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Imagen de Vega. SH
«La sociedad está enferma, no las personas con trastornos de la conducta»
Día Internacional de Lucha contra los Trastornos Alimentarios

«La sociedad está enferma, no las personas con trastornos de la conducta»

Vega relata una historia muy similar a la de tu amiga, tu hermana, tu madre o una conocida.

Sábado, 30 de noviembre 2024, 13:04

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Vega está nerviosa. Se le nota por como se agarra las manos, cambia su postura en la silla y acaba las respuestas antes de tiempo. Le cuesta decirlo e incluso puede apreciarse un leve temblor de voz. «Tuve anorexia». Su historia resulta impactante, no por las situaciones límite que ha vivido, sino por la cercanía con la realidad de miles de adolescentes que luchan internamente entre dejar de comer para entrar en un talla 36 y gustar a sus compañeros, o hacer lo correcto y sentirse excluida de los patrones de belleza de una sociedad que a veces retrocede más de lo que piensa que avanza.

«Hubo un día que me fui de ruta con mis amigos. Era una ruta relativamente sencilla, pero yo notaba que no podía andar, que estaba demasiado débil, desnustrida. No pude seguir y mis padres tuvieron que venir a por mí», recuerda. Había adelgazado 15 kilos en dos meses.

«Siento que todas mis amigas han tenido los mismos pensamientos que yo, pero hubo en el momento en el que perdí el control»

Avanza en su relato y las palabras van saliendo solas. Ya no hay tantos nerviosa. «Siempre he tenido complejos con mi cuerpo, desde pequeña escuché comentarios en el colegio y mi familia que todavía recuerdo. En la adolescencia tuve un desarrollo diferente a mis compañeras y mi autoestima se veía continuamente influida. Cuando eres joven y chica -tiene hermanos- sientes presión por el físico y por gustar. Siento que todas mis amigas han tenido los mismos pensamientos que yo, pero hubo en el momento en el que perdí el control».

El equilibrio de lo bueno y lo malo, se decantó por el segundo. Con 17 años y en Segundo de Bachillerato y después de la cuarentena. «Me di cuenta que haciendo deporte adelgazaba y que dejando de comer ciertas cosas también». A partir de ahí, dejó de saber cuándo parar. Se pesaba todos los días. Mentía a sus padres con las comidas. Pensaban que cenaba, pero no. Salía con sus amigos y era la única que no pedía.

La sociedad, además, le empujó a seguir. «Cuando empecé a adelgazar todo eran comentarios positivos; 'qué guapas estás', 'cómo has adelgazado'... Igual para estar así tienes que estar un día entero sin comer, comer cuatro cosas o estar haciendo deporte muchas horas todos los días, no salir con tus amigas, etc. Los comentarios se quedan grabados y escoges los que te interesan. Yo sentí aceptación. Es lo que quería», reflexiona.

El papel de las redes sociales

Pueden ser igual de malas que de buenas. En el caso de Vega fueron destructivas. Comenzó a seguir a todas aquellas cuentas que le daban consejos para adelgazar, para comer sano, contar calorías o hacer mucho deporte. «Llegas a creer que eso es lo normal y lo adaptas a tu realidad», explica.

«A mí las redes sociales me influyeron mucho, muchísimos. Todos sabemos lo que buscar en la redes sociales y cuando estás enfermo, no te puedes imaginar. Si volviera atrás, me sorprendería de los vídeos que llegaba a ver».

Y reflexiona: «Creo que la enfermedad está en la sociedad y no en la persona que sufre un trastorno alimentario. Si no se estableciera un canon ideal de belleza, una norma de vida perfecta... Y si hubiera educación, habría muchos menos problemas y, de hecho, creo que hay cada vez más».

Su entorno, siempre un paso por delante

Al contrario de lo que suele ocurrir en este tipo de casos, Vega no se aisló y así, tanto sus amigas como sus familiares, pudieron advertirle de que algo no iba bien, aunque ella lo sabía y cuando tuvo fuerza supo pedir ayuda. Y lo más importante, se dejó ayudar.

«Yo me daba cuenta de la situación pero no quería verlo. La persona con la que estaba me dijo que eso no estaba bien, también hablé con mis amigas y reaccioné. Lo siguiente que hice fue hablar con mi madre y pedirle ayuda, pero sé que soy de los pocos casos que lo ha hecho. El entorno es vital», cuenta.

Su grito de auxilio llegó tras realizar la Selectividad, a final de Segundo de Bachillerato.

También lo necesitó su madre, quien encontró su cuidador para cuidar en la Asociación La Asociación de Trastornos Alimenticios (ATRA) y Obesidad de Salamanca.

El proceso de recuperación

Más de dos años de tratamiento. Un año en el Hospital de Día de la Unidad de Trastornos Alimentarios, porque lo de la seguridad social... «muy mal». «Primero fui a Atención Primaria y allí me derivaron a la Unidad, pero no me daban cita hasta tres meses después, era demasiado tiempo y no podía esperar, así que tuve que optar por la vía privada».

«Lo definiría como un proceso muy duro. Sentía que estaba encarcelada. Pensaba que no estaba enferma, pero fui viendo que sí. Piensas que todo se va a solucionar en un mes como mucho, pero no, es un proceso de años». Desayunas, comes y cenas allí. Poco a poco y lentamente, dejó de ir los fines de semana y la libertad fue llegando a su vida, pero nunca volvió a ser la misma. «Tener esta enfermedad supone un antes y un después», reconoce.

«Cuando recuperé mi peso y me intenté poner ropa de antes y no me valía, fue muy duro»

«Cuando recuperé mi peso y me intenté poner ropa de antes y no me valía, fue muy duro. No he sido capaz de ir al gimnasio hasta este septiembre porque no era capaz de hacer deporte. Ahora que llega la Navidad, es complicado. También cuando tienes bajones de autoestima... tienes que estar pendiente de las alarmas, pero lo importante es tratar de normalizar todo lo posible y saber diferenciar entre lo que te pide la cabeza y el estómago», finaliza.

Ahora estudia Psicología, siente que lo decidió antes, pero que sus caminos estaban relacionados. Es una forma de ayudarse a sí misma pero, sobre todo, a los demás.

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