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Los mensajeros de la muerte en Salamanca
Expediente X salmantino

Los mensajeros de la muerte en Salamanca

Tal y como relata la tradición popular, había señales inequívocas que indicaban que la muerte rondaba a algún vecino

María Rivas

Salamanca

Sábado, 17 de febrero 2024, 17:18

La tradición oral salmantina ha ido tejiendo, generación tras generación, toda una cultura popular en lo que a vaticinios de muerte se refiere.

A lo largo de la geografía de la provincia, los autóctonos han trasmitido a sus descendientes cuáles eran las señales que, éstos, debían de saber interpretar para estar alerta ya que, de verlas, significaba que la muerte les rondaba.

El anuncio de muerte

El miedo al fin de la vida terrenal es algo inherente a la condición humana y más si ésta llega por sorpresa aunque a veces, tal y como nos relata la tardición salmantina, había señales que permitían predecir la muerte de alguien antes de que ésta llegara.

Ahora bien, ¿cómo sabían los oriundos que alguien iba a morir?

Si sobre la casa de un vecino del pueblo se observaba un grajo dando vueltas o el toque de muerto coincidía con la campanada del reloj, la muerte de un provinciano era inminente.

Los animales psicopompos también estaban presentes en la provincia salmantina y es que, cuando los cuervos graznaban a mediodía, los perros aullaban de noche o una lechuza ululaba posada en el alféizar de un domicilio, la muerte rondaba por las calles del pueblo.

Si se producía una muerte un sábado, también era señal de mal augurio, pues era indicador de que pronto se produciría otra muerte.

Además, a los fallecidos habría que taparles la cara, atarle las manos y cerrarles los ojos y si una vez hecho lo anterior éstos se abren, pronto habría que lamentar otra muerte.

Cómo evitar la aparición de un muerto

La creencia en un posible retorno del más allá ha protagonizado las pesadillas de nuestros antepasados a lo largo del devenir de los siglos; nadie quería ver en sueños el rostro de su vecino muerto, así como tampoco toparse con su reflejo en el espejo del baño.

Por ello se establecieron una serie de «rituales» que debía de llevar a cabo todo aquel que quisiera huir de la macabra aparición de un muerto.

El primero de ellos instruía que la habitación en la que se producía un fallecimiento había que rociarla posteriormente con agua bendita, así como disponer en la misma hojas de laurel.

La creencia en los espíritus o en el más allá marcaba de manera determinante la forma de actuar ante la muerte de un familiar o vecino del pueblo.

Dictaba la tradición popular que debían de quitarse los cuadros del domicilio en el que se había producido la muerte y abrirse las ventanas del mismo -sin que hubiera nadie delante- para permitir la correcta salida del alma del fallecido.

Así mismo, debían de colocarse velas en la sala del muerto para que el espíritu de éste no se perdiera en su ascenso al cielo (este «mandamiento» se basaba en la creencia de que el camino de la ascensión estaba oscuro); además, habrían de cubrirse todos los espejos para que el muerto no se pudiera reflejar en ellos.

Cementerio de Salamanca

El velorio del finado

Además de la superstición o la creencia en el más allá, la religión también cobraba una influencia notoria pues, para facilitar el viaje del alma del fallecido, había que rezar dos Rosarios aunque, eso sí, solo se podía rezar cuando el muerto ya estuviera amortajado.

Por otra parte, si el fallecido o fallecida era joven, el pueblo y la familia habrían de sumirse en el más absoluto silencio durante el tiempo que se prolongara el velatorio; no se podía ni rezar ni hablar y, todo ello, por miedo a lo que pudiera ocurrir.

Todas estas creencias pertencen a la voz de otro tiempo, a la voz de nuestro pasado y de nuestros antecesores; a fin de cuentas, los salmantinos transmitieron de generación en generación cómo debía evitarse la muerte o, al menos, cuando saber que su llegada era inminente.

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