Tres jirones de piel y un cadáver: el hallazgo que destapó un macabro crimen
Los hechos conmocionaron a la sociedad española de mediados del siglo XIX
Aseguraban las crónicas de la época que pocos delitos habrá que revelen con tanta claridad la infamia de su autor ni que tanta alarma produzcan en la opinión pública.
El hallazgo
El 21 de abril de 1844 el juzgado de A Coruña recibió información con respecto al hallazgo de lo que parecía ser una uña de pie, tres jirones de piel humana, una camisa muy sucia y desgarrada y un hoyo de forma angular abierto en el centro de una muralla antigua distante apenas 25 o 30 metros de una parcela perteneciente a un hombre de nombre Anastasio Cancelo.
A las pocas de producirse este hallazgo, llegó información aún más escabrosa que la anterior. En la tierra de un tal Domingo Rodríguez se había encontrado un hoyo, de dos metros de largo y dos metros y medio de profundidad, dentro del cual había un cadáver recostado sobre el lado derecho, con los brazos tendidos paralelamente al cuerpo y las piernas dobladas hacia atrás, de tal forma que los talones le tocaban los muslos.
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El cadáver (en aquel momento aún sin identificar) presentaba dos contusiones: una en el lado derecho de la cabeza y otra, en el hombro. En la parte anterior del cuello se apreciaba claramente una herida profunda que alcanzaba de una oreja a otra y que, a todas luces, había sido la que le había dado muerte a la víctima y, aparentemente, había sido producida por una navaja o cuchillo. En el antebrazo derecho presentaba otra herida longitudinal que, por sus características, parecía haber sido producida cuando la víctima trataba de defenderse de la agresión.
Así mismo presentaba cuatro pequeñas heridas en el vientre y en el costado que, dada la inexistente reacción vital que mostraban, los forenses sentenciaron que habían sido producidas post-mortem. Los médicos forenses, durante el desarrollo del examen externo del cadáver, comprobaron que no solo le faltaba una uña del pie sino que, además, también faltaba una porción considerable de dermis correspondiente al talón y a la cabeza.
Se confirmó entonces la sospecha: los restos hallados en la zona conocida como «La Gesta» pertenecían al cadáver encontrado en la tierra de Domingo. Pero, ¿quién era la víctima? ¿y quién le había asesinado?
El individuo desaparecido
Francisco Esteves, de 40 años de edad y natural de Portugal, se dedicaba a la compra y venta de cabezas de ganado. El 15 de enero abandonó su lugar natal para desplazarse hasta la feria de Beiga, en Galicia, y al llegar al pueblo de Canda, se separó de sus dos acompañantes para dirigirse al pueblo de Cañizo y cobrar así 120 reales que un vecino, de nombre Domingo Rodríguez, le debía.
Esteves se alojó durante la noche en la casa de Rodríguez y, al día siguiente, retomó su viaje (esta vez acompañado de Domingo). Esteves nunca llegó a personarse en la feria. Al terminar la feria, los dos acompañantes de Esteves volvieron a su tierra natal sin comprender muy bien qué le podía haber ocurrido a su compañero. La noticia de la extraña desaparición se extendió como la pólvora y la sociedad del momento no tardó en comenzar a hacer conjeturas.
Su círculo cercano, conformado por una anciana madre y cuatro hermanos, habló con todas las autoridades pertinentes para que se emprendiese una búsqueda exhaustiva con el objetivo de dar con el paradero del desaparecido. Los dos colegas que habían acompañado a Esteves, por su parte, trasladaron a las autoridades el punto geográfico en el que le habían perdido la pista al portugués dando, además, el nombre de la última persona que tenían constancia que pudo haberlo visto: Domingo Rodríguez.
Sin embargo, el testimonio que otorgó Rodríguez durante su interrogatorio de poco sirvió ya que ratificó la versión dada por los amigos de Esteves, relatando que se había separado de él en un paraje conocido como»La Medorra» y que, desde entonces, nada había vuelto a saber de él.
La identificación del cadáver
Tras el hallazgo de los restos mortales del individuo sin identificar en la parcela de Rodríguez, se citó tanto a los familiares de Esteves como a sus compañeros para que se procediera al reconocimiento del cadáver; la identificación fue inmediata, el cadáver era el de Francisco Esteves.
Las investigaciones y los asesinos, uno de ellos de origen salmantino
La versión brindada por Rodríguez sobre cómo se desarrollaron los hechos fue puesta en duda ya que, no solo había sido la última persona en ver con vida a la víctima sino que, además, el cadáver de Esteves había sido hallado en su parcela.
El foco de las sospechas también se centró en Anastasio Cancelo, el propietario de la otra finca cercana al lugar donde habían sido hallados algunos de los restos pertenecientes a la víctima. Resultó, entonces, que ambos individuos (Rodríguez y Cancelo) eran amigos íntimos y, además, ambos gozaban de una muy mala fama.
Rodríguez, natural de la Bouza (pueblo situado en la provincia de Salamanca), había despertado las sospechas entre los vecinos de su pueblo natal porque, tal y como aseguraban, su familia siempre había ideado formas de cuestionable legalidad para poder permitirse una vida holgada. Casualmente, estas circunstancias también se daban en su colega íntimo Cancelo y ambos, pese a ser conocida su escasa posesión de bienes, habían comenzado repentina e inesperadamente a presumir de una riqueza cuyo origen se desconocía.
Al conocer estos datos, la autoridad judicial citó a ambos hombres con el fin de tomarles declaración y, pese a que ambos negaron en todo momento la autoría del crimen, sus versiones eran contradictorias. Para más inri, en uno de los reconocimientos que se realizaron en la casa de Cancelo se dio con un cinturón, unos zapatos y varias ropas ensangrentadas de Esteves, así como una sepultura cavada en su bodega, rellena de tierra ligera y recientemente removida.
Además, varios testigos indicaron que el día de la supuesta desaparición del portugués habían observado a Cancelo lavando una serie de manchas de sangre que presentaba en sus ropas. Las evidencias eran irrefutables, se había dado con los autores materiales del crimen.
La sentencia y condena de Cancelo y Martínez
La mayor parte de los cargos recayeron sobre Anastasio Cancelo ya que, lógicamente, su participación en el asesinato era la más evidente y demostrable. Sin embargo, las versiones cada vez más tergiversadas que ofrecía Martínez terminaron también por delatarle.
La sentencia fue dictada el 30 de julio de ese mismo año, condenando a ambos reos a 30 años de presidio. Sin embargo, el 17 de septiembre el tribunal rectificó la condena de Cancelo imponiéndole, entonces, la pena capital; es decir, la muerte a garrote vil.