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Raquel C. Pico
Viernes, 17 de noviembre 2023, 07:03
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«Quizás habría sido mejor mudarse directamente. Pero como una mula, oye, pienso quedarme aquí». Quien habla es Jan Hagström, habitante cincuentón del pequeño pueblo sueco de medio centenar de habitantes que es el protagonista colectivo de 'Osebol. Voces de un pueblo sueco', de Marit Kapla (Capitán Swing). Sus palabras son también un punto de introducción para comprender que el problema de la despoblación no toca solo a España. Si existe la España vaciada, también lo hace la Europa vaciada.
En general, cuando se habla con especialistas en geografía o demografía los conceptos de España vacía o vaciada suelen ser recibidos de una forma más bien crítica. Creen que simplifican qué ocurre y sus causas, como también que no tienen en cuenta la historia de los territorios. Quizás, por eso, hablar de Europa vaciada podría llevar a caer en los mismos errores.
«La despoblación es un problema generalizado del mundo rural europeo», señala Joaquín Recaño, profesor titular de Geografía Humana de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador senior del Centre d'Estudis Demogràfics (CED). Aun así, no se puede pensar que toda la Europa rural es igual.
Si ya el rural español es muy diverso —y los patrones tradicionales de población de Galicia o Asturias poco tienen que ver con los de Teruel o Soria—, el europeo no lo es menos. Por ejemplo, apunta Recaño, el campo alemán se estructura entorno a ciudades medias y si viajamos por Francia o Italia nos costará encontrar esas zonas vacías que se ven tan fácilmente cuando se circula por el centro de la Península.
Joaquín Recaño
Profesor titular de Geografía Humana de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador senior del Centre d'Estudis Demogràfics (CED)
La despoblación también afecta de forma distinta. Un estudio del Banco de España de 2021 alertaba ya de que el 42% de los municipios españoles estaba en peligro de deshabitarse, pero eso solo pasaba con el 1, el 7 y el 4%, respectivamente, de los de esos países.
Pero esas cifras son solo una parte de la historia. A principios de 2020, antes de que la pandemia cambiase el panorama informativo, los medios recogían como la cuestión de la «España vaciada» llegaba a Europa y como desde la Comisión Europea se hablaba de esto como uno de los grandes retos comunitarios, uno que también afectaba a otros países como Bulgaria, Rumanía, Portugal, Croacia, Grecia e incluso Italia y parte de Alemania. Un año antes, las estadísticas ya advertían de que, en líneas generales, países como Lituania o Bulgaria estaban perdiendo población, aunque por razones que iban mucho más allá del rural.
Según datos de Eurostat, el 45% del territorio de la UE son áreas rurales, pero solo el 21% de la población comunitaria vive en ellas. Son las zonas que también pierden más población (aunque Eurostat calcula que, en general, la UE perderá el 6% de sus habitantes para 2100) y donde la población envejecida está creciendo más. También, aunque su declive es menor, están retrocediendo en población las llamadas zonas intermedias, esas que están entre lo rural y lo urbano. «Las ciudades medias ya están en despoblación», apunta Recaño, hablando de España. Por ciudades medias, el experto se refiere a aquellas que están justo por debajo de la capital de provincia, urbes como Astorga o Calatayud que dan servicios al rural. «Si las dejamos caer, se desmorona todo el edificio», señala el experto.
«La Unión Europea ya tiene esto como un tema importante», explica. Es un tema sobre el que se habla y al que se destinan fondos de inversión y cohesión social. También es uno que hay que visualizar en un marco más amplio, el del envejecimiento general de la población europea y la baja fecundidad, que no son tampoco temáticas nuevas. El experto apunta que ya se estudiaban en los años 90.
Hay distintos tipos de despoblamiento y diferentes razones detrás que ayudan a entenderlo. En el caso español, no es un problema o una realidad —según se aplique el foco— nuevo. Recaño puntualiza: «La España rural era muy poco poblada». Es decir, la densidad de población de muchas de esas áreas siempre fue muy baja.
Pero, incluso si se habla de pérdida de población, el proceso empezó antes. Como explica Recaño, la España de los pueblos lleva despoblándose en algunos casos más de 100 años. Lo mismo ocurre en esas otras zonas de Europa que están viendo una situación paralela. «Si lees las novelas de Selma Lagerlöf, publicadas a partir de 1891, escribe sobre un país en el que las pequeñas granjas están siendo abandonadas y un creciente número de personas están yéndose a las ciudades», apunta Marit Kapla.
