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Retratos de Felipe V y Carlos II SH
Expedientes X salmantinos

Los dos reyes malditos cuya mirada pervive en la Plaza Mayor de Salamanca

Sobre Carlos II relatan que fue obligado a beber brebajes hechos a base de testículos y sesos de muertos, y Felipe V creía ser una rana, comportándose como tal

María Rivas

Salamanca

Sábado, 9 de diciembre 2023, 18:48

Pasear por la Plaza Mayor de Salamanca implica, de manera implícita, ser observado por la atenta e imperturbable mirada pétrea de nuestro pasado. Entre los numerosos rostros esculpidos en los arcos del ágora salmantina se pueden encontrar los de dos hombres, que en vida ocuparon el trono de España, cuya existencia estuvo envuelta en un halo de malditismo, locura, enfermedad y superstición.

Carlos II, el hechizado

Carlos II, el hechizado

Carlos II, último monarca de la dinastía de los Austrias en España, vivió una corta y atormentada vida debido a las malformaciones que padeció, producto de dos siglos de matrimonios endogámicos.

Hijo de Felipe IV y Mariana de Austria (quien era sobrina de Felipe), Carlos llegó al mundo el 6 de noviembre de 1661 y, aunque las crónicas de la época le describieron como un varón de complexión fuerte y bellas facciones, la realidad del recién nacido poco tenía que ver con esa descripción: «el príncipe muestra signos de degeneración, pues tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura», relataba el embajador de Francia; «asusta de feo», refería.

Carlos II, el hechizado

Carlos fue amamantado por catorce criadas hasta los cuatro años y, dada la deformidad de su mandíbula, causó terribles heridas en los pechos de las mismas. Su infancia estuvo marcada por constantes y recurrentes enfermedades como fuertes diarreas y un retraso en el desarrollo psicomotor que le imposibilitó aprender a caminar hasta la tardía edad de 6 años. Para más inri, hasta los 10 años no fue capaz de emitir sonido alguno y, a partir de dicha edad, se comunicaba con ruidos que, aunque pretendían ser palabras, lejos quedaban de ser mínimante comprensibles.

A todo ello se le suma que sufría constantes y habituales ataques epilépticos, que se prolongaron hasta los 15 años, junto a arrebatos de furia imprevisibles.

Con este historial médico, tratándose de la época que nos ocupa, no es en absoluto extraño ni soprendente que Carlos fuera sometido en varias ocasiones a exorcismos.

Relatan algunos documentos del momento que el confesor Froilán Díaz y el capuchino Mauro Tenda, quienes procedieron con el ritual canónico del exorcismo, intentaron expulsar al demonio que poseía a Carlos II; éste, durante el ritual, profería estridentes alaridos, blasfemaba y convulsionaba, a la par que su piel se abrasaba al entrar en contacto con el agua bendita. No había duda alguna, Carlos estaba sometido al influjo del demonio.

Retrato de Carlos II

Sin embargo, tras la inutilidad e ineficacia de los exorcismos realizados, se terminaría concluyendo que el monarca no estaba poseído.

Se comenzó entonces a barajar la hipótesis de que, cuando Carlos contaba con 14 años, había sido hechizado con un chocolate compuesto de sesos, testículos y riñones de muerto, todo ello con el objetivo de condenar al monarca por el resto de sus días con una nefasta salud y la incapacidad de concebir descendencia. Lo curioso de todo lo relatado es que, según cuentan, el demonio fue quien les reveló a los religiosos la identidad de los autores de semejante castigo y, para sopresa de los presentes, no eran ni más ni menos que la propia madre del afligido y el valido del monarca.

El demonio siguió desvelando información y aseguró que Carlos portaba un pequeño saco colgado del cuello a modo de colgante. El exorcista, acompañado del confesor real, comprobó que la información brindada por el maligno era veraz y que, el citado saco, estaba lleno de uñas de pie, mechones de pelo y cáscaras de huevo; el exorcista y el confesor sentenciaron que aquello eran los ingredientes empleados para conjurar un hechizo.

Retrato de Carlos II

Los exorcismos no causaron efecto alguno en el monarca y la horda de religiosos de turno,en un arrebato de desesperación, tuvo que recurrir a otros procedimientos. De todas las dolencias y afecciones que padecía Carlos, la que más preocupaba era su infertilidad e impotencia sexual ya que, de no tener descendencia, la dinastía de los Austria en España moriría con él.

Así pues, toda la comitiva real comenzó a obligar al monarca a ingerir pócimas varias cuyos ingredientes iban desde polvo de víbora hasta vísceras de cordero, todo ello, mezclado con chocolate.

Lógicamente, y pese al empeño de los implicados, las cataplasmas y los repugnantes brebajes no causaron efecto alguno y Carlos no tuvo descendencia alguna.

Carlos II murió el primer día de noviembre de 1700, a la corta y temprana edad de 39 años, y su autopsia reveló datos que estremecieron a la Corte: «tiene un corazón del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenosos. En el riñón tres grandes cálculos y solamente tiene un testículo, negro como el carbón. Además, la cabeza está llena de agua«, relataba el forense. El médico reseñó, impactado, que no había una sola gota de sangre en el cadáver del monarca.

Felipe V, el rey que se creía rana

Felipe V, el rey que se creía rana

Felipe V, quien curiosamente ocupó el trono del Reino de España en dos ocasiones, comenzó a presentar, y por tanto a padecer, los primeros síntomas de locura en 1717.

Los citados síntomas comprendían desde tener arrebatos de ira e histeria en público, hasta blandir una espada para dar muerte a un fantasma que, según él mismo refería, le perseguía y atormentaba.

Retrato de Felipe V

Su vida estuvo profundamente marcada por la obsesión que desarrolló hacia Isabel Farnesio de Palma, con quien contrajo matrimonio. Ya en los comienzos de su connubio, Felipe se obcecó de manera demencial con la ropa de su esposa, alegando que irradiaba una luz sanadora; tal llegó a ser el nivel de demencia, que encomendó a un séquito de monjas vigilar dicha ropa y con la intención de espantar así al maligno.

Todo lo relatado derivó, progresivamente, en que Felipe no portara ninguna prenda que no hubiera llevado su mujer antes, así como en no cambiarse de ropa interior hasta que, ésta, no fuera inservible.

Felipe V, junto a su eposa

Durante sus últimos años de vida, el delirio de Felipe no hizo más que acrecentarse.

Adoptó la constumbre de andar completamente desnudo ante extraños, porque estaba empecinado con que podían envenenarle la ropa, se mordía a sí mismo, gritaba sin sentido, se creía una rana y actuaba como tal e intentaba escaparse de palacio, desnudo, a altas horas de la noche. Llegó, incluso, a estar convencido de que estaba muerto y a defender que no tenía ni brazos ni piernas.

Retrato de Felipe V

Se tiene constancia, además, que durante los años de reinado de Felipe también se realizaron exorcismos. En 1734, concretamente la noche del 24 de diciembre, el palacio del Alcázar quedó reducido a cenizas a consecuencia de un voraz incendio y, durante su reconstrucción, los propios obreros afirmaron que el lugar estaba infestado de demonios y entes malignos. Ante dichas afirmaciones, que poco tardaron en propagarse como la pólvora, Felipe V ordenó practicar un exorcismo en el lugar.

Lo que es cierto, e indiscutible, es que tanto Carlos II como Felipe V fueron presa fácil de supersticiones y creencias de la época, lo que terminó por condenarles, eternamente, a ser recordados con el lacre rojo del malditismo.

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