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El marqués de Salamanca y los «no muertos» que fueron enterrados vivos
Expediente X salmantino

El marqués de Salamanca y los «no muertos» que fueron enterrados vivos

A lo largo de las historia se han recogido numerosos casos de personas que «volvieron de la muerte» o fueron enterradas vivas

María Rivas

Salamanca

Domingo, 11 de febrero 2024, 13:49

El miedo a la muerte, a lo que hay más allá cuando la vida terrenal llega a su fin, se instauró en Europa en algún momento comprendido entre el XVIII e inicios del siglo XIX ya que, hasta entonces, los europeos estaban familiarizados con la muerte hasta el punto de celebrar bailes y reuniones en los cementerios, con los huesos de los difuntos aflorando en la superficie.

Cuando el miedo a la muerte se apodera de la sociedad europea, lo hace acompañado de otro que, hoy día, sigue latente en nuestra sociedad: el miedo a ser enterrado vivo.

La «tapefobia», que así se denomina al miedo irracional e incontrolable a ser enterrado vivo, ha sido tratado por maestros de la literatura de terror como Edgar Allan Poe, autor del relato bautizado como «Entierro Prematuro».

Se dieron casos en los que, pasado un tiempo, al abrir el féretro se encontraban señales inequívocas de que el finado, en el momento de ser enterrado, aún estaba vivo; fueron numerosas las ocasiones en las que, al abrir el ataúd, la tapa de la caja mortuoria estaba repleta de arañazos y el cadáver presentaba las uñas rotas y ensangrentadas producto del intento desesperado de huida.

Cementerio de Salamanca Álex López

Salvado por la campana

Dentro del ataúd la posibilidad de sobrevivir es casi inexistente ya que la falta de aire, sumada a los inevitables gritos de desesperación por llamar la atención, hacen que se muera asfixiado ante la falta de oxígeno.

Como este tipo de sucesos se convirtieron en algo habitual, en el siglo XIX se instauró un curioso mecanismo para salvar la vida de aquellos que, por error, hubieran sido enterrados vivos.

Ilustración de «Entierro Prematuro» Hoy

Esto consistía en introducir una cuerda en el ataúd, que emergía hasta la superficie, y que se encontraba atada a una campana; de esta forma, si alguien era enterrado vivo, tiraba de la cuerda y hacía sonar la campana, logrando así llamar la atención y alertar.

Esta situación dio origen a la frase «salvado por la campana».

Los «comesudarios»

Se tiene constancia, gracias a varios documentos datados en el siglo XVII, que existía una cierta creencia popular en los conocidos como «devorasudarios» o «comesudarios».

Testimonios de la época aseguraban que desde el interior de algunas sepulturas emergían ruidos que relacionaban con «no muertos» y que, éstos, se alimentaban a base de sus propios sudarios y, en ocasiones, de las partes de los cadáveres de aquellos que habían sido sepultados sobre ellos.

En resumen, la gente de la época estaba convencida de que los «no muertos» cometían necrofagia.

Casos registrados en España de «no muertos»

Amato Lusitano recoge el testimonio de un médico de la reina Isabel de Castilla quien, tras dar a un paciente por fallecido, éste volvió a la vida cuando ya estaba dispuesto en su ataúd para ser enterrado.

Existe el caso, recogido por el Dr. Mata y acaecido entre el siglo XIX y el siglo XX en Madrid, en el que una niña fue dejada en el depósito -para ser enterrada al día siguiente- completamente amortajada. La sorpresa fue mayúscula cuando, al ir a recoger el cadáver para su entierro, los sepultureros se encontraron a la niña jugando con las flores que había al lado de su ataúd.

Otro de los casos tiene como protagonista a Milady Rousel, esposa de un coronel inglés, cuyo fallecimiento fue certificado por los médicos.

Sin embargo, su marido fue incapaz de concebir la trágica noticia e impidió que el cuerpo de su mujer fuera enterrado, lo que derivó en que éste permaneciera por el plazo de 8 días postrado en la cama.

Al octavo día y con el tañer de las campanas - tal y como relatan los registros de la época-, la mujer «volvió a la vida» incorporándose en el camastro como si nada hubiera ocurrido; su vida se prolongó 12 años más.

El marqués de Salamanca

El marqués de Salamanca recopiló en sus memorias una experiencia insólita que vivió en sus propias carnes.

Relataba el marqués que, desempeñando su profesión durante sus primeros años en un Juzgado del norte, y encontrándose indispuesto, sufrió un accidente.

Tras el infortunio, el marqués quedó en un estado que hizo que sus coétaneos decretaran su fallecimiento.

Dándole por muerto, se procedió a hacer el proceso canónico previo al entierro: lo amortajaron, lo colocaron en un ataúd e instalaron la capilla ardiente en una habitación de su propio domicilio; casualidad, o no, el féretro fue colocado junto a una cómoda en la que el marqués guardaba objetos de gran valor.

Tras horas de velatorio el «cadáver» quedó solo en la habitación, momento que la criada aprovechó para entrar en la estancia y robar parte de los objetos guardados en la cómoda.

Tal fue la impresión que la situación le produjo al marqués -quien aún no pudiendo reaccionar si conservaba el sentido de la vista- que se incorporó como un resorte, causando en la criada un susto tremebundo.

Sea como fuere, una vez más, la realidad supera a la ficción.

Las historias de los «no muertos» erigieron un mito y una leyenda pero, por encima de todo, causaron el pánico y el terror en una sociedad ya de por sí atemorizada por la muerte.

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