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Es difícil transmitir a qué huelen estos días amplias zonas de Salamanca y su alfoz, pero su origen sí está muy localizado. En el punto al que señalan todas las sospechas el hedor multiplica por muchas veces el que se ha tenido que soportar este viernes en la capital traído por la dirección de las rachas de viento. Una peste potente difícil de comparar con ningún olor al que estemos acostumbrados y que procede de un lugar donde se funden el río Tormes, un campo de golf y una industria dedicada al tratamiento de subproductos de origen animal.
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Lo que se procesa son restos no aprovechables para el consumo humano, fundamentalmente grasas, una industria fuertemente regulada para garantizar que durante los procesos no se generan riesgos para la salud humana, la sanidad animal o el medio ambiente y especialmente para garantizar la seguridad de la cadena alimentaria humana y animal. El motivo, el alto potencial de contaminación, entre la que se encuentra la odorífera.
Este es uno de los contaminantes más complejos de gestionar. La normativa legal tiene un amplio vacío y no existe una regulación que permita actuar en casos de fuertes olores. El Ayuntamiento de Salamanca sí tiene una ordenanza local, la de Protección para el Medio Ambiente Atmosférico, que prohibe toda emisión de olores que produzcan molestias y constituyan incomodidad para la vecindad, sea en forma de emisiones de gases o de partículas sólidas o líquidas.
Esto es lo que ha ocurrido en la capital. El municipio amaneció este viernes bajo un fuerte tufo, ostensible en los barrios a mayor altura, pero que llegó hasta la Plaza Mayor. La situación fue tan alarmante que el Ayuntamiento de Salamanca se dirigió a la Junta para denunciar lo que ocurría. El olor todavía se percibe este sábado en la ciudad, traído por las rachas de viento. Y aunque la capital tiene normativa, no puede actuar si el origen está fuera de su término.
Peor lo han tenido en los municipio donde está la 'zona 0' de los efluvios. Entre Villamayor y Doñinos de Salamanca se asienta la industria a la que señalan los tres ayuntamientos más afectados. Está casi sobre el río Tormes y es una de las mayores empresas en Salamanca del sector de los residuos cárnicos, dedicada desde hace décadas a la quema de grasas.
El olfato permite seguir la pista desde muchos kilómetros de distancia. El municipio de Villamayor lo sufre, especialmente en las zonas de su término más próximas al río. Se hace muy patente en la vega del Tormes y cuando llegas a un conocido campo de golf y al Campus Científico de la Usal ya es difícilmente soportable.
Al bajar del coche ya en el paseo fluvial, cerca del Puente Gudino, un olor graso, entre quemado y chamuscado, golpea la nariz. Cuesta unos segundos acostumbrarse al tufo y pasada la adaptación sigue totalmente presente, por más que se tolere. Al rato, el olor revuelve el estómago de los nos acostumbrados. De vuelta a Salamanca, todavía se percibe su presencia.
El olor sobrevuela toda la zona, llena de chalets, y ha provocado que los vecinos se unan en una plataforma para denunciar lo que ocurre. Se les ha sumado el Ayuntamiento de Villamayor, que pide que se revisen los permisos para esta actividad. El problema ha llegado a Salamanca que está a poco más de 7 kilómetros.
La gran industria a la que todos señalan está prácticamente sobre el río Tormes y el tramo de la carretera frente a sus instalaciones se delata con un color y olor a grasa vertida en la entrada y salida de camiones.
La industria, aparentemente con actividad este sábado, provoca unos olores que se conocen, pero según las denuncias vecinales han incrementado su intensidad en los últimos tiempos.
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