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La Hermandad de Nuestro Padre Jesús Flagelado y Nuestra Señora de las Lágrimas, la del color eminencia y los zapatos de hebilla, escoltas y guardianes del «Cristo torero», ha desarrollado y mantenido una identidad y estilo únicos y de mucho calado en la Salamanca cofrade, a lo que contribuye que su origen esté entre los dependientes del comercio. Una hermandad con gran presencia de mujeres, ya que son ellas las encargadas de portar a Nuestra Señora de las Lágrimas, en ese amargo camino que hace la Madre tras el Hijo azotado cada noche de Miércoles Santo por Libreros y Calderón Barca, dos calles que casi pertenecen al patrimonio artístico de la hermandad.
Volvemos a la Clerecía. Esta vez, ante Jesús Flagelado, nos atiende José Manuel Canal, hermano mayor, que nos destaca tanto la ilusión como la importancia de poder volver a la calle tras la suspensión del año pasado: «Jesús Flagelado es una imagen que no tiene culto público, salvo los momentos en los que la hermandad realiza sus actos, es el inconveniente que tiene la hermandad y, para nosotros, cada momento que podemos aprovechar para enseñárselo a los demás, pues lo hacemos.
Esperamos cada Miércoles Santo con esa ilusión de que se reencuentre con el pueblo de Salamanca, que espera con ansia por verle, y que nos respete el tiempo». Una suspensión que no influye en el crecimiento de la hermandad, aunque sí lo hace el impedimento de culto a las imágenes: «Estamos en las mismas cifras de altas que otros años, con lo cual, mucho no nos ha afectado. Es verdad que, si nuestra imagen pudiera ser mucho más visitada, evidentemente el número de hermanos se incrementaría. Es lo que tenemos, es lo que nos toca vivir, y tenemos que intentar facilitar el ofrecer momentos puntuales para todo aquel que se quiera acercar y compartir un momento con Jesús Flagelado».
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Es una reivindicación común de las dos hermandades de la Clerecía, el reabrir la iglesia al culto: «En la Clerecía nos apoyan mucho, también hay que decirlo, una cosa no quita la otra. Pero aquí siempre hemos estado acostumbrados a que la iglesia estaba abierta, venía mucha gente a misa y, de repente, cambió el sistema. Al final, el turismo muchas veces también vence a la fe. La iglesia nuestra se convirtió en un referente para el turismo de Salamanca. Es comprensible, pero también se puede compatibilizar. Que haya momentos al día que se abra la iglesia al público para que fieles y hermanos puedan visitar sus imágenes, con eso nos serviría».
La hermandad no presenta ninguna novedad visible, pero sigue buscando mejoras en la logística procesional: «Como el año pasado no pudimos procesionar, quedó todo un poco en el tintero. Más que referente al patrimonio, que conservamos todo lo que tenemos, siempre le damos una vuelta a la procesión, para hacerla un poco más ligera y más cómoda para los hermanos. Este año estamos pensando otra vez en la entrada, que estamos buscando otra nueva fórmula para que siga siendo igual de vistosa pero menos cansada para los hermanos».
José Manuel, como director musical de la agrupación que acompaña al titular de su hermandad, señala la importancia de los lazos con unas bandas que ya son como un hermano más: «De hecho, la Agrupación Musical Virgen de la Vega es hermana honoraria de la hermandad desde hace muchísimos años y la Banda de Música de Alba Tormes tiene vinculación también de muchos años. Y es lo que se pretende un poco, que se genere ese lazo, que los músicos se sientan parte de la hermandad, la vivan como el resto de hermanos. Además, ellos van en unos puestos privilegiados, detrás de las imágenes. Y tratamos eso, que se sientan parte de nuestra gran familia y que puedan disfrutar como nosotros».
En cuanto a la Semana Santa salmantina, ¿qué considera qué le falta, o le sobra?: «Le falta más participación de los hermanos dentro de las hermandades y le sobra afán de procesión. Reducimos todo siempre a la Semana Santa y perdemos la parte esencial de las hermandades, que es el resto del año, donde puedes ver a los hermanos, donde nos podemos ayudar los unos a los otros. La gente que participa en esos momentos es lo que acaba agradeciendo. Una procesión es un acto más, que es verdad que es la guinda del pastel, pero no tiene más importancia. Es lo más bonito, lo más atractivo, pero hay muchas cosas más importantes. Y a la Semana Santa lo que le falta es eso, poder vivirla todo el año y participar con más intensidad en la vida de hermandad».
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