La joyería centenaria de Salamanca que diseña la máxima distinción que otorga la ciudad
La Joyería Cordón abrió su primer taller en 1912 y se trasladó a la Plaza Mayor donde aún se encuentra hace ocho décadas
Desde su emblemático rincón en la Plaza Mayor ha sido testigo silencioso de promesas, aniversarios, reencuentros y sueños compartidos. Dos escaparates que miran al ágora de Salamanca reflejan no solo el brillo del oro y joyas preciosas, sino también el de una historia familiar tejida con dedicación, constancia y un profundo respeto por el oficio. Es la historia de la Joyería Cordón, uno de los negocios más emblemáticos de la capital: fundada en 1912, suman más de un siglo en el comercio salmantino.
«La fundó mi abuelo que era hijo de plateros, que en su momento se casó con mi abuela que también venía de una familia de joyeros», explica José Ignacio Cordón, la tercera generación del negocio. Como si la familia Cordón tuviera un gen mutado con el talento de la joyería, van por la quinta generación dedicada a este arte. «Mi bisabuelo ya lo era, y por parte de mi abuela, hemos llegado al año 1790 de esta saga de plateros», comenta.
Una simbiosis perfecta que da lugar a un negocio centenario. «Mi abuelo empezó en la calle de la Rúa y a los pocos años, heredaron una casa en la calle San Pablo y se trasladaron allí», comenta José Ignacio. En ese edificio -donde ahora está 'Casa Paca'- vivía toda la familia y se ubicaba la joyería que convivía con la tienda de Regalos Carmen, aledaña a esta. En el ático de ese edificio se ubicaba el taller de joyería y relojería y, entre medias, la vivienda donde residía la gran familia Cordón.
Mientras se desarrollaba el negocio en la calle San Pablo, abrieron el local en la Plaza Mayor. «Fue poco después de la Guerra Civil, sobre el año 1942», se remonta José Ignacio. El número 25 del ágora salmantina tendría un nuevo letrero que perduraría hasta el día de hoy. «Cuando falleció mi abuelo, mi padre se quedó con esta ubicación», explica. Y desde entonces, tres generaciones han pasado por ella siendo testigos de momentos decisivos tanto para la ciudad como para sus habitantes. Y es que sobrevivir en un comercio local, no es fácil. «El pequeño comercio está mal», se sincera el joyero.
La evolución de un negocio que se mantiene vivo
Echa la vista atrás y ve cómo ha evolucionado el comercio de la capital. «El oro prácticamente ya no se vende nada porque están los precios por las nubes», lamenta. Con la subida exponencial del oro y también un aumento considerable de la plata, los clientes optan por el acero. También la proliferación de otro tipo de comercios con venta de bisutería ha restado importancia a la joyería artesanal. «Antes el turismo funcionaba mejor porque no había tantas tiendas de souvenir que venden también pulseras, anillos, pendientes...«, asegura José Ignacio.
Sin embargo, aunque haya cosas que cambien, hay otras que se mantienen inertes al paso del tiempo. «Estamos especializados en la artesanía de filigrana típica de Salamanca tanto en oro como en plata», comenta. Esta técnica artesanal de orfebrería representan la esencia más pura de la joyería charra y la han mantenido generación tras generación. Pendientes, collares y broches de filigrana son algunos de los diseños que elaboran y que llaman la atención de su escaparate. Aunque también anota otros encargos muy especiales para la ciudad.
Los encargados de las Medallas de Oro
«Hacemos trofeos, placas de homenaje, encargos del Ayuntamiento, de la Diputación o de distintas Universidades», enumera José Ignacio. Tiene una larga lista de conmemoraciones importantes con el sello Cordón pero, entre ellas, menciona con especial orgullo la máxima distinción que otorga el Ayuntamiento de Salamanca: la Medalla de Oro de la Ciudad. «Es muy importante», asegura. Y no le falta razón. También son los encargados de diseñar las medallas de los concejales, la Medalla de Oro de la provincia, medalla de los diputados o medallas para distintas universidades: la UNED, la Universidad de Valladolid, la Universidad de Comillas o la Universidad de Cáceres. Un sinfín de encargos, tanto institucionales como personales, que les mantienen presentes en la vida de los salmantinos.