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El 2 de mayo de 2014, la Guardia Civil madrileña recibió un aviso en forma de llamada; al otro lado de la línea, una mujer aseguraba que había llamado a su padre en reiteradas ocasiones y que este, no contestaba al teléfono.
La Guardia Civil se personó entonces en el domicilio del comandante Pascual, en la localidad madrileña de la Rozas, con el objetivo de confirmar que este se encontraba bien y que,únicamente, se trataba de una falsa alarma.
Sin embargo, y en contra de todo lo imaginable, la Guardia Civil se topó con la macabra escena de un crimen.
El cadáver del comandante yacía en el suelo y presentaba un cuchillo clavado en el cuello.
Sin embargo, no era el único cadáver que se hallaba en el domicilio ya que, el perro del fallecido, también había sido asesinado brutalmente.
Ambos cuerpos presentaban lesiones producidas por un objeto romo que, con casi absoluta seguridad, se trataba de un martillo.
Las primeras inspecciones oculares realizadas por la Guardia Civil arrojaron datos que serían cruciales durante las investigaciones.
La puerta principal del domicilio no había sido forzada, y en el piso superior las camas estaban deshechas, había un cenicero lleno de colillas y dos preservativos usados en el suelo; todo parecía indicar que se trataba de un crimen con móvil sexual.
La Guardia Civil también encontró un calendario donde en el 2 de mayo de 2014, fecha en la que había sido asesinada la víctima, el comandante Pascual había escrito lo siguiente: «viene Paco, de Béjar, a las siete horas». Encontraron, además, una hoja en la que el militar había dejado escritos sus planes para ese día: «ir a la Plaza Mayor, comer en la estación de Príncipe Pío».
Finalizada la inspección ocular, comenzaron las declaraciones de los vecinos, los cuales podían ser posibles testigos visuales, y de los familiares de la víctima. Todos ellos coincidían en algo y es que, el ya retirado comandante, era un hombre desconfiado, así como meticuloso y ordenado.
También era algo curioso cómo, cada vez que la víctima abandonaba el chalet, dejaba un cartel colgado en la puerta de su casa que rezaba lo siguiente: «La policía está llegando a este chalet. Ha sonado la alarma en comisaría y en Prosegur».
La Guardia Civil Madrileña concluyó que el comandante conocía a su verdugo y había sido él mismo quien le había permitido el acceso al domicilio.
La benemérita comenzó, entonces, a sumergirse en el entorno familiar de la víctima.
El comandante Pascual no era hijo único, contaba con tres hermanos más con los cuales, estaba lejos de tener una buena relación. La mala relación entre los cuatros hermanos llegaba a tal extremo que ninguno de ellos conocía a sus respectivos sobrinos. Sin embargo, uno de los hermanos reveló a la Guardia Civil que el comandante solía alardear de mantener relaciones sexuales con sus asistenta,quien era 20 años menor que él, y a quien pagaba 100 euros extra a cambio de un par de visitas semanales.
El declarante planteó, además, una extraña posibilidad, y es que, la víctima al rozar los 80 años de edad no era capaz de seguir la tónica habitual de los encuentros y esto, podía haber molestado a la mujer.
Las sospechas se dirigieron, entonces, a la asistenta.
Esta confirmó la versión brindada por el hermano de Ángel, asegurando que era cierto que mantenían relaciones pero que, durante estas, nunca utilizaban preservativos así como que los actos tampoco tenían lugar en la cama de matrimonio por respeto a la difunta mujer de la víctima.
Además, la mujer tenía coartada para la noche en la que se había perpetrado el crimen.
Tras la declaración de la asistenta, la Guardia Civil comenzó a trabajar sobre una nueva hipótesis: todo lo hallado en la escena del crimen no era más que una especie de escenario falso, montado a propósito con el objetivo de engañar a la benemérita ya que, entre otras cosas, el comandante no fumaba y tampoco dejaba fumar en su casa.
Llegó entonces una de las declaraciones clave que determinarían el rumbo de la investigación.
Francisco Pascual, hermano de la víctima, de 74 años de edad y vecino del pueblo salmantino de Béjar, comenzó a relatar a los investigadores las malas relaciones que existían en la familia por culpa del coronel.
Tal y como declaró Francisco, apenas un mes antes de que el comandante fuese asesinado, este se insinuó a su cuñada llegándole a ofrecer, incluso, irse a vivir con él. «Le dijo a la mujer de nuestro otro hermano que se fuera con él, que iba a estar mejor con él que con mi hermano. A partir de esto, rompieron la relación». El cuarto hermano tampoco mantenía ningún tipo de vínculo con el coronel.
Sin embargo, Francisco, afirmó tener una correcta relación con el militar asesinado.
Tal y como relató, ambos habían coincidido en el Sáhara (que por aquel entonces era español), como militares. Su hermano, Ángel, hizo carrera en el ejército y Francisco terminó desempeñando el oficio de mecánico. Francisco llegó a confesar que dos meses antes del asesinato de su hermano le había solicitado dos o tres mil euros para arreglar el coche, denegándoselo la víctima.
La Guardia Civil le preguntó, además, por la cita que figuraba en el calendario de la víctima el mismo día que se había llevado a cabo el crimen.
