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-«Lo encontré con dos bolsas de basura y lo primero que hice fue acompañarle al supermercado para comprar lo básico».
-«Es mi ángel de la guarda».
El mundo rural de Salamanca da y quita oportunidades por igual. Mientras que unos se ven obligados a marchar en búsqueda de estudios superiores o trabajo, otros vienen con el objetivo de encontrar en la provincia empleo y estabilidad. Es el caso de Pedro. Llegó de Venezuela, sabiendo que tenía trabajo en una ganadería salmantina, sin embargo, fue tratado como un inferior, pasó de intentar ganar dinero a deber y apenas podía comer. Sus jefes -que más que jefes creían ser sus dueños- en menos de un mes le dijeron que prescindían de sus servicios. Fue ahí donde apareció Carlos Rodríguez Mateos, propietario de las ganaderías de toro bravo Valrubio y Valdeflores.
Pedro vino con contrato, es decir, de forma legal, pero sin su mujer y sus hijos. Hasta que no tuviera un hogar, un trabajo y cierta estabilidad no quería hacer pasar penurias a su familia, las pasaría el solo. Miradas por encima del hombro, comentarios racistas y chulería marcaron sus primeros días en la provincia.
Le pedía a Dios poder traer a su familia. «Y Dios me escuchó poniéndome en su camino al señor Carlos. Gracias a él estoy aquí, igual que mis hijos y mi esposa», dice emocionado. Además, en menos de 30 días ampliará su familia, su mujer está embarazada.
Las lágrimas asoman por sus ojos nada más empezar a hablar: «Ha sido duro. Ha sido fuerte dejar mis orígenes, mi otra familia, mi país, pero precisamente me fui por la situación en la que se encontraba. Llegué a España y no estuve bien, pero de repente apareció Carlos, quien me ofreció trabajo y comencé a vivir en Monleras. Allí la gente me tendió la mano, me recibió como si estuviera en Venezuela. Me siento acogido, como si estuviera en casa».
Le pedía a Dios poder traer a su familia. «Y Dios me escuchó poniéndome en su camino al señor Carlos. Gracias a él estoy aquí, igual que mis hijos y mi esposa», dice emocionado. Además, en menos de 30 días ampliará su familia, su mujer está embarazada.
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¿Vive mejor en Salamanca que en su ciudad natal de Venezuela? «Mi cuerpo y mi alma están aquí, pero mi corazón está allí. Pero salí para buscar un futuro mejor. Además, yo no quise emigrar de mi país sin ser legal. Hice todos los trámites, empecé de cero, sólo para poder viajar. Me pusieron muchas trabas, pero al final estoy aquí y voy a seguir aquí», responde.
Ahora comparte tiempo con Jose, compañero y amigo; baila con las personas mayores en la 'mini verbena' del pueblo; y lleva a sus hijos a jugar a la Plaza con el resto. Su vida es tranquila, no pide más, aunque para ser plena requiere a sus padres. Llora de nuevo al hablar de ellos, acaba de tener una videollamada con su madre. «Ellos no quieren irse de Venezuela, ellos 'muere con las botas puestas'», finaliza.
Carlos es el «ángel de la guarda», el otro lado de la historia. No se considera como tal, pero sí maldice y bendice a partes iguales el día que se cruzó en su camino con Pedro. Lo maldice por lo duro que fue verlo en esa situación tan extrema, lo bencice porque pudo darle una segunda oportunidad. Su familia ya tenía el pasaje comprado. Estaba en camino.
Él también se emociona, cuando comienza a recordar, y a los interlocutores se nos ponen los pelos de punta: «Le pregunté si tenía que llevar un remolque para traer todas sus cosas. Me dijo que no, que solo tenía dos bolsas de basura. Y no tenía nada más. Tuvimos que pasar por un supermercado para comprar alimentos básicos y en dos días pudimos conseguir una casa, que ojalá hubiera estado en mejores condiciones. Recogí muebles de Vitigudino para que pudiera tener al menos sillas, muebles para los niños... fue muy fuerte».
De los últimos tres contratos que Carlos ha realizado en su empresa, los tres son extranjeros -dos venezolanos y un marroquí-, lo que ejemplifica el problema que atraviesa el campo en España y, en concreto, en Salamanca: «No encuentro trabajadores para el campo. El español prefiere las 'paguitas' y no quiere trabajar. La vida nos da gente como Pedro, que realmente quiere ponerse a trabajar».
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