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Decían las malas lenguas, que al final acabaron erigiendo una leyenda, que la noche del 31 de octubre es noche de brujas; mujeres adoradoras del demonio que se reunen en las entrañas de los bosques, bajo la luz de la luna, para realizar macabros ritos e invocar así a su señor.
Ahora bien, ¿eran realmente estas mujeres asesinas de niños y bebedoras de sangre?
En el subconsciente popular, gracias a la literatura y al cine, se ha incrustado un prototipo de bruja: mujeres de aspecto poco agraciado (por no decir horroroso), de nariz prominente, dientes podridos, ropa harapienta y, como vehículo de transporte, una escoba.
Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, a finales del siglo XVI La Santa Inquisición estaba profundamente convencida de que las brujas acudían a sus reuniones montadas en sus escobas; tal era el convencimiento del Santo Oficio que llegaron, incluso, a prometer el perdón a una sospechosa de brujería si les mostraba cuál era el secreto de tan extraño poder.
A todo ello se le suma que Pedro Ciruelo, matemático salmantino, defendió como buenamente pudo la teoría de que , en ocasiones, era el propio diablo quien les daba a las brujas el poder de volar.
Y, aunque el arquetipo de 'bruja estándar' no se asemeja con la realidad de la tradición castellana de las brujas, el asunto de la escoba algo tiene de verdad.
Resulta, y acontece, que durante los ritos que llevaban a cabo las brujas, para poder alcanzar una mayor dimensión espiritual, untaban los palos de las escobas de estramonio y se los introducían en la vagina, donde se encuentran unas mucosas que permitían una absorción más rápida de esta droga.
Y de esta forma, las brujas, acababan 'volando' 'subidas' a sus escobas.
La persecución y caza de brujas por parte de la Santa Inquisición fue de lo más habitual; aquellas mujeres acusadas de ser brujas eran condenadas al conocido como 'relajamiento', es decir, a ser quemadas vivas en la hoguera. Llegaron a existir, incluso, los conocidos como «cazadores de brujas», varones cuyo oficio se basaba en buscar a mujeres que cumpliesen una serie de requisitos como, por ejemplo, no sangrar al ser punzadas con agujas. Cuando una sospechosa de brujería era llevada ante el Santo Oficio, los inquisidores buscaban en el cuerpo de ésta la marca de demonio, la cuál, debía estar en la piel de la mujer grabada a fuego. Como es lógico, esta mancha nunca era hallada y los inquisidores, faltos de prueba alguna que corroborase las acusaciones, señalaban como estigmas del demonio manchas o antojos de nacimiento que poseía la mujer. Acto seguido, la mujer era quemada viva en la hoguera.
La leyenda popular habla de cómo el demonio, engalanado y ocultando su verdadera forma, se acercaba a la 'afortunada' fémina escogida y la seducía. La mujer, encandilada, poco podía hacer ante los encantos del demonio y terminaba por jurarle servicio y culto para el resto de la eternidad.
Era entonces cuando Satanás le ofrecía a la mujer un huevo de gallina negra y, tras fecundar el huevo con su propia sangre, la mujer lo colocaba bajo su propio brazo.
Si se cumplía el plazo estipulado con el demonio y el huevo no había sufrido daño alguno, Satanás o alguno de sus esbirros se aparecía a la mujer para firmar el trato y cerrar así el pacto. Se procedía, entonces, a realizar una serie de conjuros y, hecho lo anterior, la mujer recibía sus poderes.
Ahora bien, desde la perspectiva religiosa se han difrenciado dos tipos de pactos: el pacto privado y el pacto público. El privado contaba con una bruja como único testigo presencial mientras que, el pacto público, acacecía en los aquelarres o reuniones de brujas.
La brujería se trata de la actividad relacionada con el mal por antonomasia y así ha sido durante siglos, especialmente, en el medio rural. La brujería era, en resumidas cuentas, la explicación que se otorgaba a aquellas desgracias que le ocurrían a los vecinos de un pueblo o una localidad.
Es decir, la buena suerte y la fortuna llegaban gracias a Dios mientras que, las desgracias e infortunios, venían de la mano del demonio.
Por tanto, ¿Quiénes representaban al demonio en el plano terrenal? Efectivamente, las brujas.
Pero, entonces, ¿existe o existió la brujería tal y como nosotros la concebimos?
Lo cierto es que la bruja castellana se aleja bastante de lo que concebimos como tal; no se trata de una adoradora de Satán, sino de una mujer con gran maestría para elaborar filtros amorosos y otra serie de mejunjes cuya rentabilidad económica era considerable.
La máxima representante de la brujería castellana es, ni más ni menos, 'La Celestina'; la alcahueta más famosa de la literatura española.
No en vano sus dos criados, Pármeno y Sempronio, se referían a ella como una suerte de hechicera capaz de provocar, incluso, la lujuria si así se deseaba.
Una de las posesiones que Celestina guardaba en su casa y cuyos fines eran mágicos eran las culebras porque, tal y como se narraba, este animal posee tres nervios que le atraviesan el cuerpo y, tañidos, despiertan los deseos carnales y románticos.
El arsenal de Celestina contaba también con huesos, cabezas de codornices, lengua de víbora y soga de ahorcado entre otros objetos de cariz un tanto macabro.
Además, Celestina llevaba a cabo un ritual mágico para el que trazaba un círculo y, ya posicionada en el centro, recitaba una oración: (...) yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por virtud y fuerza de estas bermejas letras; por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas (...) por la áspera ponzoña de las víboras, de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado, vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad (...).
Celestina, y las brujas cuya forma de trabajar se asemejaba a la de ésta, solían adquirir todos los conocimientos brujeriles de las maestras (brujas con una dilatada experiencia en la materia de lo mágico).
Se daba, incluso, que una bruja anciana ya en su lecho de muerte transmitía sus poderes a una más joven a través de un objeto como, por ejemplo, un mortero.
Ahora bien, como ocurre con todos los fenómenos a lo largo de la historia, los poderes públicos manipularon a su conveniencia los hechos y, desde la Baja Edad Media hasta mediados de la Edad Moderna, personas inocentes fueron juzgadas y asesinadas acusadas de brujería y profesar, por tanto, devoción al maligno.
Sea como fuere, la brujería se trata de un fenómeno inseparable de nuestra tradición oral y popular y, por supuesto, «non creo nas meigas, pero habelas hainas!'
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