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Cuando se desarrolló el primer reloj automático, el Winzer ya estaba funcionado. Cuando se fundó el primer reloj a pilas, el Winzer ya estaba funcionando y cuando se patentó el primer reloj despertador mecánico de cuerda, el Winzer ya estaba funcionando. La relojería más antigua de Salamanca lleva en pie desde 1872, aunque no es hasta el 1919 cuando lo coge la familia que aún lo regenta. «El negocio empieza en 1872 y, tras el fallecimiento del señor, mi abuela le coge el traspaso a una sobrina», explica Delfino Gómez, quien regenta actualmente la relojería.
Negocios de toda la vida
Entonces estaba en el número 12 de la calle La Rúa pero tras el incendio del edificio, cambió al número 1 de la misma céntrica vía. «Ahí es donde más tiempo ha estado», explica. En la actualidad se encuentra en la calle Quintana donde lleva ya dos décadas. «Aquí seguimos aguantando los años», comenta. Después de 150 años asentado en el comercio de Salamanca, hablar de la evolución es todo un repaso por la historia. «Al principio era relojería y óptica, pero también tenía venta y alquiler de bicicletas, de motos, de automóviles...», contextualiza.
Lo mismo ponía a punto un reloj, que vendía unas gafas o alquilaba una bicicleta. «Eran los negocios de entonces», explica. Sin embargo, cuando lo cogió su abuelo se quedó con la parte de relojería, joyería y óptica. A lo largo de los años, y varias generaciones después, se mantiene la esencia de lo que fue el Winzer aunque la actualización ha sido obligada. «Cuando empecé a trabajar yo en el negocio metimos el tema de la fotografía y quitamos la óptica porque yo no estoy titulado», explica. Es uno de los puntos fuertes de este comercio, la impresión y el tratamiento de la fotografía. «Tienes que quitar algunas cosas y meter otras», apunta.
De eso se trata el comercio, de ir introduciendo cosas con perspectiva de éxito y desterrar aquellas que ya no funcionan. Aunque si algo resiste al paso del tiempo -y nunca mejor dicho- es la parte de relojería. «Aprendí de mi padre el oficio y me he criado entre relojes», asegura. A pesar de que hace años estaba a la orden del día arreglar los relojes y no se optaba tanto por el 'usar y tirar', aún se mantiene esta práctica por funcionalidad o por sentimentalidad. «Hay mucha gente que viene a arreglar relojes por el valor sentimental que tiene», comenta. Para muchos clientes, no es sólo el accesorio donde mirar la hora, es un recuerdo que llevan siempre consigo.
Algunos son realmente joyas. «Nos han llegado relojes antiguos de bolsillo, de pared, que te tocan los cuartos y las medias, con cronómetro...», apunta. Algunos con un gran valor económico por la calidad del reloj y otros con un gran valor sentimental.
La Relojería Winzer no sólo trabaja para particulares sino que pone a punto algunos relojes de la provincia y también fuera de ella. Sólo en esta semana tiene anotados decenas de nombres de localidades para arreglar los relojes de los edificios más emblemáticos: iglesias, conventos, ayuntamientos, plazas de toros... «La mayoría de compañeros se han jubilado, ya quedan pocos relojeros a los que recurrir», asegura Delfino. Una profesión en riesgo de desaparecer y, sin embargo, tan necesaria. «No todos los relojes son iguales, tienen su mecanismo y hay algunos más complicados que otros», asegura. Un oficio de auténticos cirujanos de las manillas que, con piezas minúsculas, sitúan temporalmente a cientos de vecinos.
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