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Seguramente no están entre los primeros colectivos que se vienen a la memoria cuando se habla de los servicios esenciales durante la pandemia. Sin embargo los taxistas también formaban parte de este grupo y se convirtieron en un pilar fundamental para la movilidad de las personas en aquellos momentos críticos.
Arriesgando su salud a poca distancia de sus clientes, no solo transportaron a otros trabajadores esenciales, sino que también ayudaron a llevar a quienes necesitaban atención médica y no podían desplazarse por sí mismos. Su labor fue crucial para mantener la conexión ya que no funcionaban otros servicios de transporte público.
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Manuel Francisco Egido, Marcelino Pérez, Juan José Carabias y Amador Bajo formaban parte de la directiva de RadioTaxi Salamanca cuando se desató la crisis. Para ellos fueron días intensos de trabajo. El sábado 14, cuando se decretó el estado de alarma, tuvieron la primera reunión (junto al resto de miembros de la directiva) que se prolongó durante toda la jornada. Estuvieron organizando grupos de trabajo y avisando a todos los compañeros para ver cómo se dividían estos grupos.
Desde el primer momento estuvieron en contacto con el Ayuntamiento para comunicarle los turnos, que fueron aprobados de urgencia por el Consistorio para que empezasen a funcionar desde el mismo lunes, 16 de marzo. De este modo, se dividieron en tres grupos de 74 taxis y cada día podía trabajar sólo uno de ellos. El día anterior, el domingo, aunque no había grupos, ninguno salió a trabajar. «El sábado por la noche ya fue un desastre», recuerdan. Todo el mundo tenía miedo y apenas había personas para llevar.
¿Y quién cogía un taxi cuando se decretó el confinamiento? Los primeros días sobre todo tuvieron dos perfiles de clientes. Por un lado, trabajadores que iban a teletrabajar durante el confinamiento y que hacían pequeñas mudanzas con documentos y ordenadores desde sus oficinas a sus hogares.
Por otro lado, estudiantes temerosos de que más adelante no les dejasen volver a sus casas y que regresaban con sus padres en el único servicio público de transporte disponible. Con este motivo salieron muchos viajes, algunos incluso a Valencia.
Pero pasados los primeros momentos, el número de servicios se redujo de forma mucho más drástica. Pasaron de 46.000 a menos de 2.000 servicios al mes. Y muchos de sus clientes eran personas enfermas que se dirigían o volvían del hospital.
En muchas ocasiones, cuando los taxistas recibían el servicio ya eran avisados de que se trataba de personas con positivo en covid o posible positivo. El riesgo de contagio era evidente, especialmente al principio, cuando todavía se muy sabía poco de la enfermedad y carecían tanto de mascarillas como de gel hidroalcohólico y mamparas.
Desde la asociación preguntaron al Ayuntamiento si estaban obligados a llevar a los casos confirmados como positivos. La respuesta fue que sí. Tenían que hacerlo ya que eran el único transporte público en activo. Eso sí, después también estaban obligados a tomar las medidas oportunas y desinfectar. Eso suponía que después de llevar a cada persona había que limpiar a conciencia todo lo que había tocado.
Era habitual llevar las ventanillas abiertas para que el aire del vehículo estuviera siempre lo más limpio posible. Muchos tenían bandejas, bolsas y otros elementos para no tocar el dinero y que no sirviera como vector de contagio. Cada uno tenía sus trucos y protocolos. «Yo metía las monedas en una bolsa para no tocarlas y las sacaba tres días después, porque decían que pasado ese tiempo no había riesgo», recuerda Juan José Carabias.
Un par de empresas de limpieza de coches con ozono les ofrecieron sus servicios de forma gratuita. De este modo al final del día todos los compañeros que quisieran podían pasar a desinfectar el coche por la puerta de la asociación. En cuanto consiguieron gel hidroalcohólico, RadioTaxi aprovechó también ese momento para rellenarles los botes que les había proporcionado para este fin. «Nunca supimos con certeza si la limpieza con ozono era efectiva contra el covid», apunta Carabias, pero cualquier precaución que se pudiera tomar era poca.
Manuel, por su parte, recuerda que una asociación de mujeres de Garrido que de forma totalmente altruista había estado haciendo mascarillas de tela, le hizo llegar un envío para todos los taxistas. Fueron las primeras que consiguieron. Repartieron una para cada taxi y las sobrantes se las hizo llegar a la residencia Usera porque sus empleados tampoco tenían.
