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Hay lugares, enclaves, cuya historia está cubierta por un hálito de muerte y desgracia; en este tipo de emplazamientos, quizá a consecuencia del horror y la pena sufrida por aquellos que allí perecieron, suelen quedar resquicios, presencias, voces, impregnaciones... recuerdos de vidas castigadas por la enfermadad y el dolor, sentenciadas a muerte por un destino cruel.
Uno de esos lugares, que la tuberculosis hace más de medio siglo convirtió en el mismo infierno, se encuentra en la provincia de Salamanca.
No es baladí, la cantidad de gente que falleció a consecuencia de esta terrible enfermadad en el lugar es tal que el hospital cuenta con su propio cementerio de tuberculosos; cementerio que hace años, concretamente en el 2011, fue víctima de varios robos y saqueos.
Este lugar, a día de hoy en funcionamiento, se trata del Hospital de los Montalvos cuyo pabellón principal se compone de una edificación gigantesca, dividida a su vez en cuatro torretas construidas para facilitar, en su momento, la vigilancia de los enfermos.
Los numerosos encuentros y experiencias de antiguos trabajadores del hospital denotan que no son casos aislados, allí ocurre algo.
S.M.C, antigua trabajadora del hospital Los Montalvos, fue protagonista de un encuentro que, tal y como ella asegura, no olvidará jamás; ocurrió la primera noche que trabajó en citado hospital, hace ya 25 años.
La testigo relata cómo, al finalizar el pase sobre las 00:30 horas, ella y varias compañeras se dirigieron a la sala de las enfermeras a descansar. Sus compañeras se quedaron dormidas, recuerda, y ella, al encontrar dificultad para hacerlo, optó por leer un libro.
Al ser de noche, las luces de los pasillos se encontraban apagadas pero las de emergencia, encendidas, permitían apreciar con claridad el entorno. Ocurrió entonces que, en medio del silencio y la oscuridad absoluta, sonó el timbre de una habitación y S.M.C, al estar despierta, acudió a ver qué ocurría.
Ya en la puerta de la habitación, sin haber abierto aún la puerta y agarrando el pomo, sintió que, muy cerca de ella y a su lado derecho, había alguien.
Lo cierto es que lo primero que ella pensó es que se trataba de una de sus compañeras y, con tranquilidad, le dijo que no hacía falta que acudiera; sin embargo, el silencio que obtuvo como respuesta le hizo levantar la mirada y observar quién era la persona que estaba a su lado.
Se trataba de una mujer que la observaba fijamente, de aproximadamente 1,70 centímetros de altura, ataviada con un camisón blanco desgastado y propio de otra época, con puñetas y blondas, así como con un cuello alto.
De complexión delgada, la extraña mujer tenía el pelo castaño claro, largo y rizado y, además, «tenía cara de enferma y estaba demacrada», describe la testigo, «tenía ojeras, era muy pálida», asegura.
Al observar la vestimenta que aquella mujer portaba, S.M.C fue consciente de que, lo que estaba presenciando, no era normal.
«Le pregunté si quería algo» explica, y aquella extraña presencia, lejos de brindarle respuesta alguna, se acercó y situó su cara a escasos centímetros del rostro de la testigo durante unos segundos para, después, alejarse.
«Me di cuenta de que no era una persona porque no andaba, levitaba», asegura S.M.C, «la vi irse de la planta, no abrió la puerta, la atravesó», explica, conmocionada.
Aún con el nerviosismo por lo que acababa de vivir, con taquicardia incluida, la testigo entró en la habitación del paciente para preguntarle porqué le había llamado y éste, para su sorpresa, lo negó: «él me aseguró no me había llamado», relata M.S.C .
Tras este hecho, M.S.C acudió a la sala en la que descansaban sus compañeras y les relató lo ocurrido; para su sorpresa, ninguna de ellas se sorprendió, «me dijeron que era muy habitual ver a esa chica deambulando por los pasillos», explica.
S.M.C, al poco tiempo de haber vivido esta primera experiencia, volvió a toparse con el misterio.
Acaeció durante una de las visitas rutinarias a sus pacientes cuando, a uno de ellos, le preguntaron qué tal había pasado la noche (en aquel momento se encontraban en la habitación la celadora, una enfermera y S.M.C).
El paciente, ante la pregunta, respondió que no se había dormido hasta bien entrada la madrugada, ya que había estado jugando con su primo a las cartas hasta las 5 de la mañana.
