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A lo largo de más de un siglo, el paso del tiempo ha dejado huellas profundas en cada rincón de su vida. Con 101 años, Rosa pertenece al 0,08% de personas centenarias en Castilla y León, siendo así testigo y protagonista de un mundo que se ha transformado y sin perder la claridad de quien ha vivido tantas vidas como años.
Nació en 1923 en El Maderal, un pueblo de Zamora. A los 3 años se quedó sin padre y sus abuelos la criaron. Hasta los 15 años tuvo la suerte de poder ir al colegio todos los días, lo cual era algo casi imposible en esa época. Después, aprendió a coser y apenas con 23 años se casó. Entonces, empezó a viajar por toda España a causa de la profesión de su marido, Guardia Civil. Primero se marchó a Bilbao, dejando el pueblo y su familia.
Allí empezó una nueva vida que cambió cuando tuvo a sus cinco hijos. De Bilbao se fue a Salamanca, donde vivió la mayor parte de su vida, pasando por Medina de Pomar (Burgos). Al poco tiempo, se fue a Valencia durante unos tres años y regresó a Salamanca, concretamente al municipio de Vitigudino donde se retiró su marido. Finalmente, volvieron a la capital charra y se instalaron en la avenida de Portugal. Aunque también visitaban el pueblo porque para ella El Maderal es su hogar de siempre «aquí me crié y aquí me moriré».
Rosa
Para Rosa Salamanca significa mucho, disfrutó mucho de sus años viviendo allí. «Mi vida en Salamanca fue muy buena». Recuerda que le gustaba coser punto cruz y salir con las amigas. Todas las tardes iban a jugar la partida o a tomar chocolate en la zona de la catedral. Asegura que, en ese entonces, Salamanca estaba mejor que ahora, «me parece que había más tiendas, más alegría, era otro ambiente». Actualmente, los días que Rosa vuelve a la ciudad para visitar al cardiólogo, tiene esa impresión respecto al paso del tiempo. Años más tarde, tras fallecer su marido, sus hijos la animaron a volver al pueblo y regresó al hogar que la vió nacer, El Maderal.
A sus 101 años, Rosa ha logrado adaptarse a las nuevas tecnologías, utilizando su teléfono móvil a diario con la misma facilidad que cualquiera en la era digital. Se comunica con sus hijos mañana y tarde, les da los buenos días, y también llama a sus amigas.
Su rutina diaria es un reflejo de una vida plena, donde cada gesto está marcado por la sabiduría del tiempo y la vitalidad de quien nunca deja de adaptarse. No hay mañana que falte la misa en la televisión y, por la tarde, si hace bueno, se anima y sale a pasear con el andador. «Me manejo muy bien yo sola en casa».
Los recuerdos de Rosa siguen vivos, como retazos de un pasado lleno de momentos felices que guarda con cariño como las meriendas familiares que hacían cada semana en la finca del pueblo. «Esos ratos no se pueden olvidar». La vida desde entonces ha cambiado mucho, afirma Rosa. «No es que antes se viviera mejor, porque se vivía mal, ahora se vive demasiado bien porque queremos todos más aún sin poder y eso es hacer un esfuerzo que no se debería de hacer». Ella lo ve reflejado en sus 11 nietos y 11 bisnietos, «el desván está lleno de juguetes y, aún así, quieren más».
Con este planteamiento, hace un llamamiento a las nuevas generaciones. «Les diría que fueran buenos, prudentes y se quieran y ayuden más unos a otros». Cuenta que no hay ningún secreto en concreto para llegar a 101 años, que ella no hace nada extraordinario, aunque en cada una de sus comidas no puede faltar un vaso de vino con gaseosa. Afirma que siempre ha estado muy cuidada de médicos y siempre ha sido una persona muy activa. Sin ir más lejos, hace dos años, fue a recorrer todo el pueblo y le dieron un diploma que le brindaba todo el mérito.
A sus 101 años, Rosa sigue siendo un ejemplo de resiliencia y sabiduría y nos recuerda que la vida no se mide en años y que no es solo una cuestión de tiempo, sino de cómo se vive cada momento que ofrece.
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