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Un orgullo doble: uno, ser el negocio más antiguo de Salamanca y dos, ser la única tienda que vende los chochos típicos. Dos peculiaridades que hacen de la Confitería La Madrileña toda una institución en el comercio salmantino y es que sus más de 150 años de historia convierten ese pequeño espacio en un gran testigo del paso del tiempo. Lourdes representa a la cuarta generación de este negocio que comenzó su abuelo en un acto a medio camino entre la inconsciencia y en la valentía pero donde perduró siempre esa segunda cualidad. «Mi abuelo tenía 20 años y mi abuela 18 años cuando alquilaron esto», comenta Lourdes.
Dos chavales jóvenes que sin contar con la experiencia vital tenían algo mucho más valioso: el convencimiento de querer tirar para adelante. «Los inicios fueron muy duros, estaban de alquiler pero si no lo compraban les echaban de la tienda así que cogieron este local y tres pisos», asegura. Una inversión que les hizo pasar penurias, sobre todo al principio, y medir cada gasto que hacían. «Cogían un saco de azúcar de harina y hasta que no lo gastaban, no lo pagan», explica su nieta recordando la anécdota contada por sus abuelos.
Negocios de toda la vida
Nadie les habría dicho entonces que más de un siglo después la Confitería La Madrileña sería un referente en el comercio. Y mucho menos, que sus clientes serían mayormente turistas y no tanto sus vecinos del portal de al lado. «En esa época se trabajaba con clientes fijos, la mayoría vecinos y ahora Salamanca se ha quedado para el turismo y estudiantes», comenta Lourdes. Lo que fue el patio de su casa ahora es un lugar por dónde transitan miles de extranjeros al año asombrados por la belleza. «Es la Plaza Mayor de Salamanca, pero es nuestra plaza. Aquí empezamos a andar mi padre, yo, mis hijos y esperemos que también mis nietos», añade Lourdes.
Para cualquiera que traspase el ágora salmantina es una obra arquitectónica que no deja indiferente a nadie. Pero para Lourdes y su familia, es el lugar que les ha visto nacer y crecer. «Mi abuela crió a mi padre y a mis tíos en la trastienda. Al final es nuestro barrio, donde salíamos a jugar y donde hemos crecido», apunta Lourdes. Un barrio peculiar por la ubicación y la importancia en la capital, pero en ojos de unos niños, un gran escenario para poner a volar su imaginación.
La Confitería La Madrileña es conocida por los vecinos por ser una de las más míticas de Salamanca. Sin embargo, para los turistas que desconocen su larga trayectoria, lo que les llama especialmente la atención es un pequeño cartel en en el escaparate: «Chochos típicos de Salamanca». El juego de palabras invita a querer conocer de qué se trata. «El 90% lo compra por el nombre porque es muy pintoresco, pero se vende muchísimo. Hay 1.500 kilos de chochos solamente en la tienda, es por lo que nos conoce la gente», asegura Lourdes.
Una señal de identidad del que se muestra especialmente orgullosa al formar parte de una tradición familiar. Y es que poca gente conoce la historia de los chochos y por qué son típicos de Salamanca, de hecho, guardan bastante relación con el más que asentado hornazo. «Cuando se desterraba a las mujeres en la Cuaresma, las mujeres le regalaban a los hombres unos chochos muy grandes con una banda que se ponía 'para mi amor'; un chocho para que se consolaran», comenta Lourdes.
En aquella época solamente su abuelo y el tío de este, -que le enseñó el oficio-, les preparaba y se vendían para toda Salamanca, ahora solamente los tienen ellos en la capital. «Cuando ya pasaban a buscar a las prostitutas, se comía el hornazo para celebrarlo y es lo que se ha quedado como lo más típico en el Lunes de Aguas, pero los chochos tienen ahí su origen», asegura.
«Si esa camilla hablase...», dice Lourdes señalando a la mesa que se esconde tras la puerta de la trastienda. Y no exagera, porque alrededor de esa mesa circular se mantenían hace casi un siglo algunas conversaciones trascendentales en el contexto de la Guerra Civil. «Allí se sentaba Miguel de Unamuno con mi bisabuelo y se tiraban horas hablando», asegura Lourdes.
Una tienda con «mucha historia» que se refleja en pequeños detalles como el farolillo que luce ahora encima de una preciosa estantería -original de su fundación- pero que en su momento servía para advertir a los vecinos que había en su interior un refugio en caso de bombardeo. «La Madrileña tenía un acceso a una bodega, y tenía la obligación de que en caso de bombardeos, pusiera el farolillo encendido en la puerta para que la gente supiera que se podía refugiar dentro», añade. Una colección de anécdotas que hacen a La Madrileña no sólo un comercios histórico sino una historia de comercio.
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