Cuando llegaban a casa tras todo el día trabajando, los taxistas también adoptaban medidas para evitar posibles contagios a sus familias. Algunos se cambiaban de ropa en la cochera y la metían en bolsas para lavarla nada más llegar a casa. Cada uno procedía a su manera porque no había unas pautas oficiales sobre cómo actuar.
Como los sanitarios y otros colectivos de riesgo, a algunos no les quedó más remedio que tomar distancia con sus familiares más vulnerables porque se encontraban en contacto estrecho con enfermos. Otros en la misma situación optaron por dejar de trabajar.
Pocas semanas después del inicio de la crisis pandémica, los taxistas de modo individual fueron encargando mamparas de metacrilato a medida para evitar contagios. Casi todos los que salían a trabajar las compraron.
La Junta de Castilla y León reaccionó tarde, y meses después les dio a todos los taxis de la Comunidad una, que además no era a medida de cada coche sino que había dos tamaños que no servían para todos los vehículos. La asociación considera que fue un gasto innecesario y que lo ideal hubiera sido que les pagaran las que ya habían comprado, o al menos una parte. Muchos sólo usaron las mamparas de la Junta cuando se les rompieron las anteriores, muy al final.
Estar parados en las calles a la espera de servicios llevó a los taxistas a ser testigos de primera mano de lo que en ellas pasaba. Horas y horas en las que sólo se escuchaba el canto de los pájaros y el ulular de las sirenas hacia el hospital. Silencio abrumador fueran por donde fueran. «Los primeros días me daban escalofríos, era impactante«, afirma Marcelino Pérez.
«Parecía el apocalipsis» explica Amador, que se alejó de la parada de la plaza del Mercado unos momentos el Viernes Santo por la tarde para tomar imágenes de la Plaza Mayor y el inicio de la calle Toro sin un alma. Le resultaba sobrecogedor pensar que un año cualquiera la zona estaría llena de salmantinos y turistas disfrutando la Semana Santa.
Marcelino recuerda que desde la parada de la avenida de Portugal, a la altura del Dover 21, veían a dos chicas haciendo gimnasia en la terraza y a un hombre mayor caminando, de un lado a otro en el balcón.
Pero la picaresca tampoco tardó en aparecer. «Veías a gente de paseo por todas partes y toda la mañana con la barra de pan en la mano», aseguran. Otros empezaban a sacar al perro junto a la Plaza de la Concordia y después se los encontraban en Pizarrales, a pesar de que no estaba permitido recorrer esas distancias.
Lo que a muchos les indignaba más era que mientras la mayor parte de la población salmantina se adaptaba a las restricciones, personas que se dedicaban al tráfico de droga y a la prostitución se saltaban las reglas para seguir con sus «negocios» a domicilio.
Y al mismo tiempo, empleadas del hogar que cuidaban a personas sin contrato salían a trabajar a escondidas y con miedo a ser descubiertas. «A veces nos paraban para pedir a los clientes sus justificantes de trabajo», recuerdan. La Guardia Civil era la que paraba más, pero también la Policía Nacional.
En el coche veían toda clase de circunstancias e inquietudes. «Unos se preocupaban porque no les dejaban salir de paseo, los compañeros porque no había clientes y la gente que llevabas al hospital, por si no salían vivos», detalla Juan José Carabias, a quien esos contrastes no le dejaban indiferente.
Los miembros de la directiva de RadioTaxi en la pandemia recuerdan que con frecuencia llevaban a gente muy enferma al hospital. Manuel recuerda que una monja «murió y resucitó» en su asiento de atrás. La mujer apenas podía coger aire, hacía ruidos extraños hasta que dejó de respirar. Su acompañante, otra monja, también la daba por muerta «será la voluntad de Dios», decía. Cuando de pronto volvió a recuperar el aliento, él no pudo reprimir la broma: «Será que el jefe todavía no la quiere arriba», le dijo.
Otras veces llevaban a familiares a entierros. Sólo podían ir un número muy restringido de personas, pero no podían compartir coche. Era duro ver en un vehículo al hijo, ir detrás con la mujer en el taxi y saber que en esos momentos de dolor no podrían darse un abrazo. Los traslados de los cuerpos al tanatorio se hacían en una furgoneta con remolque por la noche, detalla.
«Tuvimos tres meses de confinamiento y dos de desmadre», afirma Carabias. Cuando comenzó la desescalada aumentaron los incumplimientos de las normas. «Se organizaban fiestas nocturnas en pisos y casas. Era increíble. A las siete de la mañana, cuando se podían volver a mover volvían de fiesta. Hubo una segunda ola y más restricciones. «Se está muriendo la gente y vosotros de fiesta, sin mascarillas y borrachos», lamentaba.
