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Son las 11:00 horas de la mañana y no hay un hueco libre en la barra. Cada pocos minutos se abre la puerta y un cliente más entra. Coger mesa es complicado y los que llegan hasta el camarero tienen claro qué van a pedir -y Ramón lo sabe también-: un café y un pincho de tortilla. Esa rutina durante años, muchos años. «Hace 36 años que cogimos el bar. Yo era muy joven y no tenía ni idea de nada relacionado con la hostelería», recuerda María, que junto a su marido Ramón, se lanzaron a esta aventura en el bar Lino del Barrio Pizarrales.
Bares con historia
Entonces, ella no controlaba nada del sector pero tenía un talento que todos los clientes que han pasado por allí se lo han hecho saber: la cocina. «Desde pequeña me ha gustado mucho», asegura María. Las empanadillas, la jeta o la tortilla entran dentro de su pódium. Y es que estas elaboraciones no sólo se han quedado en los paladares charros sino que han viajado en forma de recuerdo de 'casa'. «Mucha gente me las pide para llevarlas a sus hijos o sus seres queridos que viven fuera», comenta. Una parte del Lino que se ha disfrutado «hasta en el extranjero» y que da muestra de lo que supone el bar para los clientes.
Porque no, no es un bar cualquiera. Es 'el bar' para los clientes diarios. Y después de conocer que lo traspasan por jubilación, los comentarios de pena asaltan en las conversaciones de aquellos que ya se han convertido en familia. «A mí me da mucha tristeza y a la gente también, nos dicen: ¿y ahora a dónde vamos a ir?», explica María con los ojos empañados al ver pasar las casi cuatro décadas de historia. «Es verdad que es duro pero también lo hemos pasado muy bien», recuerda. Ahora buscan a alguien que lo coja con el mismo cariño que lo hicieron ellos. «Vamos a dejarlo tal cual para que quien lo coja pueda trabajar», asegura.
El pensar que alguien pueda seguir su relevo con la dedicación que ellos lo hicieron es lo que difumina un poco la tristeza de los dueños. «Ojalá alguien lo coja», subraya María. También para no dejar 'huérfanos' de bar a los clientes que tienen por costumbre el café y el pincho en el Lino. La mayoría, trabajadores de la zona que aprovechan los descansos para acudir al bar. «Desde que pusieron el centro de salud aquí hemos conocido muchos médicos, enfermeras y el personal que siempre ha venido por aquí», asegura María.
Además, el Centro de Formación y Orientación Laboral también ha supuesto un arreón no sólo para el barrio sino también para el Lino. «Vienen profesores y alumnos del centro y al final por las mañanas tenemos mucho jaleo», comenta. Un ritmo frenético que han cosechado con el paso de los años y que en sus comienzos, fue difícil de alcanzar: «Antes de que lo cogiésemos nosotros no tenía buena fama y nos costó subirlo para arriba», recuerda María. Además, el barrio no estaba tan desarrollado como ahora por lo que se podría decir que han ido creciendo de la mano.
Y de la mano también con sus clientes. Un día por ti, otro por mí. Eso es lo que define al Lino. «En la pandemia para intentar salvar un poco la situación empezamos a hacer comidas para llevar y mucha gente nos las pedía también para ayudarnos a seguir», recuerda María. Ahora han pasado casi cuatro años de esos meses difíciles y, sin embargo, se sigue manteniendo el servicio. «Me da pena porque la gente que me lo pide vive sola y no quiero dejarles tirados», explica. Un gesto que explica por qué este bar lleva casi cuatro décadas en pie y por qué la despedida de María y Ramón será, con toda seguridad, un baño de lágrimas.
No hay nada que se le resista a este matrimonio. Bueno, casi nada, porque unos patos se las hicieron pasar 'canutas'. «Viene un grupo que jugaba a la petaca y me pregunta si podría cocinarles unos patos. Yo no sabía hacerlo pero les dije que buscaba la receta y sin problema», recuerda María. El «sin problema» se dio la vuelta cuando aparecieron con los patos con las plumas. «Yo no sabía cómo se quitaban las plumas, estuvimos buscando en internet y pasamos unos apuros», recuerda ya entre risas la cocinera del Lino. «¡Qué jaleo!», apostilla.
Unas horas después y con el sudor aún en la frente, el resultado fue -como no podía ser de otra manera en las manos de María- un éxito. «La verdad es que luego les encantó», apunta. Una receta más aprendida por María que, sin duda, llevará siempre en su memoria.
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