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Llegó el frío y llegamos a un nuevo barrio. Así, entre el frío y bajo la niebla, nos adentramos en Vistahermosa, con un pie en Salamanca y el otro en Aldeatejada. Antes de entrar, en la carretera ya vemos los carteles anunciadores de nuevas viviendas en terrenos con rastros de obras que empezaron, pero no continuaron su camino. Es una de las principales características de esta zona, con mucho por construir y sin acabar. Se van alternando tramos de urbanizaciones, casas adosadas, solares vacíos y calles tan poco transitadas que la vegetación se ha apoderado de sus aceras.
Un paseo matutino por Vistahermosa es caminar por la pausa y la calma. Uno se va encontrando a personas de avanzada edad paseando en soledad, sacando al perro por el parque de las Musas o charlando al sol en un portal mientras observan como un hombre juega al baloncesto contra sí mismo en las pistas techadas al lado del centro municipal y con la catedral al fondo. También se asoma el carnicero a reciclar los cartones, algunos jóvenes que van llegando en el bus a última hora de la mañana y los coches salvando el doble ceda el paso que hay en alguna calle, dejando pasar, por ejemplo, a los coches militares que van y vienen del campo de prácticas del REI 11.
Finalmente, Vistahermosa hace honor a su nombre al regalar estampas como la de una anciana empujando un carrito de bebé al lado de la carretera que lleva al antiguo poblado. Una zona en la que los modernos edificios se acaban. «Antes todo esto era campo», puede que le vaya diciendo al pequeño. Y, en cierto modo, lo sigue siendo.
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