El bar de medio siglo en Salamanca que vivió el apogeo de la estación de buses: «Llevo toda la vida»
Agapito Paino, del bar Regalado, se ha criado tras la barra del bar y ha heredado de sus padres la comida tradicional y el valor al trabajo
Para muchos, es el primer contacto con la gastronomía al pisar Salamanca. Para otros, es el café de cada mañana. Y para la mayoría, son los recuerdos de un bar de toda la vida. El bar Regalado, próximo a la estación de autobuses, cumple medio siglo en la hostelería de Salamanca. Abrió sus puertas en 1975 de la mano de un matrimonio y, llegado el momento, fueron sus hijos Nandi y Agapito quienes continuaron el relevo. Aunque más que un reemplazo, fue una prolongación. «Yo llevo toda la vida aquí», asegura Agapito. Y es que, realmente, parte de su memoria está tejida entre estas cuatro paredes.
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«Yo siempre he ayudado a mis padres, me he criado aquí», explica. Por esta razón, dar el paso de seguir el legado no fue complicado. «Mis padres lo tenían de alquiler y mi hermano y yo lo compramos», comenta Agapito. Un trámite para hacerlo aún más suyo. Eso sí, este 'traspaso' no supuso mucho cambio. Continuaron con lo que sus progenitores les habían enseñado. «Ellos sentaron las bases de lo que es este bar», comenta orgullos Agapito. De las manos de su madre salieron recetas que hoy guardan como oro en paño.
Bares con historia
Callos, cocido, jeta y otros manjares tradicionales que han continuado fijos en la carta del Regalado. Estas raciones caseras y que llevan el alma de la gastronomía típica de Salamanca son también, para muchos viajeros, el primer contacto con la comida salmantina. «Al estar cerca de la estación de autobuses, viene mucha gente que no es de aquí y es llamativo ver cómo prueban por primera vez unos callos», comenta. Y si te estás preguntando si gustan: «Les ves haciendo barquillos para arrebañar el plato», añade entre risas Agapito. Y es que solo hay algo más tradicional que una ración de callos, apurar la salsa hasta dejar el plato limpio.
Elaboraciones que pasan de generación en generación aunque en el caso del Bar Regalado, lo más probable es que se queden en Agapito. «Mis hijos no van a continuar con esto», comenta. Él ya tiene 64 años y aunque su posible relevo se ha ganado la vida en otros sectores, se siente orgulloso de lo que les ha transmitido. «Todo lo que tenemos nos lo ha dado el bar», apunta. No quedará de herencia un bar, pero si valores como el esfuerzo, el sacrificio y la dedicación que van mucho más allá.
De la mano con la estación de autobuses
El 22 de diciembre de 1975 se inauguraba la estación de autobuses de Salamanca. Ese mismo año, abría las puertas el bar Regalado. Agapito tenía entonces catorce años y recuerda los años de esplendor de la estación. «Antes todo el mundo se movía en coche de línea. Ahora la gente viene en otros transportes o en coche y aparca en otras zonas», comenta.
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A pesar de que el turismo en aquellos años no gozaba del esplendor actual, el autobús era uno de las formas más habituales de moverse. De hecho, recuerda los días en los que en el bar no daban a basto. «Sobre todo en ferias, llegaba muchísima gente a la estación y esto se convertía en una pasada», apunta.
Además del tránsito por la estación, también es una parada para estudiantes aprovechando la cercanía con algunas facultades. «Por las mañana se nota mucho movimiento», explica Agapito. Esos dos elementos dan alegría a un barrio que vivió su época de crecimiento y que ahora, lamentablemente, va quedando envejecido. «Cuando abrió mi padre estaba creciendo y ahora ya está en decadencia», asegura el hostelero.
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La anécdota del Regalado
A por pan para los militares
Agapito recuerda aquellos años en los que la estación de autobuses de Salamanca tenía mucho tráfico de viajeros. En esta línea, relata los días en los que los militares hacían parada en Salamanca y el bar, en pocos minutos, se llenaba de gente. «No dábamos a basto», recuerda. Sin embargo, buscaban la manera de atenderlos a todos. «Si me quedaba sin pan para los bocadillos me iba a por más», añade. Y esta anécdota muestra el talante de Agapito. «Había cosas a las que no podíamos poner remedio, pero a las que sí, lo hacíamos», apunta. Eso explica el medio siglo del Regalado, y
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