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Un proyecto, una ilusión y una aventura con la que sueñas durante años, de repente se convierte en realidad. Esta es la historia de Jesús Campos-Santiago, un sacerdote diocesano de Zamora y profesor de la Usal durante 25 años, que decide dejar la docencia y emprender una nueva aventura como misionero. En este 2023, se trasladó a M'Baïki en la Lobaye en República Centroafricana, para realizar tareas educativas, sanitarias y religiosas junto al obispo español Jesús Ruíz Molina, además de atender a comunidades y poblados en la frontera con Brazzaville y el Congo (Safa y M´Bata).
En 2022 fue cuando se vinculó al Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME), comenzó a escribir un blog y emprendió este viaje, en principio, por cinco años, pero, ¿cómo es el día a día de Jesús? ¿qué necesidades urgen en esas partes del mundo y a qué dificultades se enfrenta cada día?
«Digamos que ha sido un proyecto acariciado y madurado durante muchos años», así describe Jesús la decisión que le cambió la vida. Tras 25 años en la Universidad de Salamanca sintió que este era el momento y comenzó un proceso de formación y preparación para la misión, «después de visitar Asia y África me propusieron ir al tercer país más pobre del mundo, eso me sedujo».
Tras una estancia de instrucción intensa en París, llegó a Banghi a principios de junio y pocos días después se estableció en la selva de cuenca del Congo, «allí en el entorno de Safa, he estado cinco meses con las poblaciones nativas aprendiendo el Sango, una lengua étnica bantú que articula a todo este país de 5,5 millones habitantes, tan grande como España y Portugal juntos». Comenta que pese a ser un país rico en materias primas como coltán, madera, petróleo, oro y diamantes, entre otros, está sumido en una profunda pobreza que, «es acompañada por una tensa calma de algunos grupos nacionales y extranjeros, entre ellos los Wagner. La población digamos que no vive, sobrevive«.
Jesús Campos-Santiago se encuentra en la región de la Lobaye, el río que hace frontera con Congo y Brazzaville y que desemboca en el Oubanghi. Pero antes ya ha tenido experiencias que lo han motivado a continuar con esta aventura, «he vivido muchos momentos en Angola, siempre acompañado de equipos profesionales y jóvenes universitarios».
Pese a la dificultades e injusticias, reconoce que ha vivido muchos y buenos momentos, pero el que más le ha marcado fue su llegada a Sendi (Lubango-Angola), «fui sorprendido por un parto doble de una joven primeriza. Nunca había presenciado un parto y hacerlo en aquellas condiciones fue un canto grande a la vida. La joven como agradecimiento me pidió que uno de sus pequeños pudiera llevar mi nombre».
Lo que más llama su atención es la alegría con la que viven, inmersos en la miseria, el abandono y corrupción de su gobierno y el olvido interesado de la comunidad internacional. «Recuerdo que mis peores momentos fueron la muerte de una pequeña y pensar en cómo son ellos recibidos en nuestro país y cómo lo fui yo, me hace sentir mal», confiesa.
Jesús reconoce que la adaptación ha sido buena en sus aspectos físicos y sociales, las dificultades que encuentra son pocas y no de orden humano sino estructural, «este país está muy mal comunicado. Las carreteras son caminos infames y en muchos casos senderos solo transitables por motos. Además, para todo hay que ir a la capital, 111 kilómetros en mi caso y recorrer 30 de ellos puede llevar una hora».
Las viviendas son apenas unas techumbres vegetales o de chapa, circundadas por estructuras de madera y tierra o de grandes ladrillos de barro. No hay muebles, ni baños, ni cocinas, «son espacios libres en la naturaleza». La alimentación es escasa y se dedican a trabajos en el campo, a la pesca y a la recolecta de cada temporada. El acceso a agua potable es a través de fuentes o pozos, «aún necesitan mucho para vivir con un poco de dignidad».
25 kilómetros
a pie para llegar a la escuela
El desplazamiento de la población es a pie o en moto, donde van hasta cinco personas con sus equipajes, también, los pocos camiones de carga llevan a personas del poblado. Jesús critica que los centros de salud y hospitales estatales son deplorables; sin embargo, los privados están atendidos generalmente por religiosas que los mantienen limpios, organizados, con medicamentos y con acceso a analíticas básicas. En cuanto a la educación, primaria y secundaria está abandonada, «no pagan a los maestros y profesores y son ellos los que generan absentismo escolar, porque han de buscar de qué mantener a sus familias», explica. «Desde la diócesis de M'Baïki en la que estoy se ha creado un Instituto Pedagógico con el que capacitar a un cuerpo de maestros/as para la educación y alfabetización». Los traslados hasta las escuelas pueden suponer, en algunos casos, hasta 25 kilómetros a pie.
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Jesús explica, «Bangui la capital, es una ciudad que fluctúa sus estimaciones de población pero que los datos acercan a 800.000, tiene una media de edad de 18 años. Aquí las estadísticas no existen, pero aproximadamente un 70% de la población es menor de 35 años. Está plagado de niños y jóvenes por todos lados porque además la esperanza de vida es de 55 años». El misionero reconoce que, para él, trabajar con jóvenes es una inversión en paz, desarrollo y futuro, «se debe invertir en humanidad, convencerles de que son capaces de todo».
Este lugar es una «zona cero» de pobreza y que se debe visibilizar y conocer para mejorar sus condiciones de vida. Jesús comenta los puntos más importantes, «debemos preocuparnos por el ambiente social y político, el tema de la tala indiscriminada de la selva. Se calcula que en los últimos 30 años ha desaparecido un 25% de la foresta. Es un país catalogado «en guerra», apenas hay correo y las cosas que se envían no llegan. Estas personas pasan mucha hambre y donde ser mujer resulta muy difícil. Ya hemos hablado del papel de las organizaciones supranacionales, del gobierno y la administración, es decir, se puede ayudar siendo consciente de la situación en que vive aquí la gente y después confiar en los que aquí estamos y en el trabajo que aquí se hace con el deseo de que algo cambie y sirva de estímulo a la transformación y dignificación de estas poblaciones, marcadas por la violencia, la miseria y el olvido. Cuando digo confiar es asumir también la responsabilidad que nos corresponde para que diversos proyectos salgan adelante.
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