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Entonces tenía sólo catorce años, la inocencia de una joven que ve en un cartel una posibilidad de futuro y la ilusión de irrumpir en la moda de Salamanca. Ahora ya la experiencia la delata pero si algo conserva de esos años es el talento que hicieron que entre decenas de candidatas, Rosamar fuera la elegida para trabajar en una tienda de corsetería. «Vi que se necesitaba dependienta, y con vergüenza fui a presentarme», recuerda. Esa decisión hizo que, un año después de entrar -con sólo quince años- se hiciera ella cargo de la tienda. La juventud no le acobardó, al revés, le animó para traer una bocanada de aire fresco a la lencería.
Negocios de toda la vida
Ya son 34 años los que lleva en la esquina de la calle José Jáuregui. El rótulo fluorescente rosa la hace inconfundible, aunque no necesita un gran reclamo para que el boca a boca lleve a las clientas hasta su tienda. Aún más después de tres décadas aunque no haya sido un camino fácil. «Cuando monté esto lo hice con mucho trabajo, mucho esfuerzo pero también me hacía muy feliz», recuerda Rosamar. Esa felicidad era lo que quería transmitir a las clientas y por eso buscó un toque innovador. «La corsetería también es moda y te tienes que ir actualizando», asegura.
De pronto: colores en el escaparate, estampados, distintos figuras y un modelo para cada cuerpo. «La gente en Salamanca estaba encantada de ver colores y cosas diferentes, se rompió un poco con esa oferta más clásica», asegura Rosamar. Aunque todo vuelve y ahora, de hecho, lo que más vende son los colores más neutrales y los estilos más clásicos, su gusto por la moda hace que la adaptación al mercado sea constante. Un ritmo que las franquicias asumen inevitablemente de forma mucho más dinámica que cualquier comercio local pero al que no todo el mundo se puede subir.
«Nosotros tenemos cosas que ellos no tienen: un producto que se adapta a cualquier tipo de cuerpo», asegura Rosamar. Esa ha sido la filosofía que le ha llevado al éxito, no comprometer la comodidad a favor del estilo. «Tenemos tallas para cada tipo de mujer y al final lo importante es que se sientan seguras», añade. La adaptación al paso del tiempo y la permanencia en los valores es lo que hace que una tienda pase de generación en generación. «Lo mismo vienen a por un traje de baño para la abuela que para un sujetador para la nieta», convence.
No sólo es la atención personalizada, la cercanía o la variedad; es que la clienta salga convencida de la compra. Y en eso, la venta online en el sector de la lencería tiene pocas opciones. «Esto no se puede comprar por internet porque hay veces que la misma marca talla distinto, hay que probarlo», afirma Rosamar. Una verdad que la clientela asume, aunque, la trampa para la compra online está asegurada. «Hay veces que se lo prueban aquí y luego lo compran por internet cuando seguramente les acabe saliendo más caro», añade Rosamar.
Precisamente esa diferenciación respecto al mercado online -que tanto amenaza al comercio local- es lo que le dio la posibilidad a Rosamar a tener hasta tres tiendas en la capital. Sin embargo, motivos de salud hicieron que tuviera que bajar el ritmo y quedarse con tan sólo una. «Me lo pensé mucho, pero esta era mi niña bonita, la primera que tuve», asegura. Ese amor con el que habla de la tienda es el que trata que sientan las clientas que cruzan el comercio.
La moda femenina ha cambiado mucho en los últimos años. El todo vuelve juega con el estilo como un yo-yó y lo que hoy no se lleva, mañana es lo más vendido. Rosamar ha sido testigo de todos esos cambios y de cómo la mujer, desde pequeña está más condicionada al vestir. «La mujer es mucho más complicada que el hombre tanto en talla como en gustos», asegura. Y para muestra un botón -nunca mejor dicho-. «La niña desde la Comunión tiene cientos de opción, el hombre muchas menos», comenta. Un detalle que nace en la infancia pero explica muy bien cómo la complejidad de la moda femenina.
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