La felicidad en Salamanca: lo que dice el Yellow Day y lo que se vive en las calles
Hoy, 20 de junio, se celebra el día más feliz del año según ciertas variables psicológicas y climáticas. Pero, más allá de la teoría, ¿cómo se percibe esa felicidad en una ciudad como esta?
Dicen que hay una fórmula científica creada por un equipo de psicólogos y meteorólogos que sirve para calcular la felicidad. Y no, no es una metáfora ni una campaña de marketing, que también. Básicamente, tienen en cuenta la cantidad de horas de luz solar (que influye en la producción de serotonina, la llamada hormona de la felicidad), las temperaturas agradables que invitan a salir y socializar, la proximidad de las vacaciones que generan ilusión, la llegada de la paga extra que mejora la economía personal y la cantidad de días laborables próximos, que determina la sensación de tiempo libre.
Sumando y ponderando todas estas variables, cada año el 20 de junio aparece como el día que, según esta fórmula, nos haría sentir más alegres y optimistas. Es el conocido Yellow Day, un término que comenzó a usarse hace casi 20 años y que está asociado al color amarillo por algunos símbolos como la luz, la energía, la alegría y el sol, que evocan el buen humor y positividad. Además, en parte nació como respuesta al famoso Blue Monday, que se considera 'el día más triste del año' y que suele situarse a mediados de enero.
Pero, ¿qué ocurre si se baja esa ecuación a tierra firme y la trasladamos a una ciudad como Salamanca? Hoy es un buen día para preguntarse si esta ciudad que respira historia, juventud y tapeo puede considerarse, objetivamente, una ciudad feliz. Aun así, siempre se deberá tener en cuenta aquella variable que considera que, a veces, la felicidad no está en la estadística, sino en cómo se vive la ciudad. Y Salamanca, para bien o para mal, tiene un carácter que no cabe en una fórmula.
La felicidad en números: ¿qué dicen los datos?
Medir la felicidad no es tarea sencilla, pero existen ciertos indicadores que permiten acercarse a una imagen general del bienestar en una ciudad. Y a pesar de que el estado de ánimo individual es difícil de cuantificar, los expertos suelen fijarse en variables como la estabilidad laboral, el acceso a los servicios, la calidad ambiental o el entorno económico. Todos estos elementos influyen directamente en cómo las personas perciben su día a día y bajo este prisma resulta interesante observar cómo se comportan esos factores en el contexto concreto de Salamanca.
Según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE), Salamanca continúa con un alto nivel de paro juvenil, aunque no es de las tasas más elevadas de Castilla y León, lo que puede condicionar las perspectivas de futuro para una parte importante de la ciudadanía. Sin embargo, también es cierto que estos datos conviven con otros más favorables: el precio medio del alquiler se mantiene por debajo de la media nacional, el tamaño de la ciudad permite una movilidad accesible y su entorno patrimonial y cultural genera un estilo de vida que, en algunos aspectos, se percibe como más tranquilo o equilibrado.
A estas variables se suman otras igual de relevantes que afectan a la experiencia cotidiana: el estado del transporte público, el nivel de seguridad en los barrios, el acceso a recursos educativos o el peso de la vida cultural en la agenda ciudadana. Salamanca, en este sentido, se beneficia de su perfil universitario y de un tejido urbano donde es habitual encontrar actividades gratuitas o de bajo coste, algo que influye directamente en la percepción de bienestar, especialmente entre la población joven o estudiantil.
Ahora bien, más allá de lo que dicen los informes, sigue siendo legítimo preguntarse si estos datos bastan para hablar de felicidad. ¿Se puede traducir en cifras cómo se siente realmente una ciudad? Es posible que no. El bienestar es un concepto que también se construye desde lo simbólico, lo emocional y lo cotidiano. Y ahí, los números suelen quedarse cortos. Porque en la práctica, la calidad de vida no siempre se mide por indicadores técnicos, sino por la forma en que una ciudad acompaña, acoge o permite a las personas sentirse bien en su día a día.
Entre plazas, rutinas y emociones: lo que no se mide
Más allá de los datos y las estadísticas que suelen acompañar cualquier análisis, Salamanca tiene una forma muy particular de habitarse y sentirse. No es solo una ciudad con cifras que describen su realidad, sino un lugar donde el ritmo de vida se vive con calma, casi con una pausa intencionada. El ambiente universitario impregna las calles dando un aire fresco y juvenil, y las conversaciones, a menudo, se extienden durante horas en alguna terraza soleada, creando un espacio donde el tiempo parece dilatarse. Además, existe una costumbre muy propia de esta ciudad: la de encontrarse sin necesidad de buscarse.
Esta otra dimensión de la felicidad, la que no se mide ni se refleja en ningún informe, es la que muchos residentes y visitantes valoran profundamente. Algunos la descubren en el bullicio cálido y constante de la Plaza Mayor cuando el sol comienza a ponerse, tiñendo de oro las piedras centenarias; y otros la encuentran en la rutina diaria, en el simple acto de cruzar el Puente Romano, con sus vistas cargadas de historia y serenidad. Son pequeños detalles que hablan de un modo de vida donde el bienestar no depende solo de lo tangible, sino de la sensación de pertenencia y armonía con el entorno.
Esa parte intangible, invisible a las estadísticas, es fundamental para comprender realmente cómo se vive en Salamanca. Porque más allá de los datos, los índices o las teorías sociales, la percepción del bienestar está íntimamente ligada a lo cotidiano, a esas pequeñas experiencias y momentos que, sumados, configuran la calidad de vida de sus habitantes. Es en el día a día donde se construye esa sensación de felicidad y satisfacción que, aunque difícil de medir, es la que realmente marca la diferencia.
Y es precisamente en esa cotidianeidad, en esos instantes aparentemente simples pero llenos de significado, donde Salamanca tiene mucho que decir. Incluso en un día como hoy, con sus rutinas, sus personas y su ambiente único, la ciudad les recuerda a habitantes y turistas que la felicidad también se encuentra en lo intangible, en lo que no se ve en los gráficos, pero que se siente profundamente al vivirla.
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