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Si empezamos por el principio, retrocedemos a mediados del siglo XX cuando Pañerías Fernández abrió su tienda en la calle Pozo Amarillo de Salamanca. Si hablamos de la actualidad, la estampa no ha cambiado mucho a pesar de cumplir este año las siete décadas en pie: sigue siendo un negocio familiar, sigue anteponiendo la atención al cliente por encima de todo y sigue vistiendo a los hombres de la capital, de la provincia y de toda España. Pepe es el mejor testigo que tiene la historia del negocio y es que lleva desde lo catorce años trabajando en el establecimiento. «Yo vivía en Gomecello y vine aquí con mis tíos, uno era el sastre y otro se dedicaba a vender».
Ha pasado más de medio siglo desde que la inocencia de Pepe pisara por primera vez lo que sería la tienda de su vida. «Empecé de chaval y entonces llevaba los pedidos de la sastrería a las casas en bicicleta», recuerda. Después, se dedicó a vender -que no a coser- y desde entonces hasta hoy que no piensa en la hora de jubilarse. «No es un trabajo forzado, estoy bien aquí», asegura. Ofrecer al cliente un buen servicio ha sido una tarea diaria desde que se puso detrás del mostrador y hasta hoy. «Yo nunca aprendí a coser porque me decía mi tío: 'no te pongas en la máquina que engancha'», recuerda.
Negocios de toda la vida
Efectivamente, hizo caso al refrán que tanto le repetía su maestro y se dedicó más a la atención al público. «Siempre me dijo que se sacaba más de media hora de trato que cien de trabajo», bromea. Ese consejo de su tío le hizo centrarse más en la parte comercial aunque en todos estos años, nunca se han dejado de hacer arreglos. Ha evolucionado el método pero la máquina de coser va ya por su cuarta generación. «Era de mi abuela, pasó a mi madre, la cogí yo y ahora la usan mis hijos», explica. Sin embargo, hace años tenía mucho más trote porque lo que llenaban las estanterías del local no eran prendas sino rollos de tela.
«Antes venía el cliente y encargaba un pantalón y había que hacérselo a medida; ahora se elige el pantalón, se le prepara y se arregla. Tenemos un privilegio y es que lo hacemos al momento, y eso el cliente lo agradece porque viene mucha gente de fuera de la provincia», asegura. La rapidez, la calidad y el trato sería la clave del éxito para conseguir la fidelidad en clientes que llevan más de cuarenta años comprando. «Los negocios de toda la vida te permiten hablar con el cliente y ciertas licencias que en los grandes almacenes no se dan», asegura.
Prácticamente no hay cliente que no se vaya con algún detalle de la tienda. Precisamente mientras hacemos este reportaje, uno de ellos va a recoger una prenda. No es la primera vez que va, -le llaman por su nombre-, y seguramente no será la última. Ese trato personalizado es su mejor arma para luchar contra los grandes almacenes que se comen, irremediablemente, los negocios locales. «Llega un momento que es imposible competir con los grandes porque en precios te machacan pero nos salva la atención», añade. Además del trato, la variedad de tallas -trabajan hasta los modelos más amplios- y el gran surtido permiten asegurar que «no hay hombre que quiera vestirse y no lo encuentre aquí».
El espacio que encuentran los clientes al entrar es relativamente reducido, sin embargo, por encima de sus cabezas hay varios almacenes que imitan a laberintos de ropa. Perchas y más perchas en burros eso sí, ordenados perfectamente por temporada y tipo de prenda para que, en caso de necesitarse, la respuesta sea rápida. A través de estos pasillos estrechos que forman los percheros, se puede ver la evolución de la moda porque todo vuelve si hablamos de vestimenta.
«En caballero ha cambiado, en señoras más, pero en caballero va con mucha calma», apunta Pepe. Una evolución lenta pero notable. «Ahora se lleva el traje cruzado, que se llevó hace treinta años, y lo que hoy no funciona mañana es el furor, así son las modas». Sin embargo, hay quien no sigue las tendencias y también hay sitio para ellos. «Tienes que tener un poco de todo para introducir la novedad pero también lo de siempre», concluye.
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