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Eduardo, dueño del bar Papas. José Manuel García
Bares con historia

El bar de Salamanca con cuatro décadas de historia conocido por sus peculiares patatas

El Bar Papas, en la Plaza Carmelitas, es popular en la capital por su elaboración de patatas con una distintiva salsa

Laura Linacero

Salamanca

Sábado, 15 de febrero 2025, 12:27

¿Quién no ha probado las patatas del Papas? ¿Quién no se ha 'pringado' los dedos con la salsa al coger una de ellas? Y, ¿quién no se ha sentado en la terraza, al sol, con esta tapa presidiendo la mesa? Las respuestas a estas preguntas es lo que define al bar Papas, en la Plaza Carmelitas de Salamanca. Un bar con casi cuatro décadas de historia que ha calado en el picoteo salmantino. «Yo lo cojo en el año 92, pero se lo cojo a un matrimonio leonés que estuvo con él cinco años», recuerda Eduardo, actual dueño del establecimiento.

De tierras leonesas trajeron esa peculiar forma de hacer las patatas, la identidad de este local. «Yo seguí haciendo lo mismo que hacían ellos», asegura. Para continuar con ese legado y seguir ofreciendo la elaboración estrella del Papas, Eduardo trabajó con ellos un verano antes de decidirse por coger el traslado. «Quería saber cómo funcionaba y si realmente me interesaba cogerlo», explica. Y sí, la forma de trabajar de esa familia y la oportunidad de exprimir una gastronomía sencilla pero muy demandada, le ha llevado a cosechar el éxito durante tres décadas.

Pero, ¿qué tienen esas patatas para ser tan especiales? Para Eduardo, la clave esta en la calidad de las patatas: «Es una variedad que permite freírlas mejor», añade. Y, además, son patatas naturales que, desde que llegan en sacos al establecimiento y hasta que se sirven en los cuencos de barro, tienen un procedimiento casero. «Nosotros las pelamos, las cortamos y las freímos», asegura. Eso sí, para disfrutar de ellas, Eduardo indica instrucciones: hay que comerlas con las manos sí o sí. «Eso define a las patatas del Papas, la gente no quiere palillos ni tenedor, las come con las manos», asegura.

Y, sí, esa es la mejor forma de degustar esas patatas y su salsa. Un moje que, aunque tiene muchas variedades -desde ali-oli, brava, mahonesa o ketchup-, la más reconocida es la de la Casa. «A la gente le chifla», asegura. Y las cifras no engañan. Eduardo asegura que al año pueden llegar a vender entre 10.000 y 15.000 kilos de patatas. Unos números que reflejan el éxito de esta elaboración en el establecimiento de la Plaza Carmelitas.

De celebrar su cumpleaños al de sus hijos

Unas papas que han dado mucho de sí. Casi cuarenta años y varias generaciones degustándolas. Y no sólo las patatas -aunque sean el 'pichichi' de la carta-. También las hamburguesas, sándwiches, bocadillos y raciones que hacen de este establecimiento un lugar perfecto para todos los públicos. Los cumpleaños de los más pequeños, las cenas de viernes en familia, la celebración de una victoria futbolera o la graduación que anuncia el fin de una etapa. «Viene mucha gente joven, muchos grupos, pero también vienen familias a comer o a cenar», asegura.

Los fines de semana resulta complicado hacerse con una mesa, y eso que, hace años, ampliaron el local con la idea de poder acoger a más gente. «Nos ha dado más trabajo pero nos ha venido bien», añade. Cuando el local era mucho más pequeño, a principio de los noventa, celebraba los cumpleaños de los padres que ahora, en un espacio mucho más grande, traen a sus hijos para soplar las velas. «Recuerdo a esos padres que no llegaban a la barra», explica emocionado. Ese es el verdadero éxito del Papas.

  1. La anécdota estrella del Papas

    Un hobbie peculiar nunca visto en un bar

En una estantería, detrás de la barra y entre copas y botellas, está el rincón más íntimo de Eduardo. Un espacio donde aparecen expuestos además de algunos trofeos del equipo de baloncesto de Cabrerizos -uno de ellos firmado por Vicente del Bosque-, algunas figuras creadas por él mismo. «Yo hice esa impresora 3D y la puse aquí en el bar para hacer algunas figuras: la gente flipaba», asegura.

Una pieza de ajedrez, un Yoda o un caballo son algunas de las piezas que se muestran en ese pequeño pero especial museo. «Ahora todos sabemos lo que es una impresora 3D pero, en ese momento, nadie lo sabía», recuerda. Ahora la tiene en casa, donde sigue desarrollando su hobbie. «La quité porque dejó de tener esa emoción en el bar», asegura. Eso sí, esa estantería guarda la esencia de lo que, durante años, dejó boquiabiertos a los clientes -además de las patatas-.

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