El proyecto vital convertido en realidad para dormir en plena sierra de Salamanca
En un rincón casi desconocido del suroeste salmantino, entre robles y vistas abiertas a la sierra, un carpintero de vocación y emprendedor por convicción construye con sus propias manos un sueño habitable
Al resguardo del bosque de robles, en Lagunilla, se gesta un proyecto que une el cuidado de lo artesanal, el encanto de lo natural y el empeño de un emprendedor que ha cambiado su vida por un sueño. Se trata de El Roble Glamping, una propuesta de turismo sostenible que nace del deseo profundo de volver a lo esencial y que está a punto de abrir sus puertas en uno de los rincones menos explorados —y más hermosos— de la provincia de Salamanca.
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El impulsor de este proyecto es Carlos Martín Vicente, un salmantino que se fue con 18 años a buscar oportunidades a Valencia y que se asentó allí durante la mitad de su vida. Encontró la estabilidad en una gran fábrica de coches. Pero tras seis años sentía que ese trabajo no daba rienda a su creatividad. Se sentía casi un robot.
De la fábrica al bosque: un cambio de vida
La semilla de este cambio empezó a brotar casi sin darse cuenta. Mientras trabajaba, Carlos empezó a interesarse por los programas de minicasas de la tele, a imaginar cómo sería transformar un contenedor en una vivienda para disfrutar del verano en plena naturaleza. La idea, al principio, era modesta. Una escapatoria personal. Un rincón para él.
Pero llegó la pandemia. Y con ella, los movimientos. Ford inició una reconversión hacia la electrificación, llegaron los ajustes, las decisiones difíciles. Carlos lo tuvo claro: se acogió a un convenio, cobró su indemnización, y con esos ahorros hizo lo que muchos sueñan y pocos se atreven. Volvió a Salamanca.
Ya en su tierra, retomó aquel viejo anhelo de convertir un contenedor en una casa, pero la inquietud creció: ¿y si no era solo para él?, ¿y si podía construir un lugar con sus propias manos donde otros también pudieran desconectar, respirar, sentir el bosque?
Buscar tierra, construir con las manos
Así nació El Roble Glamping. No como una empresa al uso, sino como un proyecto vital. Comenzó investigando sobre cabañas alpinas, su diseño eficiente, sus materiales nobles. Su experiencia como carpintero, y la influencia de su padre —artesano de los que trabajan con paciencia y precisión—, fueron fundamentales para dar forma a lo que hoy es mucho más que una idea: un espacio real, que crece paso a paso y al ritmo del bosque.
La búsqueda del lugar adecuado no fue sencilla. Recorrió la Sierra de Francia, después la de Béjar, pero fue con la ayuda del Grupo de Acción Local ADRISS como dio con la finca perfecta: una parcela en Lagunilla donde en su día se proyectó un camping que nunca llegó a funcionar. Aunque los permisos estaban caducados, había ya resoluciones ambientales favorables, lo que facilitaba —dentro de lo complejo del proceso— retomar aquel viejo expediente y darle nueva vida.
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En ese enclave, rodeado de robles y con vistas abiertas a la sierra, Carlos ha empezado a construir con sus propias manos un glamping diferente. El contenedor original ya está completamente acondicionado como alojamiento. A su lado, una preciosa cabaña alpina para dos personas, la primera y hecha íntegramente por él.
Ahora trabaja en una tercera: una cabaña familiar de cuatro plazas. Completa este complejo en crecimiento un edificio de servicios comunes que incluye una cocina equipada y duchas privadas, una para cada alojamiento, pensadas para que la comodidad no esté reñida con la experiencia natural.
La idea es que este pequeño poblado de madera crezca con calma. Carlos proyecta entre siete y ocho cabañas, dispersas en la finca para preservar la intimidad de los huéspedes y evitar cualquier sensación de masificación. Aquí no hay prisa. No hay ruido. Solo la voluntad de hacer las cosas bien, con sentido y con alma.
Un alojamiento distinto en un entorno por descubrir
Uno de los grandes valores de El Roble Glamping es, precisamente, el entorno en el que se ubica. Desde lo alto de la finca se puede contemplar la Sierra de Béjar, el límite entre Salamanca y Cáceres, el valle del Ambroz y el pantano de Gabriel y Galán. A muy poca distancia, se encuentran lugares tan valiosos como Montemayor del Río, Candelario o la zona del río Cuerpo de Hombre, además de un muladar con hide para la observación de aves. Es una comarca que sorprende por su riqueza natural y patrimonial, y que aún hoy permanece ajena a los grandes circuitos turísticos.
Carlos lo tiene claro: el turismo de calidad es una de las pocas vías que pueden ayudar a sostener el futuro de los pueblos. No viene a sustituir al campo, ni a la ganadería, pero puede complementar. Puede dar trabajo, fijar población, atraer a nuevos perfiles. Porque si bien el campo ya no necesita tantas manos como antes —las máquinas hacen mucho—, sí necesita vida. Y esa vida puede venir también de proyectos como el suyo.
Turismo tranquilo y sin masificación
En su cuenta de Instagram, ha ido compartiendo todo el proceso de construcción. Cada avance de las cabañas, los pequeños detalles del interiorismo. La acogida ha sido entusiasta. Hay muchas personas esperando a que abra, siguiendo con curiosidad cada paso, preguntando fechas y disponibilidad. La web estará activa próximamente y la apertura está prevista para este mes de julio.
Carlos no busca hacer un negocio rápido ni convertirse en influencer del turismo rural. Lo suyo es otra cosa. Quiere que quienes se alojen en El Roble Glamping se lleven algo más que una noche bonita: que sientan la calma del bosque, que escuchen el silencio, que se reconcilien con el ritmo lento. Su concepto de alojamiento no daña el entorno: no hay hormigón, no hay estructuras invasivas. Y si algún día tuviera que desmontarlo, no quedaría rastro. Como si el bosque se lo hubiera tragado de nuevo.
Él ya se siente parte del pueblo. Participa, conversa, se implica. Ha cambiado las cadenas de montaje por los clavos, las vigas y los senderos. Y aunque el esfuerzo ha sido inmenso, se le nota la satisfacción en la mirada. Porque El Roble Glamping no es solo un negocio: es una declaración de intenciones. Un regreso. Una apuesta.
A veces, los grandes cambios no empiezan con planes perfectos, sino con una idea sencilla, un contenedor viejo y el deseo profundo de vivir distinto. Carlos ha convertido esa idea en un espacio real, en medio de un bosque que quiere ofrecer calma sin renunciar al arraigo. El futuro de nuestros pueblos también puede construirse con madera, paciencia y convicción.
Porque el de Carlos es el sueño de un bosque que transmita calma y felicidad a quienes en él se alojen. Una savia nueva, que brota con fuerza y sin ruido, y que quiere ser parte del futuro de una comarca que no está dispuesta a desaparecer en los márgenes.