La tienda de ultramarinos en Salamanca que aún vende las legumbres a granel: «Quería ser como mi madre»
Almacén de Frutas Esther, en el barrio de San José, es un negocio familiar que ha continuado una segunda generación
El caso de Esther es uno de esos ejemplos excepcionales que devuelven la esperanza al comercio local. Frente a una extendida falta de relevo generacional en los negocios tradicionales, sobresalen personas jóvenes como ella que apuestan por seguir dando aire a la vida de barrio. En su caso, al barrio San José con una tienda de ultramarinos que abrieron sus padres hace décadas. «Antes esto era una juguetería, pero lo cogieron mis padres y decidieron montar una frutería: Almacenes Frutas Esther», explica.
Entonces la zona estaba en auge y vieron una oportunidad de continuar creciendo. «Ya habían tenido supermercados antes de abrir esta frutería», añade Esther. Y así recuerda ella su vida, entre naranjas, clientas que la han visto crecer, los deberes en la trastienda y que el juego de tendera fuera más una realidad que una diversión infantil. «A mí me hacía ilusión ver a mi madre y yo quería ser como ella», explica. En el colegio presumía del trabajo de su progenitora y aún sin saberlo, ganaba experiencia para convertirse en su sucesora. «A mí siempre me ha gustado porque yo me he criado aquí», asegura Esther.
Y cuando llegó el momento, más que tomar un relevo fue continuar un camino que había andado desde su infancia. «Cuando a mi padre le operan de la cadera, empiezo a encargarme yo un poco más de todo», apunta. Entonces tenía dieciséis años y aunque ya sabía lo que era estar detrás del mostrador, fueron los primeros pasos de mayor responsabilidad. «Ya cuando cumplí la mayoría de edad fue cuando me hice cargo de la tienda completamente», añade. De eso han pasado ya diecisiete años y sigue con la misma sonrisa -pero más confianza- que entonces.
Los clientes que durante aquellos años le sonreían con ternura ahora reciben su amabilidad. «Me toca ejercer de psicóloga», comenta entre risas. Para muchos de sus clientes, el momento de ir a hacer la compra se convierte en la terapia con Esther. «Tengo mucha confianza con ellos porque me han visto desde pequeña y yo a ellos», indica. Confianza para coger las monedas correspondientes cuando el cliente no atina a ver el valor, para recomendarles qué fruta es buena y llevarles la compra cuando lo necesitan. «Para mí es como una familia», sentencia.
Crecer de la mano de un barrio
Pasó de imitar a su madre con una máquina registradora de juguete a hacer números y conseguir que salgan las cuentas. De un extremo a otro han cambiado muchas cosas, aunque algunas continúan igual. Sigue siendo la niña del barrio para muchos, pero ya no es el barrio que ella conoció de niña. «Ahora es un barrio dormitorio, antes había muchísima gente, familias y ahora todo va en decadencia», lamenta. Recuerda cómo era la zona entonces, las tiendas que estuvieron y ya no están y lamenta la situación. «Es una pena que esto se vaya perdiendo», apunta.
El comercio tradicional no pasa por su mejor momento y Esther entiende mejor que nadie las complicaciones de continuar un negocio tradicional, pero anima a mantener ese relevo generacional. «Yo considero que tuve mucha suerte porque me vino de cuna, ya tenía todo montado y además me gustaba», explica. Ahora pretende hacer una reforma del local y, después de casi dos décadas al frente, hacerlo aún más suyo. «Es verdad que tiene un aire de tienda de toda la vida pero creo que le vendría bien», añade.
Sin embargo, esa esencia de tienda de barrio no depende de una reestructuración. Está en las legumbres que aún vende a granel, en los precios apuntados con rotulador, en ese toldo verde tan identificativo y en que no hay números, hay 'Marías', 'Pacos' y 'Luisas' y sus hijos y sus nietos.