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«Hemos pasado tres años y medio sin salir de casa, más que a comprar». Así lo cuenta, con un pequeño nudo en la garganta, Bernabé Fagúndez. Es uno de los vecinos más veteranos de los pisos de la Chinchibarra en los que se está actuando dentro del área de rehabilitación que pretende evitar que este se convierta en un núcleo degradado. Pero sobre todo, para que al fin puedan ganarle la batalla a las 70 escaleras que les separan de la calle.
La tarea va a ser ardua, pero después de 60 años muchos de estos pisos, construidos en su día con lo mínimo, van a tener mejor cubierta y fachadas y ventanas con mejores cualidades que les ayudará a pasar menos calor en verano y menos frío (pagando menos) en invierno. Pero lo que de verdad esperan todos es el ascensor, del que carecen los 21 bloques en los que se va a actuar, cuyo único acceso es una estrecha escalera. En el piso tipo de la capital el 82% de las viviendas tiene ascensor y el 75% son accesibles. Pronto estos pitos estarán en orden, pero la espera se está haciendo interminable en algunos sentidos.
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Son las diez de la mañana y varios vecinos acuden puntuales a la cita concertada con Rosa Sereno, presidenta de la asociación que ha movido la reforma del barrio y que ha conseguido el milagro de poner a 200 familias de acuerdo para cambiar este núcleo para siempre. Sin embargo, las obras no avanzan como quisieran y hay quejas por la falta de progresos. Unas quejas amargas, porque todos sabe que la mejora les va a cambiar la vida, pero no llegan mientras el tiempo va pasando.
De eso se quejan Bernabé y otro vecino de los de siempre, José Bravo. Llevan 60 años aquí, desde que les entregaron los pisos. Se acuerdan hasta del nombre de la constructora que los levantó, Gran Vía. El núcleo está formado por 20 bloques de diez viviendas cada una, en régimen de protección oficial, promovidas en lo que en 1962 era el extrarradio de Salamanca y que ahora es una zona metida de lleno en el casco urbano, a diez minutos de la Plaza Mayor.
Bernabé Fagúndez
Vecino de la calle Riofrío
Metidos ambos en los 90 años, relatan las dificultades a las que la edad les ha sometido progresivamente para salir de su casa. «Nos tiramos días sin salir. Durante la pandemia, estuvimos tres años y medio sin salir casi ninguna tarde, casi sólo a comprar», relataba Bernabé. El problema tiene una cifra bien contada: «Es que son 70 escaleras».
En efecto, el viejo portal de Riofrío 15 da paso a una estrecha escalera, mucho más empinada de lo que la norma marca ahora y que es el único acceso a las viviendas superiores. Bernabé vive en el cuarto y enfrentarse a los peldaños es lo que, a él y a su mujer, con una cadera operada, les separa de la calle desde hace años.
Es un problema habitual en el barrio, con una única solución «Hace tiempo que nos teníamos que haber ido a una casa en un pueblo», dice. Ellos ya estuvieron un tiempo fuera, pero quieren estar en su casa y la economía tampoco alcanza. Esta situación es una de las amenazas del barrio: pisos sin ascensor, y muchos todavía sin calefacción, se van quedando vacíos mientras la calidad de vida de los que se quedan se deteriora por momentos.
José también lo sufre y el hijo de Bernabé, que vive en el barrio desde hace 60 años, conoce también el problema. Son también beligerantes con el avance de las obras. Lamentan que su portal fue uno de los primeros en ser intervenido, pero que cerca de dos años después se ha hecho poco, a pesar de, dicen, haber pagado ya una cantidad. Sí tienen parte de la fachada recubierta con la nueva envolvente de un material aislante, reconocen que se nota, pero todavía no saben nada de los ascensores. Metros más adelante, en algunos portales ya se están construyendo las estructuras que albergan la caja del elevador y las nuevas escaleras.
A Bernabé y José, a sus mujeres, a muchos vecinos, les toca esperar. Temen que al final no les llegue el día, como les ha ocurrido a vecinos que firmaron para tener al fin ascensor 60 años después, pero que han fallecido sin verlo. Cada día que pasa, una duda les aleja del momento en el que, por primera vez en su vida, la calle no esté a 70 escalones de distancia. Pero no pierden la esperanza. Con una sonrisa confirma qué hará el día del estreno: «¡Subirme, claro que sí!». Un viaje que va a cambiar su vida y por el que merece la pena esperar.
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