La lucha de un joven sordo de Salamanca por visibilizar la lengua de signos: «Necesitamos más intérpretes»
Juan Arroyo Farías nació con sordera profunda bilateral y síndrome de Charge y, a través de su historia, reivindica la inclusión, la accesibilidad y el derecho a comunicarse plenamente
«Nuestro cerebro está pensado para comunicarse de manera visual».
Juan Arroyo Farías nació en Béjar (Salamanca) con sordera profunda bilateral y síndrome de Charge. A sus 21 años, ha aprendido a ver el mundo de otra manera y a transformar en motor de lucha y conciencia su discapacidad. «Mi vida diaria es igual que la de cualquier persona». Actualmente estudia en el Centro de Recuperación de Personas con Discapacidad Física (CRMF) un curso de Grabación de Datos, un programa en el que aprende informática, diseño gráfico, web y bases de datos. Además, compagina las clases con la autoescuela: «Tener el carné de conducir me dará independencia y libertad para moverme».
Pero su camino hasta aquí no ha sido fácil. Durante su etapa escolar sufrió aislamiento y falta de adaptación educativa. «Me hacían sentir desmotivado y no había nada adaptado para mí. Acentuaban más mis barreras de comunicación y me afectó a la salud mental», recuerda.
«La lengua de signos no es mimo»
Juan defiende con firmeza los derechos de la comunidad sorda y denuncia una de las grandes carencias del sistema educativo: la falta de reconocimiento profesional de los intérpretes. «En los centros educativos hay intérpretes, pero no cubren todo el horario. Falta una ley que reconozca su figura, porque su trabajo no está regulado como debería», reclama. También señala las barreras que persisten en la atención sanitaria: «En los hospitales no hay intérpretes permanentes. Si quiero uno, tengo que pedirlo a través de una asociación y depender de sus horarios. En una urgencia, no tengo cómo comunicarme».
Lamenta que la lengua de signos siga siendo una gran desconocida. «Hay gente que cree que es mimo, y no lo es. Es una lengua con estructura propia, igual que el castellano o el inglés». Cree que la educación es clave para cambiar esa percepción: «Al igual que se exige inglés, también debería enseñarse lo básico en signos. Así podríamos comunicarnos con muchas más personas que viven en nuestro país».
«Mi padre se compró un diccionario para enseñarme los signos básicos»
Aprendió los primeros signos gracias a su padre, quien «se compró un diccionario para enseñarme los signos básicos». Más tarde, una intérprete de Burgos le ayudó a desarrollar la lengua. «El problema es que no tuve un referente sordo que me enseñara de forma natural mi propia lengua», subraya. Con el tiempo, ha descubierto la diversidad de este lenguaje: «La lengua de signos no es universal. En cada país, e incluso en cada región, cambian los signos. Dentro de España hay diferencias entre la lengua de signos de las diferentes provincias».
Su reivindicación es clara: que el intérprete de lengua de signos sea considerado un profesional esencial, con presencia en centros educativos, hospitales y servicios públicos. «Es un profesional muy bueno y debería estar en todas partes para cubrir las necesidades reales de las personas sordas», insiste.
«La comunidad sorda tiene que ir unida»
En el CRMF convive con compañeros que tienen distintas discapacidades. Algunos usan implantes cocleares: «A mí me lo implantaron de pequeño, pero no funcionó. Por eso soy signante. Cada uno tiene su manera de comunicarse, pero las barreras de comunicación las tenemos todos, en mayor o menor medida». Además, critica la división que existe dentro de la propia comunidad sorda entre quienes defienden el oralismo y quienes apuestan por la lengua de signos: «es un error porque deberíamos trabajar juntos en la integración que se consigue con un mínimo de ambas lenguas».
«Las condiciones laborales siguen siendo precarias»
Noelia Ilse
Intérprete de lengua de signos
Noelia, intérprete de Juan, lleva 25 años dedicada a esta profesión vocacional. Llegó al centro en 2012 pero le conoce desde que era pequeño: «Siempre le digo que va a ser presidente, porque ve las cosas con mucha claridad». Su labor va mucho más allá de interpretar, acompaña a Juan en clase, en la autoescuela y en su día a día: «Es el único alumno sordo signante del centro, así que paso la mayor parte del día con él».
Lamenta que la figura del intérprete siga sin el reconocimiento que merece: «Se ha avanzado en darnos más visibilidad, pero las condiciones laborales siguen siendo precarias. No existen unas oposiciones específicas, y eso nos deja en la cuerda floja». Y advierte ante los avances tecnológicos: «La inteligencia artificial no puede sustituirnos. La lengua de singos no son solo manos, es expresión facial, emoción y contexto. Un ordenador no puede interpretar eso».
«No hay barreras cuando hay voluntad»
Tanto Juan como Noelia coinciden en que la inclusión depende de la empatía, el conocimiento y la voluntad. «Lo primero es crear nuevas leyes porque el intérprete debe ser reconocido y se le debe dar la importancia que tiene para la comunidad. Es fundamental impulsar un cambio que garantice los derechos de las personas sordas».