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Estela apenas tenía 24 años cuando decidió coger el traspaso de Manualidades Parchís. Acababa de terminar la carrera de Farmacia y, por razones personales, decidió que ese no era el camino que quería seguir. Que su presente y futuro tenía que cumplir con el pasado que la hizo feliz. Esa infancia en el pueblo, junto a su madre, donde pintaban las figuras del Belén. Esa infancia entre arte que su madre le transmitió le sirvió a Estela para tomar las riendas de esta tienda-taller hace ya 26 años.
En junio de 1999 abrió las puertas de su pequeño oasis de paz. «Lo cogimos en mayo, lo reformamos un poco y el 1 de junio empezamos», comenta Estela. Un rincón que ella define como terapéutico y que en un mundo sumido en la tecnología, la necesidad de concentrarse en crear es cada vez mayor. «Desde hace unos años se enfoca de otra manera. Es cierto que se nota que la gente quiere hacer algo más que estar enganchados a una pantalla», asegura Estela.
Algunas de las personas que acuden al taller religiosamente han acompañado a Estela desde sus inicios. «Tengo alumnas que llevan conmigo 25 años», explica. Y muchas de esas personas amantes del arte acompañan ahora a una segunda generación que hace eterno Manualidades Parchís. De hecho, ha sido un regalo muy recurrido este pasado domingo por el Día de la Madre. «Les hago una especia de vale para unos monográficos y somos flexibles con la fecha», explica.
Esa emoción de seguir transmitiendo conocimientos a lo largo de los años hacen a Estela afirmar sin duda que no se equivocó de camino. «No me arrepiento para nada de haber tomado la decisión de coger el taller, al revés, me encanta», añade. En sus palabras comparte la felicidad que para ella supone tener su taller llena de gente dispuesta a aprender. «Sobre todo me gusta la gente que tengo alrededor, mis alumnos y alumnas no las cambio por nada», asegura emocionada.
Todos ellos se sienten en libertad a la hora de elaborar sus creaciones. «Antes en las clases se ponía una figura y todo el mundo la tenía que pintar igual, ahora todo está más enfocado a lo que es la decoración y cada uno hace lo que le gusta», explica Estela. No hay ningún patrón establecido y de ellos nace la imaginación para tener un resultado. Y, con el resultado entre las manos, todas las horas merecen la pena. «Tengo un trabajo muy bonito y muy agradecido», concluye.
Además de funcionar como taller, funciona como tienda con algunas de las creaciones que ella misma hace. Piezas restauradas, figuras hechas a mano, cuadros. Sin embargo, reconoce que da pena venderlas. «Es inviable guardarlo todo y hay que venderlo, pero da pena deshacerte de ellas», explica. No sólo por el tiempo y el esfuerzo que implica obtener el resultado esperado, sino porque algunas de las que se ponen a la venta guardan un matiz personal. Una segunda vida a los objetos que tanta vida dieron, sin embargo, hay cosas que no merecen pasar a otra vida. «Tengo un taburete que hizo mi padre muy sencillo. Ese sí que no lo vendo por nada del mundo.»
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