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Acababa de cumplir los diecisiete años, quería algo de dinero para cubrir sus gastos y no depender de sus padres -una familia trabajadora- y eso de estudiar, no iba mucho con él. Vivía cerca del obrador San Fernando, fundando en 1953, y decidió empezar ahí a trabajar sin saber que pasaría el resto de su vida laboral entre hornos. Son casi cincuenta años los que lleva Manuel 'con las manos en la masa' y ahora, a punto de cumplir los 65, ha llegado su momento. Prepara su jubilación y busca a alguien que esté interesado en el traspaso de un negocio que pasa «por su mejor momento»
Hacer esa afirmación tras más de setenta años de historia puede parecer arriesgado, pero lo cierto es que las colas que forma en la puerta del local de la avenida Villamayor y los envíos a los pueblos de la provincia dan fe de ello. Varias son las generaciones que han acudido a lo largo de este más de medio siglo al local para hacerse con una bolsa de sus míticas perronillas, llevarse un hornazo o degustar sus hojaldres. Y eso es, precisamente, lo que Manuel se niega a perder. «Ya ha llegado mi hora pero esto es un negocio de toda la vida de Salamanca, quien lo quiera lo coge funcionando muy bien», apunta.
No se requiere una gran inversión puesto que toda la maquinaria está operativa y lo único que requiere Manuel es alguien «con ganas de trabajar que quiera seguir con esto». Está dispuesto a enseñar a quien venga «el tiempo que haga falta» para tratar de que los clientes no noten el cambio de manos. «Llevamos haciendo el mismo hojaldre desde los orígenes, y todo eso se puede aprender para que siga teniendo la esencia de lo casero», comenta, convencido de que un relevo es posible. De hecho, él no duda: «Si yo tuviera treinta años menos, ni me lo pensaba», asegura.
Porque así se ha ganado él la vida. Primero como aprendiz, luego como trabajador, y más tarde como socio de la cooperativa. Y echa la vista atrás, y no se arrepiente de la decisión que tomó en su juventud. «Uno cuando es tan joven no piensa en el futuro, yo no me planteaba que fuera a estar aquí toda la vida», recuerda. Y mira hacia adelante, y quiere no arrepentirse de dejar el negocio. «Los clientes confían en que esto no cierre porque si nadie coge el traspaso, se va a perder un negocio mítico de Salamanca», asegura.
Pero, ¿qué ha tenido San Fernando para convertirse en ese negocio mítico? Pues Manuel lo tiene claro: «Hacer lo que no hace nadie, porque es muy difícil competir con las grandes superficies», explica. Y una cosa lleva a la otra. Esa exclusividad y ese sabor tan distintivo que permite reconocer a ojos cerrados unas pastas o un hojaldre de este obrador, da lugar a la mejor publicidad: el boca a boca.
«No hemos necesitado nunca publicidad; de hecho, hasta hace poco no teníamos ni cartel en la puerta», asegura Manuel. Y lo que quiere es que ese boca a boca no cese y seguir sumando décadas, de la mano de un nuevo protagonista de la historia del San Fernando.
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