S.M.C le contestó que no todo el mundo tenía la suerte de recibir visitas y que, la visita de su primo, era algo muy positivo; sin embargo, la respuesta que obtuvo fue tan impactante como perturbadora «me dijo que sí que era algo positivo pero que el problema residía en que su primo llevaba diez años muerto», relata S.M.C.
S.M.C normalizó la conversación en la medida de lo posible y le preguntó al paciente qué era lo que le había contado su primo: « me ha dicho que en tres días me viene a buscar y que no me preocupe, que no me va a doler», respondió el paciente.
S.M.C asegura que aquel paciente no estaba allí debido a un cáncer terminal sino que se encontraba en paliativos para mitigar el dolor oncológico, «no estaba en condiciones de morir en tres días», asegura pero, tal y como había vaticinado, «a los tres días, murió» relata S.M.C
Otro antiguo trabajador, también del Hospital de Los Montalvos con el que ha contactado este medio y que prefiere mantenerse en el anonimato, asegura que son numerosas las personas que hablan de una misma visión: niñas, vestidas de blanco y ataviadas con ropajes propios de otra época, jugando al corro alrededor de las encinas que rodean el hospital.
Relata, además, que en plantas que se encontraban cerradas se han visto figuras deambulando por ellas.
Recuerda, también, la historia de una enfermera que se encontraba en uno de los cuartos de baño, completamente sola, y oyó cómo la llamaban.
Presa del pánico, huyó del lugar.
No es la única que vivió una experiencia similar y es que, tal y como refieren, es más que habitual oír voces que te apelan por tu propio nombre; lo raro de estas experiencias reside en que tienen lugar cuando el testigo se encuentra totalmente solo.
Son numerosos los testimonios que hablan, también, de voces y cánticos infantiles que se escuchan, así como risas.
S.M.C no es la única antigua trabajadora del hospital que relata cómo, en una ocasión, escuchó en un ala vacía una algarabía de niños riéndose.
La actividad paranormal del lugar incitó a grabar psicofonías, las cuales, arrojaron ciertos resultados: «mamá búscame», «tengo hambre», «no puedo salir» o «Aníbal», son algunos de los mensajes que se registraron en las grabaciones.
María García Gómez, quien durante muchos años desempeñó su labor profesional en el hospital que nos atañe, confirma que los últimos testimonios que ella ha escuchado hablan de cómo los testigos escuchan canciones infantiles, timbres de habitaciones que se encuentran vacías o niños jugando; se ha llegado a oír incluso, en más de una ocasión, el ruido propio de un niño corriendo por el pasillo.
Así mismo relata que una compañera acudió a un ala del hospital donde no había nadie a coger unos paños y que, mientras deambulaba por el solitario y silencioso pasillo de citado lugar, alguien le tocó el hombro.
Huyó como alma que lleva el diablo.
Señala, además, que son varias las personas que aseguran haber visto a una niña correteando por los pasillos del hospital.
Si hay una visión común en el hospital de los Montalvos es la de una niña, bautizada como 'La Niña de la Encina'.
Tal y como ha podido saber este medio, se cuenta la historia de una niña, cuya madre estaba enferma de tuberculosis y a consecuencia de ello ingresada en el Hospital de Los Montalvos, que se colaba en las instalaciones para poder visitar a su progenitora y poder así jugar con ella. Sin embargo, el día que su madre falleció, se vio a la niña entrar pero no salir del hospital.
Desde entonces, aseguran, se puede ver a la niña corretear por los pasillos del hospital y, para más inri, aquellos que han sido testigos de fuertes luces blancas de procedencia y casuística inexplicable, afirman que se trataba de la aparición de esta niña. Ahora bien, parece ser que hay otra versión de la historia de «La Niña de la Encina».
Otra fuente relata que un antiguo celador ideó un juego macabro para asustar a los neuvos compañeros y que, en conclusión, las historias que relatan las aparaciones de la niña no son más que confabulaciones.
Sea cual sea la verdad de la 'Niña de la Encina', la historia se encuentra grabada a fuego en el ideario colectivo de todos aquellos que han trabajado, o trabajan, en el hospital.
Lo cierto, de cualquier forma, es que en el Hospital de Los Montalvos son numerosos los testigos que hablan de diferentes experiencias y encuentros con lo inexplicable y, todos ellos, están seguros de que lo que vieron y sintieron era real.
Quizá, quién sabe, el horror y el dolor que entre aquellas paredes se vivió ha quedado impregnado al lugar para siempre y, aquellos que por allí transiten, están condenados a vivir y oír los resquicios de otro tiempo que, desde luego, no fue mejor.
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