Francisco negó haber viajado a Madrid esa mañana. Les contó que había hablado por teléfono con su hermano para verse, pero que al final no habían llegado a concretar nada. Aseguró que él no se había movido de Béjar y que había acudido al supermercado a comprar comida para su perro. Para confirmar su coartada, Francisco mostró a la Guardia Civil un ticket datado en el día del crimen. Todos los focos de la investigación se alejaron de Francisco.
Con la tranquilidad que le infundió a Francisco no ser sospechoso, invitó a otro de sus hermanos a su casa, en el pueblo salmantino de Béjar. Este tercer hermano, con domicilio en Alcobendas.
Durante esa reunión, en fechas próximas a la Navidad, ambos hermanos se reconciliaron.
El madrileño, además, le comentó que tenía cierto miedo de que le entraran en casa como le había pasado a su hermano, por lo que le dio una llave de su domicilio a Francisco.
Le comentó que contaba con 10.000 euros, los cuales estaban escondidos detrás de la lavadora y otros 4.000 euros más ocultos en varias cajas de DVDs.
El tercer hermano, tras toda una tarde de charla, decidió volverse a Madrid al caer la noche pese a no encontrarse bien. Al coger el coche y comenzar a conducir, una inexplicabe sensación de somnolencia se va apoderando de él, lo que hace que pierda el control del coche y tenga un accidente de tráfico. Tras Pasar dos días ingresado en el hospital, regresa a su domicilio percatándose entonces de que el dinero que tenía escondido, había desaparecido misteriosamente.
Ante la desaparición del dinero, acude a comisaría, manifestando que su hermano le invitó a su casa del pueblo y que allí, este, introdujo algún tipo de droga o somnífero en su bebida, lo que produjo los efectos que le hicieron perder el control del coche.
Aseguró, además, que su hermano había entrado en su casa a robarle, ya que conocía los lugares exactos en los que se escondía el dinero. Es entonces cuando Francisco vuelve a situarse en el punto de mira de la investigación por el asesinato de su hermano Ángel.
Francisco padecía de cáncer de próstata en un estadio bastante avanzado, lo que lo presentaba como un sujeto incapaz de perpetrar un crimen tan elaborado como el del coronel, recorriendo más de 200 kilómetros de ida hasta la capital y otros 200 de vuelta al pueblo de Béjar pudiendo, además, pararse a comprar en el supermercado del pueblo comida para su perro. Sin embargo, había algo que llamaba poderosamente la atención: Francisco no acudió al entierro de su hermano asesinado ni tampoco a ver al hospital a su otro hermano, aunque, eso sí, lo llamó por teléfono para ver cómo se encontraba.
Todo le señalaba como autor del crimen de su hermano Ángel y como autor del intento de homicidio de su otro hermano. Así pues, la Guardia Civil acudió a buscarle con el objetivo de interrogarle nuevamente, sin embargo, Francisco no se encontraba en su domicilio, había desaparecido.
Lo cierto es que Francisco, sospechoso de asesinato y de otro intento de homicidio, de 74 años y con un estado de salud débil a consecuencia del cáncer, no podía haber ido muy lejos.
La Guardia Civil desplegó un dispositivo sin éxito con el objetivo de dar con su pista en Béjar, así como en Madrid, lo que llevó a los investigadores a optar por esperar a que Francisco acudiera a un banco y poder así, dar con su pista y paradero.
La espera dio sus frutos, llegando a interceptar a Francisco sacando dinero en cajeros próximos a la capital española.
Pese a que la Guardia Civil pensó que el sospechoso encontraría refugio en las cercanías de donde se había localizado su pista, Francisco sorprendió nuevamente a la Guardia Civil ya que, el punto geográfico que escogió para esconderse de las autoridades estaba bastante lejos de donde se le esperaba, en el Cabo de Gata, en Almería.
Francisco se inscribió en el camping de los Escullos, en el desierto de Níjar y hasta allí, se desplazó la Guardia Civil madrileña para detenerle. Un dato escabroso así como curioso es que, cuando la Guardia Civil procedió a su detención, le encontraron viendo un programa televisivo sobre crímenes sin resolver donde se explicaban errores que pueden llegar a cometer los asesinos más inexpertos. Eso sí, la Guardia Civil no hizo público cómo dieron con su paradero.
En el lugar donde se refugiaba, la benemérita encontró varios botes de tinte de pelo con los que el sospechoso se había teñido el pelo y la barba de negro, con el objetivo de difultar su identificación. Ya de vuelta a la provincia salmantina, y con el sospechoso detenido, se procedió a la inspección del domicilio de Francisco.
Durante el registro del domicilio de Francisco, la Guardia Civil halló varios relojes y sables que pertenecían al militar asesinado, quien era aficionado al coleccionismo. Encontraron, además, un martillo que podía tratarse del arma con el que la víctima y su perro habían sido golpeados brutalmente. La Guardia Civil recurrió entonces al servicio de uno de sus miembros del servicio cinológico, un perro de nombre Fatal.
Ya en el domicilio de Francisco, Fatal marcó restos de sangre en la ropa de este, así como en uno de sus zapatos.
La Guardia Civil había dado con el asesino de Ángel Pascual.
El móvil del crimen, tal y como apuntarían las conclusiones posteriores de la investigación, no sería otro que la afición enfermiza de Francisco Pascual por las apuestas, lo que le acabó convirtiendo en un asesino.
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