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Tan de toda la vida como las patatas fritas en un aperitivo. Tan de toda la vida como acompañarlas con un refresco en una terraza. Tan de toda la vida como las Patatas Fritas Fátima en Salamanca. Así lleva siendo desde 1960 cuando unos «serranos valientes», como su hijo les define, decidieron trasladarse a la capital para tomar un negocio que, en su pueblo natal -Valero- les decían que tenía poco futuro: «¿Quién va a comprar patatas fritas?» La visión empresarial que quizás no tuvieron sus vecinos la asumieron estos jóvenes, de apenas 27 años, que tenían en los años 60 dos opciones: irse a Suiza o Alemania a ganar dinero o apostar por esto.
«Cogen esta empresa que traspasa una pareja que llevaba con ella diez años», comenta Federico, hijo de los fundadores que ahora tiene 62 años. Los comienzos son en María Auxiliadora, donde aún tienen la tienda y ahí mismo freían las patatas. Sin embargo, poco a poco se fue quedando pequeña y vieron la necesidad de ampliarlo. «Tuvimos otro pequeña fábrica en el Barrio de Garrido hasta que en 1981 cogimos la fábrica de Villares de la Reina», explica. Ahí es donde ahora producen la patata que los paladares salmantinos degustan aunque la compran en la mítica tienda de María Auxiliadora.
Negocios de toda la vida
Esa tienda que ha visto a generaciones crecer, a una familia hacerse con una marca que ya es una institución en Salamanca y, por supuesto, ha conseguido renovarse aunque manteniendo la esencia de lo que funciona. «Las patatas las hacemos como siempre. El agricultor desde hace muchos años es el mismo, y la patata es de Salamanca; una vez que entra en nuestras instalaciones, la cuidamos hasta que sale por la puerta», añade. En ese proceso, utilizan aceite de girasol «de la mejor calidad posible» con una temperatura comedida para que «el aceite no se deteriore y no afecte a la calidad del producto».
Aunque continúan con lo que les hizo grandes, se han abierto a más posibilidades con la patata como protagonista. Además de la artesanal en caldera, también tienen la patata ondulada, la patata paja y desde hace poco están innovando con una patata más gruesa «para que los restaurantes lo utilicen como base». Además, poco a poco se fueron sumando a otro tipo de surtido como las cortezas de cerdo, los gusanitos o los frutos secos desde 1993.
También se han visto obligados a adaptarse a la inflación y a unos precio desorbitados que hacen mella en el negocio con unos costes de la producción que se han encarecido de manera exponencial en los últimos años. «La patata ha triplicado su precio y el aceite, desde la guerra de Ucrania, se desordenó», comenta Federico. La materia prima está por las nubes que, junto con «el precio del diésel que calienta el quemador y la luz», hace que la patata esté «a precio de ración de jamón».
Hay momentos en los que el cuerpo te pide una bolsa de patatas fritas. Un partido de fútbol, una reunión con amigos, un picnic en un parque...y también, ¿un debate político? «Se notaba que subían las ventas de patatas fritas con los debates cara a cara entre los políticos que televisaban», comenta Federico. Una anécdota moderna que se suma a los recuerdos que tiene de niño en los grandes días. «La feria estaba en la Avenida Portugal, y como la tienda estaba al lado, los días de feria se notaban mucho», asegura.
Los pequeños pasos hicieron que los grandes días fueran cada vez más frecuentes y consiguieron el objetivo que un día se marcaron: «Vincular la patata de casa, de Salamanca, con la Patata Frita Fátima», explica Federico. ¿La clave para llegar hasta ahí? «Echarle tiempo, mimo y mucha paciencia», añade. Eso sí, al intentar indagar algo más para conocer el secreto de esta patata mítica, asegura que «es como la Coca-Cola, no se puede decir». Un pacto de silencio que desea que tenga relevo generacional: «Ojalá dentro de otros 63 años alguien esté aquí y sea de la familia».
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