Las voces que Kapla ha recogido en su pueblo sueco hablan del cierre de colegios, de la pérdida de pequeños negocios o de los motores económicos de la zona y de la falta de servicios, que han sido piezas que se han ido sumando progresivamente. En los tiempos de Lagerlöf y en los actuales, las aldeas suecas pierden habitantes al hilo de los vaivenes de la economía. «Estas son las consecuencias del dominio global del capitalismo y la necesidad del sistema capitalista de producir a gran escala», explica Kapla. «Esto ha beneficiado a muchos, pero también ha causado grandes problemas, tanto climáticos como cuando se refiere a compartir de forma justa los recursos globales. Estos problemas se están convirtiendo en urgentes en nuestro tiempo», suma.
Cuando Recaño habla de la globalización, apunta cómo el mundo rural se ha quedado como un protagonista secundario o terciario de este nuevo mundo. Esto también tiene consecuencias. De hecho, recuerda, todo el movimiento de los chalecos amarillos en Francia surge en conectado a la pérdida de protagonismo de la Francia rural.
Aun así, la palabra clave que el geógrafo usa para explicar qué ocurre es «aislamiento». «La economía no explica la despoblación», señala, ejemplificándolo con Andalucía, donde la despoblación es menor porque se ha mantenido la red de ciudades medias que funcionan como motores de esas zonas. A la hora de captar población o a la de entender por qué se van sus habitantes más jóvenes, no se puede perder de vista lo que algunas de esas personas dicen: sus «aquí no pasa nada» están contando muchas cosas.
Incluso, es algo que se debe tener presente en los programas que intentan captar población. «Si no hay más niños, ¿con quién juegan?», reflexiona Recaño sobre las iniciativas que llevan a familias al campo. Las personas son seres sociales. Necesitan a otras personas.
Sea como sea, la pérdida de población en el rural y la concentración urbana —el 68% de la población mundial vivirá en ciudades en 2050, según la ONU— está creando una brecha en el territorio. ¿Qué ocurre con los habitantes de esa Europa rural? ¿Se puede dar marcha atrás al problema?
En general, demógrafos, geógrafos e historiadores suelen insistir en que la gente se marcha buscando una vida mejor, pero también en que nadie debería estar obligado a quedarse en un lugar si no quiere estar ahí. Suelen ser los políticos y las administraciones públicas quienes hablan de soluciones. También son los segundos quienes tienen a apelar a cuestiones emocionales conectadas con el territorio, mientras los primeros se quedan más con los datos y los análisis.
Recaño señala que cuando se habla de esas zonas despobladas a veces se olvida de que hay espacios en los que la cuestión es bastante irreversible —una población envejecida no va a impulsar los nacimientos, por ejemplo— y que también ha cambiado la relación con el territorio. Incluso, recuerda que hay zonas que fueron pobladas por razones que entonces tenían su sentido, como el pastoreo, o que nunca tuvieron en realidad tantos habitantes.
Y analizar la situación implica hacerlo teniendo presentes todos los datos, aunque también viendo el mundo rural de forma completa, con sus buenas cosas pero también con sus elementos menos positivos. El experto invita a no olvidar cuestiones como la brecha de género rural o el «mercado matrimonial», esa, en resumen, dificultad para encontrar pareja cuando hay pocos habitantes y se conocen de toda la vida, todavía mayor para la población LGTBI.
Pero, por otro lado, en un contexto de emergencia climática, el mundo rural se ha convertido en una pieza fundamental para la regeneración del planeta. ¿Estamos olvidando su importancia y cometiendo así un error? «Sí, como sociedad, creo que lo estamos olvidando», señala Kapla. «Y sí, es un error». La escritora cree que debería asegurarse que se pueda vivir «una vida satisfactoria» en el campo. «El campo y las ciudades están inevitablemente interconectadas», recuerda. Es de ellas de donde salen los recursos que las ciudades suecas, ejemplifica, necesitan. No abandonar esas zonas es, por eso, una cuestión de justicia. «Tanto en solidaridad con la gente que vive allí como para el interés futuro posible de todos», indica.
La experta en carreras y portavoz de CVapp, Amanda Augustine, apunta, hablando de los retos de buscar trabajo en la España y la Europa rurales, que en algunos países ya han logrado «aplicar políticas de desarrollo rural de éxito», como las Highlands escocesas o las denominaciones de origen protegidas de Francia o Italia. El turismo rural sostenible en Grecia o Italia o las cooperativas agrarias de Países Bajos o Dinamarca han ayudado a captar a esos trabajadores jóvenes.
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