en los rincones invisibles de la ciudad. Pero poco a poco, las paredes dejaron de ser clandestinas y se convirtieron en su lienzo. El muralismo le ofreció algo que los pequeños muros del graffiti no podían darle: la posibilidad de intervenir un espacio por completo, de modificarlo, de envolver a quien lo atraviesa.

«Vengo del graffiti de letras, pero con el tiempo me empezó a llamar la atención intervenir espacios enteros, mirar un lugar y transformarlo completamente», explica Ferreras. A principios de los 2000, cuando aún eran pocos los que pintaban en gran formato en Salamanca, empezaron a llegarle los primeros encargos. Un bar, una empresa, alguien que quería decorar un local… Y así, sin planearlo, lo que era un hobbie se convirtió en su profesión.

Lo curioso es que su formación académica iba por otro camino. Ferreras estudió Ciencias Ambientales y llegó a trabajar en el sector. Durante un tiempo, el arte y su carrera profesional convivieron en paralelo. Pero llegó un punto en el que tuvo que decidir. «Siempre tenía esa espinita: '¿Y si pruebo? ¿Y si a la gente le gusta y me van contratando?'. Al final, hasta ahora, salió bien».

Sin embargo, hacer del arte un oficio tiene su cara B: «Te quedas sin vía de escape. Lo que antes era relajante se convierte en fuente de estrés». Con los murales, los tatuajes y la pintura de estudio, Ferreras ha encontrado diferentes maneras de crear, aunque cada una tiene sus propias reglas.

En sus obras, la identidad visual es inconfundible. Sus personajes de expresión seria invitan a la introspección, mientras que la paleta de colores vibrantes genera un impacto emocional profundo. Hay una nostalgia latente en su obra, una melancolía que contrasta con la energía de los azules, magentas y ocres. «Los colores generan sensaciones aunque no quieras. Puedes pasar diez veces por la misma calle y dejar de ver la imagen, pero el color sigue afectándote de alguna forma», reflexiona.

A la hora de crear, hay encargos muy cerrados y otros donde le dan libertad. En los primeros, simplemente ejecuta una idea ajena. En los segundos, es su propio lenguaje el que habla. «Si me encajonan demasiado, suelo cobrar más. Si me dan libertad, lo valoro porque también me permite desarrollar mi trabajo». Y aunque todos los murales llevan su firma implícita, hay una selección cuidadosa en lo que decide mostrar: «En mis redes o en mi web solo está lo que realmente tiene que ver conmigo».

Si algo diferencia el muralismo de otras formas de arte es su relación con el espectador. No hay que ir a una galería para verlo: la obra está ahí, en la calle, expuesta a todo el que pasa. «Me encanta cómo la gente hace sus propias interpretaciones. Algunas son mucho mejores que mi intención original», dice entre risas. Por eso prefiere no explicar sus murales. «No quiero quitarle a nadie lo que ha podido significar para ellos».

Uno de sus trabajos más especiales es una señora en llamas, un retrato creado en Las Hurdes, en una zona arrasada por un incendio. «Quise llevar la impotencia y la tristeza del momento al mural, con chispas en la cara de la figura, como las que saltan en los incendios forestales». La obra resonó con la gente del lugar, que entendió su mensaje de inmediato.

Otro mural, en Santa Marta, juega con el paso del tiempo y la relación entre generaciones. En un parque infantil que colinda con el cementerio, Ferreras pintó a una niña en un columpio y, al otro lado, a una persona mayor sosteniendo las cadenas del columpio. «La adulta está hacia la zona de juegos y la niña hacia el cementerio. Son dos edades diferentes, las responsabilidades que absorbemos al crecer».

Sus murales no solo transforman el espacio, sino también la forma en que la gente lo percibe. «Al ocupar un lugar grande, consigues encerrar a las personas dentro de la obra. Ya no se trata de que alguien se fije o no, sino de que la obra le invade».

Entre la calle y el estudio

A pesar de su amor por el muralismo, la pintura en el estudio le ofrece algo que la calle no puede darle: libertad absoluta. «En los murales hay muchas condiciones: quien te contrata, las normas del ayuntamiento, los permisos, las grúas… En el estudio hago lo que me da la gana». Aunque también hay un dilema: «En la calle, miles de personas pueden ver la obra cada día. En una galería, solo la verán unas pocas. Se crea un conflicto interno».

Lo que no cambia, sea en un mural o en un cuadro, es la intención. Ferreras no busca simplemente embellecer un espacio. Su arte es una conversación silenciosa, un juego de emociones que se filtran en la mirada del espectador. Y ahí, en ese intercambio invisible, es donde su obra encuentra su verdadero significado.

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