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La brujería se trata de la actividad vinculada con el mal y la crueldad por antonomasia, y las mujeres dedicadas a este tipo de oficios han arrastrado a lo largo de los siglos, especialmente en el medio rural, la autoría de las desgracias que les ocurrían a los oriundos de un pueblo o una localidad.
En una sociedad profundamente religiosa, la buena suerte y la fortuna venían al mundo terrenal de la mano de Dios y sus Santos, mientras que las desgracias y las tragedias llegaban enviadas por las brujas, representantes del maligno en el plano terrenal.
En la geografía salmantina existe un punto marcado en rojo en lo que a existencia y presencia de brujas se refiere: Villarino de los Aires; tanto es así, que se llegó incluso a abrir un proceso, en 1591, contras dos mujeres acusadas de brujería en citado municipio.
Relataban las crónicas que en Villarino ocurrían fenómenos asombrosos e insólitos cuyas responsables no podían ser otras que las brujas que allí vivían y que, tal y como referían, se reunían para celebrar los aquelarres en el Valle de Zarapayas.
En este municipio, el prototipo de bruja no se alejaba demasiado del convencional y popularmente extendido: ancianas chepudas, de rostros poco agraciados, a las que había que impedir que se acercaran a los niños, así como al ganado y a las casas del resto de los vecinos.
Sobre los hombros de estas mujeres recaía el peso de todas las desgracias e infortunios que asolaban el pueblo, así como el robo o muerte de algún recién nacido.
En el siglo XX, la voz popular del pueblo aún advertía que de no andar con cuidado y tomar las precauciones necesarias, se podía ser víctima fácil de un mal de ojo «lanzado» por alguna de estas mujeres.
Los métodos de protección contra las brujas y toda suerte de embrujos y maleficios en Villarino de los Aires iban desde los de carácter religioso, como el agua bendita, o de índole profana como colocar tijeras debajo de la almohada emulando una cruz o poner una cabeza de ajo.
Así mismo, también era bastante habitual que los niños portaran a modo de colgante una pequeña bolsa en cuyo interior había una piedra de altar; y, aunque todo esto se nos antoje lejano, a día de hoy amuletos como la pata de conejo siguen siendo concebidos como protectores de embrujos, hechizos y males de ojo.
El conocido como «espantabrujas» se trataba de una pieza que se colocaba en lo alto de las chimeneas y cuyo objetivo era avisar o advertir a las brujas de que en el interior de ese domicilio, había numerosos amuletos de protección que harían las pesadillas de la hechicera.
Lógicamente, el uso de este objeto estaba basado en la creencia de que las brujas volaban montadas en sus escobas y que se colaban en las casas por las chimeneas de éstas.
Aunque, tal y como ya habíamos relatado, el asunto de que las brujas volaban no era del todo cierto ya que, durante los ritos que llevaban a cabo estas mujeres, untaban palos de las escobas de estramonio y se los introducían en la vagina, donde se encuentran unas mucosas que permitían una absorción más rápida de esta droga; todo ello con el objetivo de alcanzar una mayor dimensión espiritual.
De esta forma, las brujas, acababan 'volando' 'subidas' a sus escobas.
Así pues, las brujas (o supuestas brujas) y sus artes se hicieron con la historia, la cultura y la tradición oral no solo de un pueblo, sino de toda una provincia.
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