La esperanza llegó en forma de vacunas y los taxistas de Salamanca fueron los encargados de transportar a los sanitarios y todo el material necesario para administrarlas en la provincia.
RadioTaxi Salamanca negoció el contrato con la Junta, que puso unas condiciones especiales a los vehículos que cubrieran ese servicio. Los coches tenían que tener un maletero amplio y con enchufes para las neveras, así como espacio suficiente para los sanitarios cumpliendo las restricciones de pasajeros.
Los primeros días la Policía estaba en los centros de salud hasta que se cargaban las vacunas y salían de la ciudad y después les esperaba la Guardia Civil, que les llevaban a los puntos de vacunación masiva, que en muchos casos eran pabellones.
En los pueblos, los vecinos estaban esperando las vacunas. «Llegábamos como héroes, había una expectación increíble. A pesar de todo no éramos un colectivo prioritario para la vacunación», incide Amador.
Marcelino Pérez recuerda que cuando fue a Ciudad Rodrigo les estaba esperando la Guardia Civil y cuando bajaron los sanitarios se quedó solo en una plaza en el coche y alrededor del mismo. No había nada abierto ni nada que hacer. En Béjar, por su parte, el destino era una residencia. Las horas pasaban y la vacunación no terminaba. «Me sacaron un bocadillo de tortilla francesa que estaba bien bueno porque llegó la hora de comer». Lo agradeció mucho porque se le habían acabado las chucherías que llevaba para la espera.
Manuel era el presidente de RadioTaxi en aquella etapa. Destaca que Salamanca fue la única capital de Castilla y León con una regulación de turnos para el trabajo de los taxistas, lo que sirvió para que tanto ellos como los clientes tuviesen las mejores condiciones. «Podemos estar muy orgullosos del trabajo bien hecho, se dio el mejor servicio posible». JM (José Manuel Fernández), que era el jefe de la Policía Local se portó muy bien con nosotros, porque todo lo que hacíamos tenía que estar autorizado por el Ayuntamiento y siempre nos lo facilitó».
En esta línea, insiste en que mantener el servicio nocturno de taxis durante la pandemia no era rentable. Apenas había servicios y con cuatro taxis se podía cubrir la demanda de toda la noche. No resultaba viable pagar el salario de la operadora. Por ello el Ayuntamiento se encargó de costearlo para que pudiera seguir funcionando.
En cambio, tiene una espinita clavada por la gestión de la Junta de Castilla y León, porque se negaron a vacunar a los taxistas dentro de los grupos de riesgo a pesar de que lo fueron de forma evidente. «Estábamos sentados al lado de los enfermos, compartiendo dos metros cúbicos de espacio», denuncia.
Durante todo el confinamiento y la desescalada las reuniones de la directiva para adaptar sus servicios y turnos a las nuevas normativas fueron frecuentes. Guardando las distancias, con mascarillas y respetando todas las normas, organizaban el trabajo. «Casi éramos un grupo conviviente, porque pasábamos más horas juntos que con la familia», bromea Amador.
Tenían que cambiar las pautas e informar a los socios. Primero las regulaciones de prohibían llevar a más de un viajero en cada coche, aunque si se trataba de una persona dependiente podía llevar acompañante. No podían llevar a nadie adelante. Después podían llevar a dos convivientes. Cada día algo nuevo.
Cinco años después, tres taxistas siguen trabajando con mascarilla de forma habitual. Fueron muchos los compañeros que sufrieron contagios. Uno falleció y al menos otros dos han quedado con secuelas irrecuperables. Alguno tuvo que dejar el trabajo por ello.
Como en otros sectores, a partir de ese momento se extendió el uso de datáfonos para pagar con tarjeta. Y el trabajo de las operadoras también se modificó, ya que también empezaron a teletrabajar en algunos turnos de refuerzo.
La pandemia fue momento de cambios, escasez de ingresos y adaptación. Pero demostró que todo funcionó mejor que en otras provincias gracias a que todos los taxis de la capital forman parte de una única asociación. Eso permitió sobrellevar de forma más inteligente y con descansos regulados meses en los que no había trabajo en la calle.
Quizá el papel de los taxistas en la pandemia solo sea reconocido por quienes necesitaron trasladarse y no tenían otro modo de hacerlo. Quizá fueron pocos miles de personas. Pero para ellas fue fundamental poder tenerlos al pie del cañón a pesar de estar expuestos al Covid que en tantas ocasiones viajó en el asiento de atrás.
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