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Nunca es buen momento para interrumpir, aunque sea por unos minutos, el ritmo de este bar. A primera hora de la mañana, los desayunos; a media mañana, el arreón del almuerzo y de cara a las 17:00 horas, la apertura de nuevo de los comercios que implican una parada por el Toscano para el café de la tarde. Entre tanto ajetreo rutinario, Paco nos atiende en una hora estratégica para contarnos la historia de este establecimiento mítico de Salamanca. Un punto de encuentro en el corazón de la ciudad que se extiende durante más de medio siglo.
«Empezó a funcionar en 1963 inaugurado por uno italianos que vinieron a Salamanca. De ahí el nombre, ellos eran de la zona de La Toscana», recuerda Paco. Tras ellos, el relevo lo tomó un yerno hasta que en 1990, la desvinculación familiar fuerza la fundación de una cooperativa de trabajadores para continuar con el bar. «Al jubilarse Don Manuel, decidimos este sistema porque era la forma de rescatarlo, sino habría desaparecido», asegura Paco.
Bares con historia
Una forma de seguir trabajando todos juntos, mano a mano, para mantener en pie El Toscano. Sin embargo, no fue hasta 2019 cuando Paco se unió como socio a esta cooperativa. «Yo empecé a trabajar con ellos en al año 1993 pero no fue hasta hace cinco años cuando algunos de los que estaban se jubilaron y entré yo», explica. En la actualidad, son tres los que conforman la empresa y además trabajan junto con otros empleados para atender a aquellos que frecuentan la cafetería.
Después de más de tres décadas detrás de la barra del Toscano, Paco es un buen testigo de cómo ha cambiado la hostelería. Uno de los rasgos que más ha notado con el paso del tiempo es la forma de tratar a los hosteleros. «Esa exigencia de hace años ya no está, ahora saben que hay horarios y empatizan con el que está trabajando», añade.
Es lo que tienen los bares de toda la vida, que toda una vida pasa por ellos. Los que entonces aprovechaban el descanso en el trabajo para tomarse un café en el Toscano ahora están jubilados y los que venían acompañados de sus hijos ahora presentan a sus nietos. «Tenemos clientela de siempre», asegura orgulloso. Aunque en una de las arterias de la capital, en la Puerta de Zamora, la circulación de turistas también motivan el funcionamiento de esta cafetería.
«Cuando bajan de los hostales para la Plaza Mayor o van a la zona más turística pasan por aquí», apunta. Consiguen rescatar la rutina constante y el paseo esporádico, ahí cosechan su éxito. «Pillamos el paso de todo», bromea Paco. Aunque no sólo su ubicación privilegiada le convierte en referencia, también su oferta gastronómica. «Comenzamos a trabajar a las 7:30 de la mañana con los desayunos, es nuestro punto fuerte», asegura.
Aunque con nombre y orígenes italianos, la esencia es plenamente charra y prueba de ello son los pinchos que relucen en la barra. «Cada día tenemos un pincho: lunes y miércoles, paella; los jueves, almejas; los viernes, cocido; el sábado, arroz con bogavante y los domingos, chanfaina», apunta. Además, se adaptan a la temporada y ahora que el frío empieza a apretar en la capital, lo que apetece son los guisos. «Ya me empiezan a preguntar si tengo callos o caldo», asegura.
Preguntado por una anécdota del Toscano, a Paco se le viene a la cabeza un entrañable recuerdo. Hacía pocos días que un camarero había empezado a trabajar en la cafetería y le pidieron agua con gas. «Se le ocurrió mezclar gaseosa y agua y se lo dio al cliente», recuerda riendo. Un momento que refleja los principios en el sector y cómo se intenta solucionar cualquier contratiempo. «Se equivocó, pero intento salir del paso», explica orgulloso Paco.
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