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Es de los de toda la vida: el bar y Manuel. Desde los dieciocho años lleva detrás de la barra y tras casi cuatro décadas, sabe que tomó la decisión correcta. Comenzó como camarero y con la jubilación de su jefe, -veinte años después de sus comienzos- decidió coger el traspaso del Felipe II y continuar haciendo grande este bar popular. «Mi mujer siempre me ha animado, llevamos desde el 89 trabajando, ella en cocina», explica Manuel. En 2010 se decidieron a tomar el relevo y ya son quince años que han hecho de esta cafetería en el Paseo de Carmelitas su seña de identidad.
En pleno centro de la capital, y con una generosa terraza, el Felipe II de la mano de Manuel ha conseguido mantener la esencia «de la vieja escuela». «Somos muy profesionales y yo creo que eso se nota», explica. Una combinación entre tradición, buenhacer, talento y, un ingrediente secreto: «Lo llevamos en la sangre». Y es que después de estos cuarenta años, han hecho de este establecimiento su casa y los clientes sus amigos. «Mi gente es muy buena y tengo muy buen equipo», asegura.
Sin embargo, esa fidelidad se consigue conquistan el paladar y en eso no tienen rival. «Tenemo las mejores mollejas de cordero de toda Salamanca», comenta sin complejos. Y es que no sólo lo dice él sino que los clientes que lo prueban dan fe de ello. «Te lo aseguro, toda la gente nos lo dice, es nuestra especialidad», explica. La comida casera es lo que les define y llenan su carta con platos de los que ya no se sirven en los nuevos restaurantes. «Nosotros somo muy clásicos, nos gusta la comida tradicional», añade Manuel.
Y eso conlleva a incluir un gran catálogo de casquería, una especialidad demandada que solo se encuentra en los bares de Salamanca de toda la vida. Cabrito cuchifrito, gallo de corral, rabo de toro o callos forman parte de la oferta del Felipe II. Así llevan desde el 89. Así siguen en pleno 2025. Y así tienen previsto continuar: con el cariño en su cocina, la paciencia tras la barra y la honestidad en el servicio. Esos detalles avalan los treinta y séis años formando parte del Felipe II
Después de tantos años, han sido testigos de todos los cambios que ha experimentado la ciudad, la hostelería y la sociedad de Salamanca. Próximo a la puerta Zamora, ha pasado de verla con tráfico a peatonal, de verla sin fuente a verla con ella y de tener una parada de autobús a no tenerla. «Aquí paraban taxis y autobuses para ir al Helmántico, no había esa fuente y los coches cruzaban la calle Zamora», recuerda.
También ha visto cómo se ha adaptado la tendencia en la hostelería y se ha pasado de apurar la noche a reservar la tarde. «Antes estábamos hasta las 00:00 horas dando vinos y ahora la gente joven alterna menos, se prefiere el tardeo», asegura Manuel. Su clientela es más bien adulta y tienen una economía más estable que no ha condicionado ni la situación económica ni social al porvenir del bar. «Mis clientes son fieles, pero también pudientes», ríe el dueño del Felipe II.
Es una de las anécdotas más divertidas que recuerda, aunque asegura que han pasado tantas cosas dentro de esas cuatro paredes que es difícil elegir. Sin embargo, se decanta por la visita de Fernando Romay al Felipe II. «Estuvo durante la pandemia que no se podía entrar en los locales y se quedó fuera tomando algo con un cliente que lo trajo», comenta Manuel. El hostelero no se pudo resistir a ofrecerle la especialidad de la casa: las mollejas de cordero. «Dijo que estaba muy bueno, y que quería otro», recuerda Manuel. Lo define como «muy gracioso, muy agradable y muy simpático» y su mujer apunta que es «enorme». Una foto enmarcada en el propio bar da fe de ello.
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