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De fondo, el bar Pardero. En el círculo, Amparo, quien regenta el local. José Manuel García
Negocios de toda la vida

Medio siglo con la persiana levantada y desde los cinco años tras la barra de un bar

Amparo, de 68 años, lleva cincuenta y cinco años regentando el bar Paredero, en la avenida Villamayor

Laura Linacero

Salamanca

Lunes, 5 de febrero 2024

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Una cortina tupida color burdeos separa la calle de la entrada al bar y cuando pasas ese primer obstáculo, la esencia de un bar de los de toda la vida te sacude: una barra desgastada, las paredes de color verde, el mando de la televisión cuidadosamente protegido por un plástico y una camarera que sostiene el mandil desde hace más de medio siglo. Amparo lleva regentando el bar Paredero, en la avenida Villamayor, desde 1968. Ha visto la evolución del Barrio Oeste con el granero y las casas bajas que se fueron levantando, un crecimiento que ha seguido desde muy cerca y desde el mismo sitio.

El bar lo montó su padre, luego estuvo unos años su hermano y ella lo cogió cuando tenía 29 años. Ahora con 68, casi cuarenta años después, sigue haciéndose ella sóla con el negocio y temiendo el día que tenga que bajar la persiana. «Llevo prácticamente desde los cinco años detrás de una barra, toda una vida, no quiero pensar cuando me jubilé aunque no creo que llegue a los 70, es un trabajo muy sacrificado», explica. Sacrificio y tesón de una generación de trabajadoras ya que su madre, con 94 años ahora, estuvo hasta la pandemia poniendo cafés. «Con 90 años ella atendía, pero vino la pandemia y nos fastidió a todos», asegura.

Tanto a nivel personal como a nivel profesional. La pandemia supuso para este longevo negocio una sacudida. «El negocio iba bien hasta que llegó el virus. Antes tenía todos los días cuatro o cinco partidas pero algunos cogieron miedo, dejaron de salir y ya no volvieron», asegura Amparo. Esas partidas diarias se fueron diluyendo y aunque tiene buen tráfico de clientes de toda la vida, que ya son familia, notó ese parón.

Precisamente es esa familia no elegida quien la mantiene aún al pie del cañon en el negocio. «Al final coges cariño a mucha gente, haces muchas amistades y cuando se muere algún vecino, ¡pues claro que lo sientes! Forman parte de tu vida», apunta. Esa relación con los habituales, que son más bien amigos, es lo que le impide bajar la persiana. «Cuando me vaya vamos a llorar todos mucho, los clientes y yo. Son muchos años, una relación muy estrecha», asegura.

«Los jóvenes de ahora no se adaptan a esta esclavitud»

La posibilidad de traspasarlo lo ve cada vez más lejano. «Los jóvenes de ahora no se adaptan a esta esclavitud, se creen que es coger un negocio y empezar a ganar dinero pero no es así», asegura. Paciencia, tesón y sacrifico resumen su paso por el bar después de cuatro décadas pero, por encima de todo, el balance es positivo. «He conocido a gente muy buena y a muchos les he visto crecer», asegura. El cariño en el barrio es mutuo, tal es así, que en navidades recibe regalos y está a punto de estrenar un delantal que espera teñir de café, al menos, un par de años más.

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