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El tiempo escribe y borra en Salamanca, ciudad que no solo se recorre con los pies, sino con la imaginación. Basta detenerse frente a cualquiera de sus edificios centenarios para sentir que cada piedra guarda un secreto o una historia. Sin embargo, hay historias que se escapan de los folletos turísticos o de las visitas guiadas, y se mantienen escondidos entre sus edificios. Uno de ellos, la Torre de los Anaya.
Situado en la plaza de Colón, sobre la calle San Pablo, el palacio de estilo gótico civil fue habitado por dos familias: la de Anaya y la de Bazán. Antiguamente, la torre perdió parte de su altura tras la derrota en la revuelta de los Comuneros cuando el emperador Carlos I mandó desmochar la torre como represalia por el levantamiento, al igual que hizo con otros edificios de la ciudad, como la Casa de las Conchas.
A pesar de sus años y su pasado militar, actualmente el palacio sigue escondiendo rincones e historias de la época, alberga un centro cultural y su conocida torre es mucho más que una simple torre medieval que ha sufrido varias remodelaciones.
El torreón, lo más llamativo desde la calle, conserva una ventana ajimezada original con los escudos de ambas familias que en el siglo XVII se transformó en balcón. A mediados del siglo XX, Fernando Pulín le añadió un mirador acristalado pero, tras las críticas, Manuel Rodríguez Monís restauró la estructura con piedra de Villamayor, por ello en el lateral de la calle Jesús se puede observar otro tipo de piedra. También se la conoce como la Torre de Abrantes, que se alzaba justo enfrente.
Su aspecto defensivo se refleja en el arco de entrada y el patio interior, cuyo acceso es a través de un zaguán con armadura de madera con el artesonado resguardado original en el techo de la entrada. Además, en sus paredes, la piedra de Villamayor mantiene los agujeros formados por hierros que se clavaban para evitar que la arenisca se deshiciera y se acumulase cal.
Durante años fue la sede del Instituto de Estudios de Iberoamérica y Portugal de la Universidad de Salamanca. Actualmente, es propiedad del Ayuntamiento y la Diputación de Salamanca y se ha convertido en un gran centro para albergar iniciativas culturales como exposiciones artísticas, entre otras actividades.
Además de la zona de museo, en su interior alberga instalaciones modernas renovadas recientemente en las que se hacen conferencias y exposiciones de diferente tipo, una parte destinada a oficinas administrativas.
Hasta el 1 de junio expone 'Mar y Montaña: esencia del paisaje', del artista José Antonio González 'Marnay'.
En el patio interior destacan varios elementos que evocan la vida cotidiana de la época. En su centro se encuentra un pozo donde, durante las primeras exploraciones, apareció un antiguo mosquete. También pueden verse anillas en la pared, utilizadas para atar caballos junto a un bebedero, y una abertura que señala el acceso a las antiguas cocinas, ubicadas en la zona de residencia del servicio.
Como curiosidad, antiguamente el arroyo de Santo Domingo pasaba frente al palacio, por lo que hoy es la calle San Pablo, y se cuenta que en el patio vivía un cervatillo suelto tras un pequeño muro. Además, la zona de recepción a la entrada, con ventanales estrechos y techo alto, pudo haber funcionado antiguamente como garaje.
Dentro del corazón del palacio, en sus bajos más ocultos, están los pasadizos que llevan a los sótanos y almacenes. Aquí se encuentran algunos objetos que han sido expuestos en la parte del museo, como los belenes navideños que se van recopilando de cada Navidad, los depósitos de agua, otros objetos que se guardan de manera temporal e incluso el antiguo depósito de gasoil.
En el almacén principal hay más objetos de utilidad guardados y rincones ocultos como una pared corrediza donde se esconde un antiguo cuadro de luces así, altillos y espacios estrechos que recuerdan a guaridas. Antiguamente, esta zona podría haber aguardado las caballerizas y accesos a las cocinas.
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