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J. Castillo
Jueves, 26 de septiembre 2024, 00:13
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La irrupción de los teléfonos inteligentes (y por ende las redes sociales) propició que llevásemos una doble vida: la real y la digital. Lo más normal es pasarse la semana interactuando con la cajera del supermercado o los compañeros de trabajo, lo que nos obliga a mantener el contacto con amigos y familiares a través de aplicaciones de mensajería o algún comentario que otro en Instagram.
Nuestro yo virtual se compone así de todo aquello que publicamos en Internet; contenidos que a menudo llegan también a meros conocidos e incluso a completos extraños, a quienes intentamos impresionar con fotos y vídeos que falsean una vida idílica. Esto conduce al fenómeno conocido como 'oversharing', o lo que es lo mismo, a revelar una gran cantidad de detalles sobre nuestra vida personal.
Si lo extrapolamos al plano físico, el oversharing equivaldría a que un desconocido se te acercase en plena fiesta para contarte que ha cazado a su pareja siéndole infiel. Incómodo, ¿verdad? Lo mismo ocurre cada día en sitios como X (la antigua Twitter), donde millones de usuarios exponen públicamente sus problemas con la familia política, las amistades o el trabajo. Nada garantiza que estos 'tweets' no terminen llegando a las personas aludidas, dada la viralidad de las miserias y cotilleos en la red de redes.
Que una persona se pase el día contando intimidades por Internet (o compartiendo cualquier cosa, por el mero hecho de mantenerse activa digitalmente) evidencia una baja autoestima, explica el experto en seguridad estratégica Eduardo E. Hurtado: «Este tipo de personas buscan reconocimiento ajeno para sentirse mejor consigo mismas. Publicar aspectos de su vida privada puede ser una forma de obtener 'me gusta', comentarios positivos y atención, sirviendo como una fuente de validación externa».
El psicólogo Armando Arafat alude también a la soledad como detonante: «Quienes se sienten solos ansían conectar con los demás, lo que anula sus habilidades sociales y les hace compartir sin ton ni son en las redes sociales». Arafat señala igualmente que los usuarios propensos al oversharing suelen presentar cuadros ansiosos, conductas de evitación a una realidad que no les satisface y una personalidad victimista: «Obtienen su poder e influencia compartiendo historias que despierten la compasión de los demás».
Por último, la educación juega un papel clave en el oversharing, como bien recalca la Asociación Castellano Leonesa para la defensa de la infancia y la juventud ('REA'): «Los denominados nativos digitales comienzan a usar dispositivos desde edades tempranas, sin la supervisión de los adultos. Además, en algunos casos los menores de edad ya son expuestos en redes por sus propios familiares, por lo que viven con normalidad el contar cada detalle de sus vidas en Internet».
Más allá del perjuicio psicológico de buscar la aprobación de los demás usando las redes de forma compulsiva (y de la mayor probabilidad que esto conlleva a desarrollar el temido 'FOMO', las siglas en inglés que designan el miedo a quedarnos fuera de nuestro círculo digital), el oversharing puede suponernos un riesgo en términos de integridad física y ciberdelincuencia.
Pongamos algunos ejemplos: si publicamos fotos mientras estamos de viaje, arrojaremos señales de que no estamos en casa, propiciando una intrusión. Igualmente, compartir imágenes del exterior e interior de la vivienda revela su ubicación y evidencia posesiones de valor como dispositivos electrónicos, vehículos de alta gama, obras de arte o artículos de coleccionista. En algunas ocasiones también podemos poner en el foco a miembros de nuestra familia (publicando imágenes o información), lo que expone sus identidades e incluso los lugares que frecuentan.
Además, por rocambolesco que parezca, todos estos datos pueden resultar útiles para que cualquiera adivine nuestra contraseña o pregunta de seguridad, explica el equipo de soporte de Microsoft: «Los atacantes pueden encontrar respuestas a preguntas corrientes de seguridad como '¿Cuál fue el nombre de su primera mascota?' o '¿A qué instituto asistió?' con una simple búsqueda en sus redes sociales».
Por fortuna, contrarrestar el oversharing es posible siguiendo estos cuatro pasos avalados por expertos:
1. Pensar antes de compartir: Antes de publicar algo, mejor preguntarse si nos gustaría verlo en la primera página del periódico local. Si la respuesta es negativa, toca abstenerse. Una vez en la red, las posibilidades de que cualquiera guarde una copia de nuestra publicación son elevadas: borrarla no sirve de nada.
2. Filtrar la audiencia de cada publicación: La mayoría de redes permiten decidir quiénes verán cada estado, imagen o vídeo que compartimos. Las que incluyan contenido personal deberían limitarse a nuestro grupo de 'Amigos', destinándose las superficiales a 'Todo el mundo'.
3. Revisar la lista de contactos: Conviene hacerlo periódicamente para comprobar si se nos ha colado algún 'bot' en Facebook o similares; si tenemos plena confianza con todos los que aparecen o si hemos agregado a alguien que tan siquiera recordamos (tocaría hacer 'limpieza').
4. Proteger nuestras cuentas: Los expertos de Microsoft recomiendan, siempre que sea posible, activar un sistema de verificación en dos pasos; restringir el acceso a nuestra lista de amigos; establecer permisos de acceso en los álbumes de fotos y usar herramientas de supervisión de robo de identidad para comprobar que nuestros datos no se hayan filtrado en Internet.
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