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Donde otros ven «malas hierbas», Ana González-Garzo y Augusto Krause ven una despensa, una botica, una amplia variedad de enseres y una biblioteca viva repleta de saberes. Esta pareja de botanófilos, como les gusta denominarse, lleva más de 40 años estudiando las plantas silvestres, sus usos y propiedades.
«No son malas, solo inoportunas» afirma Ana con una sonrisa. Ambos defienden que cada planta merece ser respetada como ser vivo y todas cumplen una misión en los ecosistemas, además de tener múltiples utilidades. Otra cosa es que las personas nos empeñemos en colonizar todos los espacios y en pensar con frecuencia que estorban.
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Sus paseos y cursos botánicos siempre gozan de una enorme acogida. En ellos explican las plantas cercanas que se cruzan en su recorrido y el público siempre se queda con ganas de más. Aunque muchos toman notas, nunca son suficientes y quedan cosas en el tintero.
Por eso los asistentes les decían que tenían que hacer un libro para recoger todo lo que contaban en ellos. También les insistía un amigo, Justino Diez. Con él como fotógrafo y editor finalmente se pusieron manos a la obra hace tres o cuatro años. Eligieron un centenar de plantas silvestres y reunieron en el texto más cosas de las que se pueden contar de memoria a lo largo de un paseo.
El libro se agotó enseguida. «Con cien plantas nos quedamos muy cortos», señalan, por eso decidieron hacer un segundo libro. «Esta vez hemos elegido 108 plantas, también las más cercanas quitando un par de ellas que son muy bonitas y también había que ponerlas», detalla Ana. Y se ha vuelto a imprimir el primero de ellos.
Con motivo de la Feria del Libro Usado y de Ocasión de Salamanca, Ana y Augusto presentarán su libro 'Plantas Cercanas 2. Despensa, botánica, enseres y saberes' en la Plaza Mayor el próximo miércoles, día 13, a las 18.30 horas.
Pero estos autores tienen a sus espaldas ya un total de 8 libros. Entre ellos 'El cocinero recolector y las plantas silvestres' (2013), realizado en colaboración con el cocinero y estrella Michelin, Miguel Ángel de la Cruz. La elaboración del libro les llevó dos años. Para ello le mandaban plantas al chef o él mismo iba a visitarlos y recogerlas. Las probaba, veía en qué elaboraciones y cómo funcionaban mejor.
«A los cocineros les das a probar una planta y descubren un mundo. La micología ya está un poco más saturada a nivel de cocina pero en las plantas queda mucho por descubrir», afirman. En ellas se pueden encontrar toda clase de texturas y sabores capaces de sorprender y enriquecer hasta la más humilde ensalada.
Junto al molino de sangre de Huerta Otea, numerosas plantas silvestres secas empiezan a dejar paso al relevo que renace a sus pies. Ana y Augusto disfrutan del cambio de temporada. «La otoñada es la pera, es otra fiesta diferente. Supone la vuelta de muchas plantas, otras aprovechan para coger energía en la raíz para pasar el invierno. Las hojas de los árboles se van preparando, como la fábrica que cierra en invierno», cuenta ella señalando cada detalle.
Augusto se fija en los denostados cardos. Aunque mucha gente no sepa apreciarlo, se trata de plantas de gran valor, con muchas propiedades e interés gastronómico. El primero que encuentra es el cardo corredor. Diurético por excelencia y hogar propicio para la codiciada seta de cardo, que lo parasita. Sobre todo se usa la raíz de esta planta, pero «el tallo cuando empieza a salir está espectacular» y también se consumen sus hojas.
El cardo mariano comienza a despertar. Las pequeñas y tiernas hojas surgen junto a la planta seca. Según la fitoterapia, tiene propiedades increíbles como regenerador del hígado. Y como comestible se come todo: las hojas, la flor como las alcachofas cuando está amparada por las hojas, las semillas o los cotiledones.
Las marcas blancas de sus hojas tienen su propia leyenda. En ella se cuenta que un día, cuando la virgen María estaba amamantando al niño Jesús cayeron unas gotas de leche sobre el cardo, reticulando la hoja. Y de ahí viene su nombre, explica Augusto.
También el cardo borriquero (Onopordum acanthium) tiene propiedades similares y en este caso se usa mucho en biomasa, añade.
A pocos centímetros de ellos, a la achicoria también le empiezan a salir las hojas. Su nombre científico es Cichorium intybus. Ana explica que es «hermana de la endivia, Cichorium endivia», con la que comparte el amargor de sus hojas. «Es un depurativo y diurético fantástico», asegura y recuerda que la achicoria que se vende como sustituto del café es la raíz de la planta, tostada y molida.
Entre las más reconocibles por la gente de a pie, la malva, también adorna el otoño con su verdor junto al Tormes. Es menos sabido que se trata de una planta emoliente, valiosa para curar catarros y con la que se puede hacer una crema antiarrugas casera utilizando las hojas, como narran los botanófilos.
Augusto explica que «la botánica es la ciencia amable, como decía el botánico y farmacéutico Pius Font i Quer, una cita tan acertada que se la han querido atribuir otros autores». A Augusto y Ana la botánica los unió. Su pasión por ella les ha llevado a aprender, a viajar, a reunir cientos de valiosos libros, a conocer a muchas personas, a dar charlas en universidades, a organizar exposiciones.
Pero ellos destacan que sobre todo, sienten que les ha dado libertad. «Cuando llegó el Covid vivíamos en Puebla de Sanabria y nuestra casa daba al bosque. Cuando no dejaban salir a nadie estuvimos viviendo unos 18 o 20 días exclusivamente de los que cogíamos del campo. Hicimos una prueba. Además era una época en la que salían setas».
Simplemente con ortiga, bellotas y alfalfa se puede sobrevivir, aseguran. Pero es una ventaja conocer muchas más plantas, sus usos y propiedades. Son tesoros que tenemos cerca y lo olvidamos.
«También hay mucha gente que quita de la huerta plantas que se han cultivado siempre, como por ejemplo la verdolaga. Ahora resulta que ya se comercializan sus semillas para plantarlas, ya que tiene mucho valor culinario. No valoramos lo que tenemos», lamentan.
Desde luego, defienden, las hierbas malas no son. «Son las protagonistas de la vida, y detrás de ellas los insectos». Un tándem esencial para el resto de la biodiversidad que perdemos a borbotones. Y es necesario que crezca la conciencia sobre ello y sean más respetadas.
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