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Tres generaciones. Un abuelo, un padre y un hijo y un sólo negocio: Bicicletas Palacios. Aunque para Pepe (hijo) es mucho más que un negocio. Son los recuerdos de niño entre ruedas, son las historias de su abuelo que guarda en la memoria, -y en el taller-, como oro en paño, y es el orgullo de formar ya parte de la historia de Salamanca. Más de cien años de vida le avalan este reconocimiento al ser uno de los negocios más longevos de Salamanca y, desde luego, el taller de bicicletas más antiguo de la capital.
Es tan histórico que fue la primera construcción de la Avenida de los Reyes de España, -en 1926 conocida como calle Las Huertas-, y sólo convivía con el Noviciado de Las Monjas Mostenses, en la actualidad Colegio Sagrado Corazón. Así, en el momento en el que el abuelo de Pepe solicitó la licencia de construcción de una casa donde instalaría la tienda, prácticamente sólo había huertas. Ya ese paso supuso un antes y un después en el devenir de un negocio surgido mucho antes de una manera menos oficial. Los abuelos de Pepe empezaron en el portal de su casa arreglando máquinas de coser, escopetas y también bicicletas, pero ¿por qué se decantó por ese camino?
«Mi abuelo era un visionario, empezó a ver que el burro se cambiaba por la bicicleta y que cada vez había menos animales de carga y más ruedas así que se decidió por ahí», añade Pepe. Lo que ahora conoceríamos como un auténtico emprendedor entonces era la necesidad de aferrarse a un plan para ganarse la vida. Y su plan fue todo un éxito. «Era un auténtico malabarista en todo tipo de artes», asegura su nieto. Y las palabras de orgullo hacia su abuelo y su padre emanan de su boca. «Mi padre falleció con 94 años y estuve muy unido a él toda mi vida», asegura.
Negocios de toda la vida
Esa unión es lo que le hizo decantarse por este mundo y abandonar la plaza de conserje que tenía en la Universidad de Salamanca -donde trabajó durante 30 años-. Esa magia y amor por el negocio familiar le hacía «mucho más feliz» y pudo desarrollar sin complejos ese talento que heredó de su abuelo y de su padre. Unas habilidades popularmente conocidas como 'ser un manitas' pero que van más allá con verdaderas obras de arte que ahora lucen en el taller como si de verdaderas joyas se tratara, y quizás lo son.
De hecho, varios de los inventos que hizo su padre están en el Museo de la Automoción de Salamanca y conserva fotos de algunas de las creaciones tanto de su padre como de su abuelo. Una de ellas, una bicicleta de dos pisos con once ruedas que, lamentablemente, fue destruida. Desaparecida de forma material pero no en la memoria de Pepe y de todos aquellos que, a través del taller, pueden recordar y ver en fotografías ese álbum de talento.
Más de un siglo de recorrido da para mucho en un negocio tan cambiante como tradicional. El uso de las bicicletas ha ido cambiando -antes más necesidad y ahora más ocio-, el mecanismo sucumbido por las nuevas tecnologías también se ha adaptado y los modelos de bicicletas se han multiplicado. Lo que nunca ha cambiado es la forma de atender de Bicicletas Palacios que ha sabido conservar «la esencia» a lo largo de los años. «Yo siempre digo que esta tienda tiene una esencia, como cuando vas a un bar de un pueblo que tiene una magia, pues esto igual», asegura.
Una magia que sus propios clientes le reconocen con postales y cartas que conserva enmarcadas, junto con decenas de fotografías de sus antepasados, en una de las paredes del taller. «Para mi mecánico y amigo Pepe, que más que un mecánico es un mago porque hace lo imposible realidad», expresa una de ellas. No es la única gratitud que queda plasmada en un papel, también aparece en guías internacionales que hacen mención a los mejores talleres. «Vino una persona de Wisconsin y traía una guía de Estados Unidos donde veníamos nosotros como recomendación en España», recuerda.
Una satisfacción similar a la que siente cuando le agradecen el trabajo de poner a punto la bicicleta y que les ha llevado a conseguir un sueño y alcanzar una meta. Como el caso de Txaro Tomasena, una nadadora que también hace triatlones y con una de las bicicletas reparadas por este local consiguió ganar el Gran Premio de Japón: «Me pusiste la bici como la mantequilla, muchas gracias», le dedicó en un póster que también guarda con especial cariño.
Todos estos enseres que forman parte de la vida de un negocio pero también de una familia, en un par de años, dejarán de ser vistos por los cientos de clientes que acuden al taller. «En un par de años, desgraciadamente, lo tendremos que cerrar», asegura. Será una víctima más de la ausencia de relevo generacional que arrastra a tantos negocios míticos de la capital. Eso sí, será también una parte imborrable de todos aquellos que pasaron por allí y sin saberlo, estaban sumando vida a la historia de Salamanca.
Las grandezas del abuelo de Pepe son difícilmente resumibles en una conversación o un pequeño texto. Una vida marcada por la innovación, el emprendimiento y el arte en cada una de sus ejecuciones. Una de las más destacadas y que su nieto narra con orgullo es la réplica de un clavo de la puerta de la Universidad de Salamanca. «Todos los detalles los hizo a mano con la fragua. Nosotros tenemos dos hechos por él. Con una chapa de acero se va haciendo todo con buriles especiales, hechos también a mano, y se va limando y moldeando con fragua», comenta.
Tal era la precisión de sus obras que los dragones que componen esos clavos los fue doblando hasta dar con la forma exacta. Algunos de estos tenían la lengua cortada por los años o porque alguien las robó y haciendo gala de su perfeccionismo, una vez terminada la obra rompió la lengua para imitarlo. «Tanto mi tío como mi padre hicieron dos porque él les enseñó y tardaron dos años cada uno en hacerlo», asegura. Una reliquia más que conserva para recordar siempre el talento que definió a una familia.
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