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Silvestre Sánchez Sierra, en su restaurante de Barcelona. SH

Silvestre Sánchez Sierra, el pastor que creó un imperio y lo llamó Salamanca

Obituario ·

Trabajador incansable, conquistó Barcelona con sus restaurantes, pero siempre quería regresar a casa. Taurino y futbolero, amaba sus raíces más que a nada. Generoso hasta lo inaudito, deja un gran legado económico, pero más grande todavía en lo humano

Félix Oliva

Salamanca

Viernes, 5 de diciembre 2025, 17:18

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La anécdota es más que conocida, pero desde hoy ya se puede elevar de categoría. Cuenta la leyenda que si eras de Salamanca y aterrizabas en Barcelona, Silvestre Sánchez Sierra se iba a enterar. Y después de enterarse, te pondría un taxi y te invitaría a comer. Y era cierto: muchos de los salmantinos que alguna vez pararon en la capital catalana se enfrentaron a su extrema hospitalidad. Hoy, lo que era leyenda se convierte en mito, la historia fabulosa de una persona excepcional.

Silvestre Sánchez Sierra (Aldearrodrigo, 1937), ha fallecido este 5 de diciembre de 2025 en Barcelona. Empezó de la nada en un pequeño pueblo de Salamanca. Cuarto de seis hermanos, allí ayudaba como pastor a su padre en las tareas del campo. Cuando llegó la edad de hacer la mili, cumplió el servicio militar e ingresó en la Policía Nacional, donde inició una carrera meteórica de éxito y generosidad.

Tras ganar sus primeros sueldos y gastarlos en su familia (un reloj de pulsera y una tele para su padre), y cuando ya pensaba regresar a Salamanca para fundar su familia, le ascienden y destinan a Barcelona. Fue en 1963. Allí se ganaba la vida holgadamente con las 2.000 pesetas del salario policial y trabajando vendiendo seguros en El Corte Inglés. Hasta que llega la oportunidad de comprar un bar.

Un joven Silvestre, en la barra; con Plácido Domingo; y en los primeros años.
Imagen principal - Un joven Silvestre, en la barra; con Plácido Domingo; y en los primeros años.
Imagen secundaria 1 - Un joven Silvestre, en la barra; con Plácido Domingo; y en los primeros años.
Imagen secundaria 2 - Un joven Silvestre, en la barra; con Plácido Domingo; y en los primeros años.

El local se llamaba 'Ca Rosith' y estaba en La Barceloneta. Lo compra con un socio para que lo lleve su inseparable hermano, Modesto. Se dedica a los pescados, pero alcanza la fama con los bocadillos de jamón de Guijuelo y con el nombre con el que ha pasado a la posteridad: Restaurante Salamanca.

Aquel fue lugar de peregrinación no sólo para los salmantinos que pisaban Barcelona y a los que, merced a su red de espías, siempre acababa descubriendo, sino para la flor y nata de la sociedad catalana y española, desde artistas a futbolistas o famosos. Lo ha sido hasta el último día: Lamine Yamal ha sido la más reciente incorporación a la galería de retratos de ilustres que adorna el local.

Se convierte en un lugar de culto por los pescados, el jamón y el exquisito trato de Silvestre, que se convierte en un cara conocida, respetada y querida. Su éxito es arrollador y abre dos locales más, pero nunca deja de pensar en Salamanca.

El día de su homenaje en Aldearrodrigo, con la vicepresidenta de la Junta, Rosa Valdeón.

Aquí mantiene negocios señeros como el restaurante El Pato Rojo o la zapatería Silmo's, además de restaurantes y bares en la propia Plaza Mayor. Y en su pueblo lanza iniciativas como una explotación ganadera, además de correr con todo tipo de gastos de forma altruista para invertir en su tierra de su origen.

Además de los toros, cita ineludible cada septiembre en las Ferias y Fiestas, Silvestre es futbolero y se mete de lleno en la añorada UD Salamanca para ayudar a su amigo, Juan José Hidalgo, presidente del club en sus mejores años y otro salmantino de pura cepa. En la Unión, Silvestre hace de todo, siempre con generosidad; además de agasajar a jugadores y directiva cada vez que visita o se aproxima a sus dominios en Barcelona, invierte en el club, aporta sumas importantes, ayuda al equipo en sus peores momentos, a los aficionados... Mil veces sacó la chequera.

Silvestre, con el exalcalde Julián Lanzarote, el día que fue pregonero de las Ferias.

Mítico fue su discurso en uno de los partidos de presentación del equipo a comienzos de los años 2000. Impecablemente vestido (como era norma) y desde el centro del campo, con el equipo de corto y la afición en las gradas (célebre su grito de «¡Y las peñas, las peñas!»), enardeció el orgullo de una entidad que empezaba a notar en sus entrañas la carcoma de las dificultades económicas. Aquel día, micrófono en mano, acabó llorando.

Medalla de Oro por el Ayuntamiento en 2009 y pregonero de las Ferias y Fiestas en 2007, reconocido con uno de los premios de Hostelería de España y con la medalla de la Cámara, Cecale de Oro... premios los tenía todos, pero un reconocimiento le llegó como pocos: el homenaje que en 2015 le dio su pueblo (con un pabellón a su nombre), donde ahora descansará para siempre.

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