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Yuliia Skripta, la joven ucraniana de 31 años, junto a su hija de 10, Oleksandra. J. M. GARCÍA

La nueva vida en Salamanca de las ucranianas Yuliia y Sasha

Yuliia, de 31 años, llegó a Salamanca hace nueves meses junto a su hija Oleksandra, de 10 años. Habla «un poco de español», trabaja en un centro comercial y ya vive en una vivienda alquilada

Justino Sanchón

Salamanca

Lunes, 2 de enero 2023, 14:42

Nueve meses en España, dos días en Barcelona y el resto en Salamanca, le han servido a Yuliia Skripta, una joven ucraniana de 31 años acompañada por su hija de 10 (Oleksandra), para aprender «un poco español» para poder desenvolverse por la capital salmantina. Y para tener un contrato de trabajo, hasta el 9 de enero, en unos grandes almacenes. Y para vivir, con su pequeña, en una casa del barrio de El Carmen. Todo ello, ayudada por Cruz Roja Salamanca, de la mano de esta ONG que le ha abierto las puertas de una ciudad, de un país, tan ajeno como diferente a lo que ella había vivido y sentido.

Nueve meses desde que salió de Kryvoy Rog, al sur de Ucrania, a escasos 200 kilómetros de ciudades tan castigadas por la invasión rusa como Zaporiyia o Jerson. Cerca de un año desde que tuvo que abandonar su casa, su familia, para iniciar una nueva vida, eso sí, acompañada por la pequeña Oleksandra, Sasha.

Desde su llegada a España, ha estado acompañada por Cruz Roja. En Salamanca, esta organización habilitó un dispositivo para la acogida de emergencia a familias ucranianas en abril de 2022. Así, a través de este dispositivo se han alojado 32 unidades familiares, 9 de ellas unipersonales, de las que 12 siguen en Salamanca. Cruz Roja reconoce que con estas estas unidades familiares se «continúa trabajando» desde el área social, sanitaria, psicológica, educativa, laboral y jurídica.

Yuliia abre la puerta de su pequeño piso del barrio de El Carmen, en Salamanca, entre la sorpresa de ver a mucha gente, «porque mi casa es pequeñita», y la alegría de «practicar un poco más el español». Al llegar a España hablaba tres idiomas, ucraniano, ruso e inglés. Ahora, ya el español en el que se maneja tras nueve meses de estudio.

Barrio de El Carmen

En la sala de estar, a la que se llega desde la puerta de entrada a la vivienda, se puede ver un árbol de Navidad, decorado con bolas de colores, que dan otra alegría a esa casa, la típica del barrio de El Carmen, de dos habitaciones, un baño y un comedor.

Pero Yuliia derrocha simpatía, con un español en fase inicial, pero lo suficiente para hacerse entender, para «dar las gracias a los salmantinos por tratarme como me tratan», para reconocer que en su trabajo «los compañeros me ayudan».

La cercanía de las bombas, la invasión «incomprensible» de Ucrania por parte de Rusia, la inseguridad de Ucrania y las dudas por un futuro inmediato, llevaron a Yuliia a abandonar Kryvoy Rog, llevándose a su pequeña, y con el sueño de iniciar una nueva vida.

Cruzó a Polonia y de aquí a Barcelona, donde estuvo dos días acogida en el Centro de Atención a refugiados de Ucrania de la Cruz Roja. Pero la alta ocupación hizo que la Ong la trasladara a Salamanca.

Tras meses de aprendizaje del idioma, después de participar en uno de los cursos ofrecidos por Cruz Roja para personas refugiadas, Yuliia logró un contrato de trabajo, hasta el 9 de enero, en un gran centro comercial de Salamanca, como reponedora, donde está comprobando la «amabilidad de los salmantinos», tanto de compañeros como de los clientes.

Todos los días, a las 7 de la mañana se levanta, para desayunar y preparar a la pequeña Sasha para ir al colegio Beatriz Galindo, del barrio Vidal, donde ha logrado ser escolarizada. Sasha, con unos ojos azules y su pelo largo, es pura simpatía. Su sonrisa, embaucadora. Su mirada, llena de la picardía de una niña de 10 años. Con un pobre español, relata los nombres de sus amigos del «cole», Mohamed, Bruno, Elisa, Johan… Y también cuenta que en el recreo juega «al fútbol» (ante la pregunta de si es buena, su respuesta en español: «bueno, un poco») y que la asignatura que más le gusta es «educación física» y que la que menos, «las mates».

Comida

Yuliia, vestida con unos pantalones vaqueros y un jersey, acaba de comer, pues sale a las tres de la tarde -cuando está de mañana-. Son cinco horas de trabajo diario y cuando llega, lo primero que hace es una ducha y después la comida. Eso sí, salvo «la paella», el resto de la comida española no le gusta demasiado. ¿Y el jamón tampoco? Ante esta pregunta, la joven ucraniana responde, entre risas, «nada, y eso no lo entiende ningún español».

Acaba de preparar su comida, que siempre suele ser la que comía en Ucrania. Ese día había comido borsh, un plato muy ucraniano, una sopa compuesta de repollo, remolocha, patatas, carne, salsa de tomate, cebolla, ajo y zanahoria. Y muchas tardes, tras llevar a Sasha a La Alamedilla, se van «al MacDonall, porque nos encantan las hamburguesas».

Sonríe con frecuencia, porque se siente «feliz en Salamanca», una ciudad que, según dice, le parece «muy bonita, muy limpia, muy agradable».

Se emociona al ser preguntada por su familia, en Ucrania, por sus padres y un hermano, de 21 años, que no pudo salir del país por ser hombre y joven. Su voz se vuelve entrecortada al afirmar que apenas habla con ellos, «porque es muy complicado».

Su vida continúa en Salamanca, por ahora. Pero tampoco quiere pensar en más allá. No quiere hablar de su futuro, aunque tiene claro que le gustaría quedarse en la capital salmantina. «La vida allí es muy complicada. Y cuando acabe todo esto, tardará muchos años en que se pueda recuperar la normalidad», afirma.

Tiene claro que busca un lugar donde vivir de manera tranquila, en un país que ofrezca «seguridad para Sasha», en una ciudad «donde pueda vivir». La pequeña Sasha necesita estudiar. Y Yuliia quiere trabajar y ser feliz.

Las dos, de frente a la puerta, se despiden con un «muchas gracias por todo» en un perfecto español. Cierran la puerta a su casa para continuar con su nueva vida, a cerca de 4.000 kilómetros de la que tenían en Ucrania.

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